Carta Abierta a la Profesora Vivian Neptune, Decana Auxiliar de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico
Con el mayor respeto y consideración, entiendo que la Escuela de Derecho no está preparada para continuar los procesos académicos con normalidad. No es posible afirmar que la entrada al campus por parte de la policía, la subsecuente ocupación y el aviso de permanencia indefinida que la acompaña es normal. La normalidad no se alcanza mediante la costumbre o mediante un mero posicionarse en el hábito. Menos aún cuando se nos exige como estudiantes que asumamos la presencia de un contingente de policías, vehículos todo terreno, macanas, chalecos antibalas y armas de fuego como parte de nuestra cotidianidad estudiantil. Al igual que usted lo hiciera meses atrás, yo repudio cualquier intento de violentar o eliminar la Política de No Confrontación y me distancio de cualquier compañera o compañero administrador, docente o estudiante que así lo haga. Una mirada a la historia bastará para entender que, en este contexto, no estamos seguras ni seguros en el recinto. No están seguros nuestros cuerpos, nuestras mentes; no lo está el pensar que motiva la existencia misma de lo que concebimos como Universidad.
Al inventario de abusos y atropellos históricos que se dieron hace décadas en nuestro campus se suma la memoria cercana de los empujones, golpes, gas pimienta, macanazos que recibimos muchas y muchos hace apenas unos meses. Todavía tenemos miedo cuando atravesamos un contingente de policías; aun temblamos cuando escuchamos que la Fuerza de Choque está activada; aún miramos nuestros cuerpos y el de las compañeras y compañeros y recordamos el lugar exacto donde se nos intercambió una consigna o un acto de desobediencia civil pacífica por el insoportable ardor en la piel producto de los gases o un moretón provocado por una bota o una macana de un agente policíaco. Estuve allí, y puedo casi identificar cada espacio de brea que ocupó cada uno de nosotros mientras nos abrazábamos y llorábamos de la rabia e impotencia aquella madrugada nefasta en que docenas de oficiales policíacos, entre estos Fuerza de Choque, nos arrebataron la Universidad. Aún esa noche, profesora, en medio de un piquete masivo formado de centenares de personas y que ocupara la avenida en su totalidad hasta las tres de la mañana, creíamos que ustedes estarían de nuestro lado. Como hace apenas unos meses, como en aquella carta que usted escribió en repudio a las expresiones del Decano Roberto Aponte Toro, como en aquel momento. Eso forma parte de nuestro haber, profesora, irreductiblemente.
¿Acaso, esta vez, se nos invita a hacer caso omiso al precedente? ¿Tenemos que eliminar selectivamente el acontecer histórico y social que nos llevó a adoptar la Política de No Confrontación como uno de los estandartes más preciados de lo que ha de ser la Universidad? ¿Es este contexto uno tan particularizado, con garantías distintas, que justifique obviar lo ocurrido y amilanarnos a una ocupación indignante? ¿Podemos supeditar la seguridad física de las y los compañeros de la comunidad universitaria, TODOS, en pos de cumplir con un calendario académico? ¿Han de ser estas las aspiraciones, entiéndase calendarizar, asistir al aula de clases, cumplir con fechas, términos y horas contacto, tomar exámenes, las únicas que debemos avalar nosotras y nosotros futuros juristas?
No. No pueden serlo. No hoy. Jamás. Responder a estas preguntas en la afirmativa implicaría la negación de aquellos ideales particulares que me trajeron a la Escuela de Derecho. Es defender lo indefendible, cubriendo con el manto de la responsabilidad académica una responsabilidad social y más apremiante que nos rodea y nos exige participación activa. Desde cualquier postura, a favor o en contra de paros o huelgas, lo indefendible no deja de serlo a fuerza de dar la espalda y continuar como si nuestra Escuela estuviera ajena a lo que sucede en la Universidad. Las y los futuros juristas de la UPR somos parte de la UPR. A ella le debemos nuestro pensar, el debatir libre de restricciones internas o externas, la posibilidad de diferir sin miedo a la represión. Estas son nuestras cartas de triunfo. Para nosotras y nosotros son irrenunciables, cueste lo que cueste.
