"...[E]l vacío de la casa se les presentaba como un animal dispuesto a tragarse cualquier sonido..." La tribu existe para combatir ese vacío y preservar los sonidos.
viernes, 29 de junio de 2007
BLT Steak Blends and Adapts
Appoint Magazine - June 2007
BLT Steak at the Ritz-Carlton San Juan, with its combination of beiges and maroons, feels sharp and timeless. The earthiness of the locale and the beautiful open kitchen that commands the dinning room say a lot about the concept and philosophy behind BLT (which stands for Bistro Laurent Tourondel) Steak: blending the true spirit of an American steakhouse with the sophistication and joie de vivre of a French bistro.
French-trained chef and famed New York City restauranteur Laurent Tourondel landed his Manhattan empire in Puerto Rico last November. So far the restaurant has done an amazing job in the difficult adaptation process: for Puerto Rico they trusted bartender Roberto Rivera to come up with the Puerto Rican Sunshine cocktail, incorporated a chimichurri sauce in the menu and exclusively created the Piña Colada Sundae.
According to Robert Honeycutt, the beverage specialist and sommelier, another adaptation that makes BLT Steak San Juan stand out is the Raw Bar which stateside restaurants don’t have.
The Ritz is bliss, and BLT Steak is primarily that: naturally aged USDA Prime or Certified Black Angus cuts which broiled at 1700 degrees. Is that not enough, how about a Kobe steak priced at $25 per ounce? This is definitely not a place for folks looking for familiar flavors, so do not come here expecting the kind of steaks you have had in other "expensive" restaurants. And although you still have traditional fish and shellfish options (the sautéed Dover sole, at $48, being the most exquisite and popular), bear in mind that this review is about a restaurant that has ‘steak’ on its name.
Once at the table, you immediately get a dish of charcuterie (dried meats), two small portions of foccacia bread with cheese and the BLT Steak’s signature popovers with the mousse of foie de canard topped with a Port reduction. The mousse is great in the sense that it opens your palate, but I didn’t find it more appealing than a classic pâté.
If you want a good cut of meat for your main dish, start with seafood from the appetizers and salad section. The Tuna Tartare with soy-lime dressing wasn’t only well executed –perfect balance between the dressing’s tanginess and the dense flavor of the sushi grade tuna– but, with the avocado base and tiny fried shallots on top the cubes of fish, it was a colorful and dramatic presentation. I then felt I could use some veggies, so along came the Lobster "Cobb" Style Salad. Not only the plenty –and shelled– sweet lobster made it delicious, but it was great for sharing. Lobster meat tops a bed of greens, tomatoes, cheese and thick bacon pieces with a touch of creamy dressing. Avoid the Crab Cake: ours was too peppery and, overall, unspectacular.
Then came the 40 oz. Porterhouse ($88). That’s for two, and two we were and couldn’t finish it. This Porterhouse, along with the 22 oz. Rib Eye ($46) and the 32 oz. "BLT"/Bone in Double Sirloin (also for two and at $84) are the most popular cuts at the restaurant.
At a place like BLT Steak, opt for different sides like mushrooms, roasted tomatoes or the broiled and amazingly aromatic Brussels sprouts. From the two sauces we got for the Porterhouse (you can choose from 8), I preferred the 3 Mustards Béarnaise on my filet portion and the Red Wine sauce on the sirloin. However, I was expecting the herb butter topping our steak to melt. It never did. Nonetheless, this was a small glitch within the refined experience we had at the hands of Chef de Cuisine Dustin Atoigue, Mr. Honeycutt and a knowledgeable and amicable wait staff.
