Cuando la gente se activa políticamente (y ahora con el Internet es bien fácil) los países tienden a mejorar. Por eso me alegra ver a personas que hace apenas un año o seis meses atrás detestaban cualquier acercamiento científico o práctico a la idea del activismo político o, sencillamente, a la discusión de los problemas actuales, y ahora simpaticen, hagan ruido (no importa el bando en que estén) y vayan, con sus acciones y ejemplo, construyendo un nuevo país.
Hay sin embargo, un rebaño numeroso de estos nuevos "activa'os" que me causa preocupación.
Lo más que me produjo dudas (y hasta risas) fue ver el vuelco de 360 grados que muchos apáticos hicieron para saltar embravecidos a la lucha ("cualquiera que sea, mientras más me sigan llamando 'rebelde', 'contra sistema' o 'raro', mejor me siento") como 'revolucionarios de izquierda' gracias a la popular primera huelga universitaria de 2010 que comenzó en abril. Claro, son revolucionarios en el sentido que siguen por Facebook y Twitter a cuanta organización comunista-socialista-obrera-refundacional-anarquista-prohuelga el Internet 2.0 parió por medio de las contracciones (previsibles) del gobierno Fortuñista.
De repente la huelga se transformó en lo in, en el estilo de la (larga) temporada Verano-Otoño-Invierno 2010; en un tipo de vanguardia social-artística-radical, catapultada de esta manera por la increíble gama de anónimos que sueñan con ser personalidades y buscan, a toda costa, ser héroes del "Minuto a minuto" de El Nuevo Día o, por lo menos, de su Timeline o NewsFeed.
Darle Like, Follow y añadir como amigos a huelguistas y a sus simpatizantes, y no hacer nada más es, hoy en día, el equivalente a leerse el Manifiesto Comunista o levantar el puño izquierdo mientras se entona La Borinqueña revolucionaria y luego jartarse de caviar y champagne en Nochebuena. Eso es un compromiso político que redunda en lo light sino se agranda el combo con la educación, la movilización y la aplicación. La clave no es sólo pretender entender lo que está pasando, sino cómo, individual y colectivamente, podemos provocar los cambios que nuestra sociedad necesita. Es en este aspecto final que el 'revolucionario à la mode' se derrite
Twittear, "Yo apoyo los estudiantes, y De la Torre y Fortuño son Nazis" contribuye a la búsqueda de soluciones de la misma manera que poner en el status "La huelga la dirigen un chorro de mafuteros, pelús y anarquistas" o repetir el mantra que "Sin Estados Unidos como garante (colonial) de nuestro orden, hace rato hubiésemos descendido varios anillos del infierno de Dante" (optimistas acérrimos son éstos, porque hace rato que la PRT cobra como local una llamada de Puerto Rico a la casa de Satán) nos ayuda a elevar el diálogo democrático y crecer como país pensante.
Codearme entre los héroes del "Minuto a minuto" o taguearme en sus fotos y luego capear o salir con malacrianzas a la gente cuando me piden que, por favor, no conteste el celular en el cine es a lo que se reduce el bregar Chicky Star colectivo de nuestro país y la pose trasnochada de creerse un paladín de la libertad de expresión, la justicia y el progreso social, simplemente por mis ritos de asociación nocturna y bebelata infinita.
Por esto la izquierda e intelligentsia puertorriqueña pierde mucha de su credibilidad: porque se mercadea como un estilo de vida más, como una marca que te provee de cierto status social (nosotros los pensantes y cultos; ellos los analfabetos).
La izquierda como un iPad.
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