Por mi parte, la situación actual en la Universidad me parece dolorosa, angustiante y nefasta. Todos los días, cuando estoy con mis compañeras y compañeros en la Ponce de León y los veo luchar, resistir, dormir unas y unos sobre otras y otros, conocerse por vez primera y reconocerse estudiantes de siempre, me duele. De igual manera, siento vergüenza e indignación cada vez que me enfrento a una circular, una expresión, una citación que aminora y da un hálito ficticio de normalidad a la situación actual. Durante los últimos dos días, en la madrugada, me he cuestionado si entraría a tomar mis clases, si debería sentarme a estudiar, si debería hacer como el resto. Sabe, profesora, me basta mirar a mi alrededor, pararme en la avenida, contemplar lo que nos queda de Universidad, para que surja un “no” sin posteriores consideraciones.
¿Es ésta la misma Universidad que miraba cuando pequeña, cuando estudiaba en el colegio y comencé a ser parte de la comunidad riopedrense, durante mi bachillerato, cuando decidí entrar a Derecho? No lo es, profesora. En estos momentos, no podría serlo. No así, ocupada, invadida, violentada. Sin embargo, vivo convencida de que el aunar de apoyo de todos los que conformamos parte de la Universidad puede devolvérmela. Nos la puede devolver. Me gusta pensar que aquí estamos los estudiantes, que ahora lo que nos falta es que nos regresen nuestra Universidad.
Soy una estudiante que se ha destacado académicamente porque comprendo que estar en la Universidad también requiere un grado de compromiso y entrega a los estudios que no puede ser abandonado. Sin embargo, los estudios no son la razón que me movieron y me continúan dirigiendo a ocupar una silla en L2. En todo caso, son una razón más. El quehacer académico no se reduce a la asistencia a clases o a tomar un examen y sumar puntos a un promedio. El quehacer académico se dirige inherentemente a la posibilidad de crear un pensamiento crítico y defender aquellos valores que me trajeron a la Universidad, que me mantienen aquí no como una máquina capaz de memorizar doctrinas y requisitos, sino como un miembro activo, partícipe y ante todo solidario de mi comunidad universitaria.
Por todo lo cual, profesora, la entrada a un campus ocupado me parece inconcebible. En estos momentos, reafirmo que no entraré a ninguna clase que se imparta dentro de este recinto inundado de policías. En primera instancia, temo por mi seguridad física y la de mis compañeras y compañeros. No quiero ser cómplice de ningún derramamiento de sangre ni de esos hechos advertidos por una historia que amenaza con retornar para ensombrecer nuestro devenir universitario. Segundo, y más importante aún, no permitiré que mi capacidad de pensar, mi espacio de debate, ese que debe ser la Universidad, sea ocupado también. Ir a la Universidad en estos momentos es avalar las expresiones de un gobierno que afirma que acabará con la izquierda. En otros términos, implica apoyar la gestión para erradicar el pensamiento diferente que es siempre, por definición, radical. Eso es intolerable y contrario a los principios que se nos imparten en nuestra Escuela. No se trata de tener un proyecto ideológico particular, de paros o huelgas, se trata de mí, posicionada en la Universidad, con garantías suficientes de libre pensamiento y expresión. No apoyaré con mi presencia que el pensamiento sea carne de cañón en el juego de poder institucional. Jamás.
Entiendo el costo de esta decisión. No puedo afirmar que no tengo miedo. Lo tengo. Yo también tengo interés en terminar el semestre, mantener mi promedio, graduarme y culminar mi Juris Doctor. Quiero ser jurista. Quiero ser profesora. Quiero formar parte de mi Universidad, hoy y siempre. Pero entiendo que ese proceso sólo será posible caminarlo cargada de dignidad y de unos principios esencialísimos que se oponen a entrar hoy y ahora, en este contexto particular, al recinto riopredrense. Estoy dispuesta a asumir las consecuencias de mi pensar. Es precisamente esa la razón por la que no entraré al campus mientras esté militarizado: quiero, ante todo, poder tener la libertad de asumir las consecuencias de mi pensar.
Respetuosamente,
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