For the final act we had chef Tourondel’s signature Crêpe Soufflé with passion fruit sauce. This isn’t your traditional soufflé or crêpe but a mix between the two. What made this dessert fantastic was the lightly acidic and sweet sauce that also served as a palate cleanser. But if you really want to end your dinner with a highlight, skip the sweet and tempting desserts. Try the American artisan cheeses BLT Steak procures from Murray’s, a cheese shop in NYC. Our favorites were the nutty Fleur de Lis from Louisiana, the thick and citric goat milk Humboldt Fog from California, and the complex and sharp Aspenhurst from Vermont. For $14 it’s not only worth it, it is a must, and the best way of keeping BLT Steak’s tradition of transforming tradition.
miércoles, 27 de junio de 2007
L’attente (“La espera”)
Esta vez lo ha hecho de la arenilla que se cuela por las ventanas, la mierda de y olor a paloma de mi salón y el brusco trato de una señora de escasas lecturas y poca civilidad. Ella es de las cafres malas, de las que tratan de ocultarlo, pero que a la primera oportunidad la embarran; es la cafre antológica, la que nunca podrá ser parte de la verdadera tribu de los cafres de Sudáfrica (víctimas indefensas del mal(h)ab(l)ar de los siglos y el coloniaje) o de ninguna otra tribu que no sea la de la barbarie cultural, la del faux-pas social, y la del uso de muletillas y frases recicladas. Ella es, pues, miembro de la tribu del malgusto nato y puro.
En esta espera que lleva ya una semana entera, el tiempo se ha vuelto una simple excusa para transcribir cualquier pensamiento al papel; para revisar incontables veces mi e-mail, leer las noticias una y otra vez, leer cuentos y ver las fotos y comentarios en mi blog. Onanismo informático. Radio Universidad tan sólo me mantenía unido a la voz y presencia humana, porque no había nadie más esperando conmigo.
Pero claro, luego de haber escrito esto en un papel, lo estoy pasando a computadora. La dependencia con la computadora es continua. El hábito de estar frente a ella, de una forma u otra, nos hace sentir escuchados, acompañados. Somos seres, después de todo, que odiamos la soledad.
Odiamos la soledad y esperar en un salón desvencijado por la entrevista de salida con esta señora. Me pregunto si toda esta espera era una vendetta a los que ella detestaba o si simplemente era una manera de mostrar su autoridad, de aplastar a aquellos que consideraba inferiores.
Y cuando me llamó, entré, esperé todavía un poco más, pero ya cuando salí no hubo marcha atrás. Casi corriendo llegué a mi carro –eran las doce del mediodía– bajé las ventanas, me abrí la camisa de botones y, obviando por un instante a Radio Universidad, puse el CD de Mima y pensé que si no fuera por la amenaza de lluvias (las nubes se amontonaban en la costa y hacía un calor pegajoso), hoy sería un buen día para ir a la playa. Pero ni loco iba a esperar a que aclarara.
Espero que duermas bien
Gracias a Google Docs y a petición de algunas amistades y compañeros de maestría que no pudieron leerlo en el periódico o en el sitio web del mismo, aquí les doy el enlace al cuento que me publicaron en La Revista de El Nuevo Día:
Espero que duermas bien
Saludos desde La tribu,
Luis
martes, 26 de junio de 2007
En torno a "Lo avanti y bourgeois"
La lista está agrupada por temas. Si comienzan a leer la lista desde abajo, notarán que esos enlaces son sobre noticias locales, peruanas (soy mitad peruano) e internacionales, asuntos de política internacional (mantengo el blog de COPRONU) y estaciones y programas radiales (como lo es La Voz del Centro, que produce y dirige Angel Collado Schwarz) que se pueden escuchar por el Internet. La culpable de mi adicción a RFI (Radio France Internationale) es Irene Mass, amiga, maestra de francés y futura compañera de Derecho. Este renglón de intereses políticos, internacionales y culturales, lo finaliza la página del buen amigo, periodista, músico y escritor venezolano (radicado en Washington, D.C.), Alejandro Tarre. Acceda a esta página para ver los artículos que Alejandro ha escrito para Venezuela Analítica. Sus textos (aunque no el website) desenmascaran mucho sobre la situación actual venezolana, atacando los excesos de los chavistas y los fallos de la oposición.
Luego está el link a la Revista Appoint, donde cada mes reseño restaurantes . En la de junio (la que tiene la portada de Jessica Alba) está mi artículo sobre BLT Steak en el Ritz Carlton.
