miércoles, 15 de enero de 2014

Adiós, Miraflores

Tomaba combi para ir y venir de mi casa en la cuadra 3 de Recavarren, una de las pocas emblemáticas calles miraflorinas que aún guardan el viejo encanto del distrito veraniego de la clase alta limeña de los 1940 y 1950. Junto a la calle paralela Bellavista, este sector de Miraflores es la favorita del alcalde Jorge Muñoz o por lo menos así lo declaró a la revista Cosas Hombre hace unos 6 meses. También es mi favorita. 
Yo leía el periódico un domingo en el Malecón, frente al Pacifico, con el referente del Morro Solar donde hace más de 130 años los peruanos fallaron en contener el avance chileno que subyugaría a la capital por tres largos años. Miraflores, sin embargo, fue la que me subyugó desde mi primer encuentro con sus calles en las novelas de Mario Vargas Llosa que mi padre me empezó a regalar antes de iniciar la secundaria. 
Creo que ha sido más esa memoria generada en mi encuentro con la literatura la que ha guiado mi estadía de dos años en esta parte de Lima, alejada del centro, pegada al mar, pero elevada sobre los acantilados de la Costa Verde. De sus apacibles aceras bañadas con la sombra de sus centenarios árboles o el rubor de las palomas en sus parques y plazas que, llenas de gente, evocan tiempos en los que no había Wi-fi ni smartphones ni tablets
Al bajar de la transportación colectiva, iba a pie a empezar una nueva caminata agradable sin tener otro destino que no sea el recuerdo de mis primeras lecturas y las constantes historias que mi padre contaba todas las mañanas en la mesa del desayuno en Puerto Rico. Esas que han sido el génesis de mi periplo a Lima. Esas que me acompañarán, sumadas a las mías, ahora que dejo a Miraflores (temporalmente) y voy en busca de otras partes de Lima que alimenten el código genético de mis historias. Así, el camino hacia mi apartamento era también una travesía por universos varios.
Ahora que me voy me invaden las mismas imágenes de cuando hace ya varios años salí de Miramar y Santurce, puesto que hay esquinas miraflorinas que evocan esas otras coordenadas del barrio de San Juan. La cercanía al mar, sus grandes árboles sobrevivientes al cemento y al asfalto, la arquitectura señorial de las pocas casas de la época de oro que aún quedan de pie y el afán artístico y musical de sus habitantes más jóvenes de dotar sus calles de una estética importada del Norte pero siempre, siempre, criollizada, son paralelismos evidentes, que saltan a la vista, al tacto, al olfato entre la Isla y este distrito limeño.

Del Perú no me despido, solo de un barrio. Y pasa que es casi como cambiar de país.

La tribu errante