Radio Universidad me ha salvado una vez más.
Esta vez lo ha hecho de la arenilla que se cuela por las ventanas, la mierda de y olor a paloma de mi salón y el brusco trato de una señora de escasas lecturas y poca civilidad. Ella es de las cafres malas, de las que tratan de ocultarlo, pero que a la primera oportunidad la embarran; es la cafre antológica, la que nunca podrá ser parte de la verdadera tribu de los cafres de Sudáfrica (víctimas indefensas del mal(h)ab(l)ar de los siglos y el coloniaje) o de ninguna otra tribu que no sea la de la barbarie cultural, la del faux-pas social, y la del uso de muletillas y frases recicladas. Ella es, pues, miembro de la tribu del malgusto nato y puro.
En esta espera que lleva ya una semana entera, el tiempo se ha vuelto una simple excusa para transcribir cualquier pensamiento al papel; para revisar incontables veces mi e-mail, leer las noticias una y otra vez, leer cuentos y ver las fotos y comentarios en mi blog. Onanismo informático. Radio Universidad tan sólo me mantenía unido a la voz y presencia humana, porque no había nadie más esperando conmigo.
Pero claro, luego de haber escrito esto en un papel, lo estoy pasando a computadora. La dependencia con la computadora es continua. El hábito de estar frente a ella, de una forma u otra, nos hace sentir escuchados, acompañados. Somos seres, después de todo, que odiamos la soledad.
Odiamos la soledad y esperar en un salón desvencijado por la entrevista de salida con esta señora. Me pregunto si toda esta espera era una vendetta a los que ella detestaba o si simplemente era una manera de mostrar su autoridad, de aplastar a aquellos que consideraba inferiores.
Y cuando me llamó, entré, esperé todavía un poco más, pero ya cuando salí no hubo marcha atrás. Casi corriendo llegué a mi carro –eran las doce del mediodía– bajé las ventanas, me abrí la camisa de botones y, obviando por un instante a Radio Universidad, puse el CD de Mima y pensé que si no fuera por la amenaza de lluvias (las nubes se amontonaban en la costa y hacía un calor pegajoso), hoy sería un buen día para ir a la playa. Pero ni loco iba a esperar a que aclarara.
4 comentarios:
Esos escenarios de esperas impersonales son bien interesantes.
Sobre todo en oficinas médicas.
La ley HIPPA sólo sirve para que la gente se sienta más estimulada a comunicarle al resto del mundo todas sus interioridades (literalmente).Termina uno aprendiendo nomencalturas y farmacología del vox-populi.
Las esperas burocráticas esas sí son más odiosas, sólo te recuerdan lo inútil que uno se puede llegar a sentir y revive las ganas de tener una vida con menos esperas.
¡Uf! Hace poco tuve que ir a una oficina regional de Acueductos. Grrr. ¡Horror! Horas y horas de espera para crear una cuenta. Muchas personas estaban bélicas con las facturas. ¿$400 en agua? Damn! Yo me entretuve con unas doñitas hablando de chismes sobre gente que desconozco y los novios del pasado.
anahí:
Yo propongo un paper-less, e-government... Pero, cuándo carajo este país se pondrá al día?
madam:
Claro hay otros tipos de espera, como ésta en la que estoy sumido y me lleva a cantar esas iluminadoras líneas de Christian Puga y los Ladrones Sueltos: "Te sigo esperando/como el cielo espera al sol".
Yo me conformo con un shithead-less government.
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