A continuación verán los enlaces de las universidades que he estudiado (Bachillerato en la Universidad de Georgetown), que estudio (Maestría en la Universidad del Sagrado Corazón) y a las que me han aceptado (otra Maestría en la Universidad del País Vasco [EHU, por sus siglas en vasco] y Derecho, UPR-Río Piedras).
De Mario Vargas Llosa (mi escritor favorito) en adelante, hay enlaces sobre literatura: sitios de autores, revistas literarias (si no lo han hecho ya, visiten las peruanas More Ferarum, Ajos y Zafiros, El Otro Mensual y Hueso Húmero, la calidad y creatividad de las páginas es alucinante) y, por el momento, sólo un enlace a un proyecto sobre arte puertorriqueño a nivel mundial, El Status.
Los enlaces sobre Cortázar que inician la lista están ahí, precisamente, para que los pinchen con más facilidad, porque son sitios útiles y reveladores. Rayuel-o-matic, por ejemplo, (y aunque no sea un sitio tan reciente) posee toda la novela de Cortázar en formato digital, con la opción de leerla en el orden descabellado que se ingenio el argentino-parisino. Luego y como París siempre es eterna para los escritores, los diplomáticos, los gourmet y los amantes, el sitio, Cortázar y París, tiene los fragmentos de Rayuela que hablan sobre París y cartas sobre la vida de Cortázar en la ciudad luz.
Esta lista irá creciendo, por supuesto. De hecho, aprovecho para decirles que no dejen de visitar Cielo Naranja, un sitio de la literatura dominicana que me recomendó el amigo y escritor Rey Andújar.
No puedo, sin embargo, acabar esta lista sin pedirles que me escriban o notifiquen sobre websites interesantes y llamativos que valgan la pena anunciarse bajo "Lo avanti y bourgeois". Y claro, cualquier sugerencia siempre será bienvenida.
sábado, 23 de junio de 2007
Kazuo: un amante más de los bacalaítos
jueves, 21 de junio de 2007
En el Amigo de Levittown
Pero la comida y nuestras ideas sobre el menú toman un papel secundario cuando voy con ella al supermercado. Lo importante es ver como ella disfruta (se le ilumina de felicidad el rostro) cada vez que me manda en busca de algo que olvidó en la góndola anterior y yo, muy obediente (obedecer a la madre de uno, es después de todo, una dicha) voy a procurarlo. Mi mamá está en sus tempranos cincuenta y todavía conserva un aire de niña juguetona en sus gestos, su manera de señalarme las cosas y de esperarme mientras regreso con los artículos olvidados.
Luego viene la parte en la que, yo, como niño chiquito, me antojo de artículos. En los últimas meses siempre me antojaba de un pedazo de Manchego o chorizos cantimpalo; un brie que están trayendo de Dinamarca o una botella de vino que vaya bien con el filete en setas o spaguettis al pesto que habíamos planeado para la semana. Hoy, sin embargo, fueron una bolsa de maní tostado y un disparate monumental (sobre todo para alguien que se las echa tanto de que si restaurantes caros, quesos y otras nobles comemierderías gourmandes): bolsitas de Cebollitas y Munchos de Frito-Lay. De esas bolsitas que hace como 15 años costaban a peseta (ahora cuestan $0.60) y que todavía las ponen estratégicamente en las cajas para que golosos -y nostálgicos- como yo las tomen cuando ya pensaban que habían acabado con la compra. Pues sí, me entró un bajón de 'papitas', como de vez en cuando me entra el bajón de un Whopper y Chicken Tenders.
Pero ya cuando la cajera había pasado y puesto en bolsas toda nuestra compra (ya no hay bag-boys en los Amigos, jum...), lo único que faltaba era volver a embolsarla para llevarnos doble cantidad de bolsas, porque en casa no compramos bolsitas para los zafacones...no, no. Y ese trabajo, por supuesto, mi mamá me lo delega a mí. Ahora en los Amigos, gracias a los grandes avances en el manejo de los negocios hechos por Wal-Mart, las bolsas están en estas ruedas que giran para acelerar el empaque. Pues ahí fui yo a desacelerar todo el proceso, porque sacaba una bolsa llena de compra y la metía de nuevo en otra para as asegurar el manejo de los desperdicios sólidos en casa. Hacía esto mientras mi mamá, para disimular, porque en algún momento esto de adueñarse de bolsas se había catalogado como un acto más de jaibería boricua, decía: "Sí, ponle más bolsas porque éstas se rompen de na'".
