miércoles, 1 de febrero de 2012

"A veces los trabajadores humanitarios tenían poco de humanistas [...]

[...] pronto descubrió que la comunidad de expatriados --como solían llamarse los miembros de las organizaciones no gubernamentales-- estaba plagada de individuos excéntricos, amargados, tozudos y soberbios . . . Muchos de los cooperantes se veían como salvadores o mesías, seres excepcionales que merecían el reconocimiento (y de paso la sumisión) de las víctimas; otros parecían tomarse su estancia en lugares tan miserables y exóticos como los territorios ocupados --sucedía lo mismo en África, en el sudeste asiático o en Haití-- como si fuese una temporada vacacional que, además de proporcionarles entretenimiento, les permitía presumir su altruismo; unos más no se diferenciaban de otros burócratas y repartían la ayuda con la misma displicencia con que hubiesen llenado formularios en una aduana.

. . . le escandalizaba la apariencia y la actitud de algunos de sus colegas: llegaban al campo de refugiados en jeeps último modelo, rodeados de choferes y asistentes, vestidos como si fuesen a un safari, luciendo sofisticados sistemas de radio; hablaban un idioma incomprensible, trufado de términos ambiguos o eufemísticos --beneficiarios, países en vías de desarrollo, personas con deficiencias nutricionales--, atiborrado de siglas y abreviaturas ignotas. No era raro que los propios cooperantes se burlasen unos de otros y se inventasen nuevos nombres: SC (Save the Children) se volvía Shave the Children o Save the Chicken, MSF (Médicos sin Fronteras) devenía Médicos sin Futuro, ACF (Action contre la Faim) se transformaba en Action contre les Femmes o MDM (Médicos del Mundo) en Médicos de Mierda."

-Jorge Volpi, No será la Tierra
(2006)


La tribu errante