jueves, 30 de septiembre de 2010

El grosor de mi wallet en La Acera

Ya me dijeron riquito en un comentario de un anónimo en La Acera. Obviamente no es la primera vez que me lo dicen. Esto de escribir sobre comida trae cositas como éstas.

El comentario me pareció gracioso ya que las personas que me conocen saben que puedo ser cualquier cosa menos riquito. Ahora, sin embargo, las probabilidades de que me vuelvan a decir riquito o blanquito (que en este país casi siempre suele ser lo mismo) son mucho más altas a partir de la publicación de la tercera entrega de mi crónica de Washington, D.C. ¿Por qué? Pues porque hablo de comida. Duh! Porque fui a un montón de restaurantes y ahora me dio la gana de hablar de ellos. Porque sobre la mesa no perdono. Porque cada vez que tengo un rato libre de la eterna tormenta del Derecho, me pongo a leer sobre comida, a ver el Food Network, el Canal Gourmet. Porque leo más la sección de comida del HuffPost que cualquier otra.

Entiendo por qué las personas que me leen sin conocerme personalmente puedan caer en descartarme como un simple ricachón. Algunos de mis amigos más cercanos, inclusive, me han descrito como bon vivant y hedonista. Y puede que tengan algo de razón pero, claramente, el hecho que ellos me perciban así o, digamos, que yo sea así no crea una correspondencia automática a que yo tenga chavos con co...

No es así de fácil bróder.

Es difícil hablar de ciertos actos que son considerados como placeres absolutos. Sobre todo, es difícil cuando tienes un poco de conocimiento especializado sin haber tomado clases, sin venir de una familia de chavos. Les duele que no seas del establishment y te le sientes al lado a comer mejor que ellos sin pagar un centavo. A ver como la comida ha pasado de ser una mera necesidad a un espectáculo equivalente a conciertos de rock.

Lo cierto es que comer, en su esencia, no deja de ser un momento de comunión. Y la gente de estos U.S. and A está reaprendiendo lo que en Europa nunca dejaron de hacer. Fue una tragedia y todavía lo es en EE.UU. y en Puerto Rico que muchos hayan olvidado lo delicado que tiende a ser la comida, específicamente su preparación en arás de acelerar el motor capitalista. Un motor que depende de los productos alimenticios extremadamente procesados haciendo desaparecer la conexión natural que el consumidor debe tener con los productores, los animales y las mismas plantas. Todo esto se pierde en mecanismos diseñados para alargar la vida del alimento y abaratar su costo alimentando a más por menos. Y en el capitalismo, como lo barato sale caro, pues la marginación del pobre se traduce a una marginación alimentaria.

Yo sigo siendo un sibarita, es cierto, pero el serlo no es razón suficiente para que se me proscriba opinar sobre las vastas desigualdades tanto en la mesa de comer como en la del poder. El problema lo tienen esas personas que les sabe a mierda todas estas verdades.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Juan, el Loco

Sin intención de ofender la memoria de un ser que pasó a la inmortalidad y a quien conocí e interactué con él en múltiples ocasiones, me parece que no hay mejor título para un texto que intenta celebrar la arriesgada vida de don Juan Mari Brás que éste.

Loco, como la derecha puertorriqueña lo retrató hasta demonizarlo como un hijo postizo de Fidel Castro (recuerdo un volante que la avanzada del PNP de Bayamón dejó en los buzones de mi urbanización, con una foto de Mari Brás, Gallisá y Rubén, cual entes malignos, advirtiéndonos de la hecatombe que ellos tres representaban para Puerto Rico): comunista, antiamericano y, lo peor de todo, solidario.

Loco por fundar movimientos, partidos, congresos; por apoyar a los estudiantes y a las mujeres; a los movimientos antiimperialistas del mundo entero; por viajar con rumbo incierto por la Europa socialista para buscar apoyo internacional al caso de Puerto Rico.

Loco, como lo llamaron en algún momento en el PIP por sus posturas de extrema izquierda, en nada cónsonas con el socialismo puertorriqueño "light" que pretendían profesar los líderes de ese partido.

Loco por querer llevar a cabo "experimentos jurídicos" inteligentes y creativos para así retar los límites de nuestra enredadera colonial.

Loco por sensibilizar la lucha revolucionaria sin el vacío de la venganza ante el vil asesinato de su hijo, Chagui.

Loco por buscar la convergencia y la unión independentista.

A Juan lo enteraron el domingo en su Mayagüez del alma a sus 82 años. La única vez que fui a su casa, hace tres años, él se bajó de la Pathfinder verde que manejaba y nos enseñó a mí y a Rafy Anglada la espectacular vista desde la loma donde situaba su casa: abajo y tomando todo el horizonte frente a nosotros, se encontraba destellante por el sol de las tres de la tarde el Canal de la Mona, ese brazo de mar que nos unía con el resto de las Antillas.

Desde la muerte de Mari Brás, sin embargo, la vista ha cambiado. Antes que él, Lolita se nos había ido y el resto de los líderes del independentismo de la vieja guardia en algún punto, más temprano que tarde, también se van a ir. Pensaba en esto y escuchaba los llamados a la unidad independentista de Juan Raúl al lado del féretro de su padre. Recuerdo la habladuría que surgió luego del fallecimiento de Lolita; recuerdo los intentos, los gritos, más bien, de diferentes voces del independentismo de que hacía falta la convergencia, el marchar juntos, todo esto, luego del ajusticiamiento de Filiberto en 2005.

Estamos en el 2010 y me pregunto, ¿cuántos líderes independentistas más hace falta que mueran para lograr la unidad tan deseada?

Días antes de la muerte de Mari Brás el PIP ya le había declarado la guerra al nuevo movimiento soberanista, el MUS, inclusive, antes que el mismísimo PPD reaccionara (todo luce indicar que los populares han preferido ignorarlo ante la torpeza de definirse ideológicamente entre ellos mismos). Y cuando se nos murió otro patriota más, el Juan Rául esgalilla'o y lloroso pidiendo ante la plana mayor del independentismo la unidad, el resultado más patético y bochornoso, la única respuesta a ese llamado fue una sonrisita falsa del líder verde.

Mucho ha cambiado el paisaje desde aquella tarde de hace tres años frente al Canal de la Mona. Estuvimos en su casa reunidos para trazar parte de la estrategia internacional de cara a una nueva ronda de audiencias ante el Comité de Descolonización. Inspirado por el trabajo y gesta de grandes abogados como Mari Brás, Noél Colón Martínez, Wilma Reverón y Rafy Anglada, decidí entrar a la Escuela de Derecho en 2007. Este agosto me gradué y ayer, en los pasillos de esa misma Escuela, mientras hablaba con un compañero de segundo año sobre la muerte de Juan Mari y la unidad independentista, él, sin tapujos, corrigió mi pregunta sobre cuántas muertes más harían falta y me dijo: "Para que se una el independentismo, todos los líderes atornilla'os se tienen que morir". Desarmado y reconociendo la verdad de su aseveración, no me quedó otro gesto más que sonreír.

La tribu errante