Y es cierto, nunca me perdería una gira al supermercado con mi madre por nadita de na'.
sábado, 16 de junio de 2007
Cuando los personajes habitan una ciudad
Nueva York, 9:30 de la mañana y el Capitán, todavía trajeado, escucha las notas del violín recrear la samba Brasil y la Lambada. No escuchaba la Lambada desde los Sábados Gigantes de su infancia, de su bien protegida infancia que le prohibía las donitas que freían frente a sus ojos en el K-Mart, de la infancia desde la cual nunca pensó que estaría en Nueva York, trajeado y apestoso, esperando el tren hacia su casa en Queens porque había dormido en el Lower East Side.
El tren no llega y el sudor ha alcanzado la frontera de su camisa de vestir con el saco a rayas que lleva. El sombrero de plumas le suda el pelo y gotas se le escurren hasta caer sobre los espejuelos. El Capitán de la Pluma de Ganso y el Violinista de la Gorra Nike jamás se conocerán porque nunca se dirigirán palabra alguna, pero el Capitán cree que con solamente observarlo, estudiarlo y echarle una moneda en la lata que tiene al lado le permitirá conocer lo suficiente para luego decirle a la gente que en Nueva York no estaba tan solo ná: que el Capitán había encontrado a un amigo en las cuerdas, en el sonido del Violinista de la Gorra Nike; que sólo recordando las notas del violín y los ojos satisfechos de su nuevo amigo por este caer en cuenta que de verdad tocaba una música extraordinaria junto al Guitarrista del Diente de Oro, podría proseguir con su misión de retratar todos los parques de la ciudad de New York porque ya había perdido las esperanzas de rastrear al dichoso de Luis Ponce.
El Capitán estaba verdaderamente molesto y sentía un disgusto tan ácido como el café que sirven en los diners americanos porque Luis Ponce no aparecía. Y se sentía así de rabioso porque sabía que estaba por ahí buscando y desgustando cuanto pedazo de pizza pudiera oler. El Capitán se frustraba porque en el fondo, debajo de su sombrero de plumas, él también quería ir por todos lados en busca del mejor canto de pizza de la ciudad.
Nunca encontró a Luis Ponce porque este tipo, un personaje tan poco creíble y molestosamente variable, esperó a que el sol finalmente saliera en Sunnyside, Queens para irse a explorar la ciudad; el Capitán no buscó bien y el sol salió el último día de su estadía en la ciudad. Que Nueva York está poblada de personajes y no de seres humanos se sabe desde hace tiempo, pero que los visitantes también se transformen en personajes ha causado cierto revuelo entre los pocos seres humanos normales y de bien que quedan en Nueva York. Así piensa el Capitán de la Pluma de Ganso. Se rumorea, inclusive, que Nueva York es una fábrica de personajes. Puede ser porque hay que considerar el hecho de que la ciudad también está habitada de muchos escritores y lo más seguro es que todos esos personajes que crean se quedan merodeando en la ciudad, esperando a ser definitivamente incorporados en un cuento, novela, pieza de teatro, articulo periodístico o, vayan ustedes a ver, en un blog.
El Capitán no encontró a Luis Ponce porque éste último se convirtió en turista con mapa plastificado de la ciudad en mano, en crítico de restaurantes probando pizzas e invitado al Delegate's Lounge de las Naciones Unidas; en amigo pródigo que desde el Midtown se tiró al Lower East Side para encontrarse con personas que no veía en dos años, en investigador de parques para que cuando regrese pueda saber exactamente donde se encuentran y qué hay alrededor de ellos, y en historiador para recordar en dónde concibió algunas de las ideas que algún día escribirá en su blog cafrondo. Fue también un seudo literato que se escabulló al Nueva York de los 1920 para huirle a la Prohibición y tomar un Prosecco en una taza de té en The Back Room y en romántico que le pidió a ella que por favor, cerrara los ojos, dulcemente, sin miedo, para describirle la sala, el cuarto y la rara sensación que le causaba su voz, no en pese a las distancias que los separaban. Se convirtió, pues, en ciudad, en conciudadano del Violinista de la Gorra Nike, del Guitarrista del Diente de Oro y del Viejo de la Nube Blanca que roe, a lo largo de la travesía del tren F, los últimos suspiros de un pedazo de pizza fría.
