Sin intención de ofender la memoria de un ser que pasó a la inmortalidad y a quien conocí e interactué con él en múltiples ocasiones, me parece que no hay mejor título para un texto que intenta celebrar la arriesgada vida de don Juan Mari Brás que éste.
Loco, como la derecha puertorriqueña lo retrató hasta demonizarlo como un hijo postizo de Fidel Castro (recuerdo un volante que la avanzada del PNP de Bayamón dejó en los buzones de mi urbanización, con una foto de Mari Brás, Gallisá y Rubén, cual entes malignos, advirtiéndonos de la hecatombe que ellos tres representaban para Puerto Rico): comunista, antiamericano y, lo peor de todo, solidario.
Loco por fundar movimientos, partidos, congresos; por apoyar a los estudiantes y a las mujeres; a los movimientos antiimperialistas del mundo entero; por viajar con rumbo incierto por la Europa socialista para buscar apoyo internacional al caso de Puerto Rico.
Loco, como lo llamaron en algún momento en el PIP por sus posturas de extrema izquierda, en nada cónsonas con el socialismo puertorriqueño "light" que pretendían profesar los líderes de ese partido.
Loco por querer llevar a cabo "experimentos jurídicos" inteligentes y creativos para así retar los límites de nuestra enredadera colonial.
Loco por sensibilizar la lucha revolucionaria sin el vacío de la venganza ante el vil asesinato de su hijo, Chagui.
Loco por buscar la convergencia y la unión independentista.
A Juan lo enteraron el domingo en su Mayagüez del alma a sus 82 años. La única vez que fui a su casa, hace tres años, él se bajó de la Pathfinder verde que manejaba y nos enseñó a mí y a Rafy Anglada la espectacular vista desde la loma donde situaba su casa: abajo y tomando todo el horizonte frente a nosotros, se encontraba destellante por el sol de las tres de la tarde el Canal de la Mona, ese brazo de mar que nos unía con el resto de las Antillas.
Desde la muerte de Mari Brás, sin embargo, la vista ha cambiado. Antes que él, Lolita se nos había ido y el resto de los líderes del independentismo de la vieja guardia en algún punto, más temprano que tarde, también se van a ir. Pensaba en esto y escuchaba los llamados a la unidad independentista de Juan Raúl al lado del féretro de su padre. Recuerdo la habladuría que surgió luego del fallecimiento de Lolita; recuerdo los intentos, los gritos, más bien, de diferentes voces del independentismo de que hacía falta la convergencia, el marchar juntos, todo esto, luego del ajusticiamiento de Filiberto en 2005.
Estamos en el 2010 y me pregunto, ¿cuántos líderes independentistas más hace falta que mueran para lograr la unidad tan deseada?
Días antes de la muerte de Mari Brás el PIP ya le había declarado la guerra al nuevo movimiento soberanista, el MUS, inclusive, antes que el mismísimo PPD reaccionara (todo luce indicar que los populares han preferido ignorarlo ante la torpeza de definirse ideológicamente entre ellos mismos). Y cuando se nos murió otro patriota más, el Juan Rául esgalilla'o y lloroso pidiendo ante la plana mayor del independentismo la unidad, el resultado más patético y bochornoso, la única respuesta a ese llamado fue una sonrisita falsa del líder verde.
Mucho ha cambiado el paisaje desde aquella tarde de hace tres años frente al Canal de la Mona. Estuvimos en su casa reunidos para trazar parte de la estrategia internacional de cara a una nueva ronda de audiencias ante el Comité de Descolonización. Inspirado por el trabajo y gesta de grandes abogados como Mari Brás, Noél Colón Martínez, Wilma Reverón y Rafy Anglada, decidí entrar a la Escuela de Derecho en 2007. Este agosto me gradué y ayer, en los pasillos de esa misma Escuela, mientras hablaba con un compañero de segundo año sobre la muerte de Juan Mari y la unidad independentista, él, sin tapujos, corrigió mi pregunta sobre cuántas muertes más harían falta y me dijo: "Para que se una el independentismo, todos los líderes atornilla'os se tienen que morir". Desarmado y reconociendo la verdad de su aseveración, no me quedó otro gesto más que sonreír.
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