domingo, 10 de junio de 2007
La Ardillada Chez Krause y un cuento en END
Buckeystown ha sido el escenario de legendarias excursiones en nuestros años de Georgetown y de comilonas memorables. El famoso Oktoberfest de los Krause (este año cumple 27 años de tradición alemana ininterrumpida) es quizás uno de los eventos que más marcó mi experiencia en el área de Washington por el hecho de que estaba compartiendo de algo genuinamente local y marginal del área. Es maravilloso encontrar y participar en los estados norteamericanos de este encuentro de culturas y tradiciones tan distintas a la estadounidense, es como entrar a una dimensón desconocida, apartada de la formalidad de Washington.
Hace dos años, Papá Krause (como insiste que le llamemos todos los que frecuentamos su casa), me comentaba que estaba loco por matar las ardillas que se devoraban las hortalizas de su huerta. Yo le pregunté si luego de cazadas, la gente se las comía. De pasadita me comentó que sí y yo, sorprendido, le dije que me gustaría probarlas en alguna ocasión. Papá Krause felizmente accedió a que tan pronto las cazara me invitaría a probarlas. Luego de una larga espera (no es tan fácil cazar estos animalitos y buscar el momento idóneo para que me pudiera escapar de Puerto Rico) la ocasión se dio ayer. Si bien es cierto que regresé a D.C. para ver a mis amistades de universidad y rememorar mis años en la ciudad, también regresé a Buckeystown para honrar una invitación y cumplir con mi palabra de que sí, comería ardilla.
Finalmente, a las doce de la medianoche nos sentamos a la mesa a comer. Papá Krause, el chef y gourmet de la casa, será de ascendencia alemana, pero su hispanofilia y sus largas temporadas en España (es maestro de español y lo habla con un acento castizo) lo han hecho un gringo españolizado y un alemán raro, ya que la puntualidad es una palabra desconocida en el léxico familar.
La cena de ardilla fue un manjar. La carne es similar a la del conejo aunque más oscura y de un sabor levemente más intenso (debido a su alimentación silvestre). Un plato fue al estilo de Brunswick, inspirada en una receta de los Seminole de la Florida (una salsa de papas, batatas, manzana, setas, todo acompañado con un puré de batatas y chirivía [parsnip]). El otro plato fue al estilo alemán en una interpretación libre del Sauerbratten que también se utiliza para el conejo. Los trozos de ardilla son marinados en una variedad de especias y brandy, se rebozan levemente y se cocinan en una salsa a base de crema, vermouth, gengibre, pimentón de la Vera, frutas secas y cerezas frescas. Si bien al principio me sentí un poco intimidado por el animal silvestre que tenía al frente, luego de probar las suculentas patas (son la mejor parte) pude verdaderamente apreciarlas, junto al Tempranillo y Merlot que abrimos.
Acabamos de comer a eso de las dos de la madrugada. La brisa se había puesto más helada y el sueño nos invadía sin misericordia. Nuestras miradas eran largas y nuestra conversación se había desviado de las raíces árabes del castellano a una madeja sin sentido que acabamos sobre café descafeinado y una enorme tajada de Key Lime Pie que me selló en un profundo sueño del cual, me parece, todavía no me he librado.
Para los que quieran seguir leyendo, pueden leer el cuento que me publicaron hoy en El Nuevo Día. Véanlo en la siguiente dirección:
http://www.endi.com/noticia/la_revista/vida_y_estilo/espero_que_duermas_bien/228312
jueves, 7 de junio de 2007
Un intento de cuento (y plagio)
Rocamadur obedecía porque quería, no porque estuviera obligado, atrapado. Le contaba los lunares, pero además le frotaba el cuerpo y se lo limpiaba con toallas calientes y húmedas. Eres genial, Rocamadur, me conoces tan bien. El escuchaba esto y sonreía. Besaba y sonreía. Chupaba y sonreía. Gemía y suspiraba. Era Rocamadur, el lector desnudo de Cortázar.
martes, 5 de junio de 2007
Los temas de siempre - II
Si desde ya algún tiempo me había deshecho de casi todos los cuestionamientos existencialistas, en estos días me he puesto nuevamente el uniforme de trovador, de romántico y hasta de chef. He vuelto a mirar la vida de muchas otras maneras. Escribo más poesía que hace un mes pero no tanto como hacía algunos años. Creo que esto es bueno: estoy aprendiendo a ser comedido con la palabra y con las emociones, a no desvirtuar las cosas reales con la fantasía que uno se pueda inventar. ¿Y el resultado? Pues que tengo unos versos más limpios y claros y que, en general, siento que todo en este último mes ha fluido con una naturalidad alentadora y sosegada. Que cuando pienso en estos momentos que vivo, pienso en carcajadas, en intentos -exitosos- de satisfacer el paladar de una comensal importante y en una palabra que antes no solía utilizar con tanta regularidad: felicidad. Digo, si esto que siento no es felicidad, pues tiene que ser algo muy pero que muy bueno.
El uniforme de trovador y romántico significa, además de describir y referirme a buenas sensaciones, que he estado fijándome en detalles, en gestos y palabras claves, y pensando por adelantado (que necesariamente no quiere decir pensando en el futuro). Lo de uniforme de chef responde a que he vuelto a cocinar luego de ya casi diez meses que no lo hacía con la intensidad que me caracterizaba cuando vivía en Washington, DC y en Boston. No había vuelto a hacer mis amuse-bouche, mis vinagretas francesas, marinadas, y todo el mini-espectáculo que conlleva confeccionar una cena desde cero, from scratch, y frente a unos ojos inquisidores.
Estos uniformes que menciono arriba son, después de todo, un gran intento por hacer la diferencia, por darse al otro, por atreverse a hacer las cosas bien hechas; por tomar cerveza belga y alemana porque la vida es muy corta para siempre tomar cerveza mediocre.
domingo, 3 de junio de 2007
J.J. Rodríguez, invitado de La tribu
-Eres igual de inútil que mi marido -le dijo Ada a Alberto mientras sujetaba la linterna.
-Cállate la boca, chica y alúmbrame que no veo nada -le contestó Alberto metido debajo del carro.
-Si lo hubiese sabido no habría venido para esto. Por culpa de tu insistencia, mira lo que nos pasa.
-¿Pero qué tú quieres que yo haga? Yo no soy adivino.
-Ni muy inteligente tampoco -ripostó Ada irónicamente.
-Ay, no digas nada, por favor, que no estás ayudando un divino.
-Ya mismo nos llaman.
-¡Qué se joda! Ya yo pagué.
-Ah, ahora me lo sacas en cara -Ada paseaba la luz de la linterna de un lado a otro.
-¿Sacarte en cara qué cosa?
-De que siempre tú eres el que paga -afirmó muy segura.
-Me salvé yo ahora, alúmbrame que no veo.
-Y, ¿qué quisiste decir con eso?
-¿Con qué, maldita sea?
-Con eso de que tú pagaste.
-¿Y cómo estamos aquí? ¿No pagué cuando llegamos?
-Si yo sé que tú pagaste pero…
-Chica déjate de pendejadas y ayúdame.
-Pero dónde alumbro.
-Al alternador, maldita sea.
-¿Lo puedes señalar? -preguntó Ada.
-Mira mi mano aquí -dijo Alberto tocando el alternador.
-¿Y ese es el nuevo que compraste?
-Sí.
-Y se daño tan rápido.
-Pues, qué se puede hacer.
-Claro, como tú no tienes marido, yo, que me joda.
-No seas estúpida, por favor.
-Si me hubiese ido para mi casa estaría mejor.
-No te preocupes, que después de esta vez no te jodo más.
-Créeme, te voy a tomar la palabra -Ada contestó sin el menor reparo.
-Aquí está el problema -dijo Alberto sacando el alternador de su base.
-¿Eso es el atenador? -dijo Ada muy interesada.
-¿El qué? -preguntó Alberto con una sonrisita cínica.
-El atenador, la pieza esa.
-El alternador, al-ter-na-dor -Alberto acercó el aparato a su mejilla derecha.
-Pendejo, arregla eso y déjate de estupideces.
-Búscame en la gaveta del carro el diagrama que me dio Pilón.
-Toma y avanza que estamos tarde -Ada le dio el papel.
Garaje de mecánica Pilón
Diagrama de un alternador
1] Los diodos, convierten la CA en CD |
-Estamos mal.
-Y ahora te das cuenta -una enérgica mirada pasó por los ojos de Ada.
-Esto no va a prender nunca, ni empujao si quiera.
-¿Y qué paso ahora?
-Chica las escobillas se quemaron.
-Las escobillas y ¿qué es eso ahora?
-Esto que esta aquí -Alberto señalaba el área del alternador donde había ocurrido el corto circuito.
-Alberto, son las siete de la noche, ¿qué vamos hacer? -le preguntó muy preocupada.
-Lo último, llamar a una grúa que nos venga a buscar.
-¿Qué? Pero tú estás loco -dijo Ada alterada.
-Y ¿cómo vamos a salir de aquí?
-Pero ¿tú estás seguro que el carro no prende?
-Claro que estoy seguro, si yo sé de esto.
-Tú no eres mecánico, trabajas en construcción.
-Pero es lógico que si no hay corriente no prende.
-Pues hay que hacer algo y rápido. Antes de que sean las ocho.
-¿Por qué?
-Porque a esa hora llega mi marido.
-Pero si él esta de viaje.
-Pues no fue, ¿no te lo dije?
-¡Claro que no!, si lo hubiese sabido no estuviera aquí.
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-Yo sé que fui yo, no me lo tienes que restregar en la cara.
-“¡Ay, te compré algo!” “¡Ay, modélamelo!” -Ada repetía en un tono burlón.
-Pues mira lo que nos pasó por tus bellaquerías.
-Ahora soy un bellaco, eso no era lo que decías hace dos horas atrás.
-No empieces, por favor, y ve pensando como vamos a salir de aquí.
-En una grúa, te dije.
-Pues llama la dichosa grúa esa y ni creas que voy a salir.
-¿Con qué dinero la voy a pagar?
-¿No tienes nada?
-Nada, si todo lo gasté aquí.
-Mira, Alberto, llama la grúa esa que yo la pago -finalizó Ada con carácter.
-Pero, ¿te vas a molestar conmigo? -le dijo mientras paseaba su mano por su hombro.
-Sí, claro me voy a molestar contigo -dijo Ada sacando la mano de Alberto de su hombro
En ese mismo instante el teléfono del cuarto sonó.
-Cógelo, avanza -le ordenó Ada.
Alberto levantó el teléfono y sus ojos se le llenaron de oscuridad.
-Buenas noches, es para informarle que ya consumió las ocho horas -dijo una voz áspera entre molesta y cansada.
-Sí, ya lo sé -Alberto aclaró su garganta-. Lo que ocurre es que el carro no prende; creo que necesitaré una grúa.
-No hay problema, ahora mismo le conseguiré una.
-Muchas gracias -contestó Alberto.
-Ah, y recuerde que son diez dólares por cada hora adicional.
Alberto colgó el teléfono y de su mirada salió una estática que se quedó posada sobre Ada. Ésta le devolvió un impulso de desprecio que Alberto no pudo esquivar. Los dos, descargados de amor, esperaron a que llegara la grúa. Su amor se hizo más veloz que la misma luz cuando se mezcló con el hastío de lo cotidiano.
J.J. Rodríguez (Río Piedras, 1982) todavía recuerda el olor a polvo que estaba adherido a la portada de un Manual de Historia de William McNeil, cuando a sus dieciséis años lo tomó por primera vez. Grueso como él sólo, no se espantó de esto y desde que lo empezó a leer aquel día, su vida no fue la misma. Ya no se esconde de sus amigos cada vez que lee como hacía antes, porque leer está de moda.