Extracto de investigación # 1: La discoteca “The Noyz”, viernes noche (25/02/05), con anotaciones
Desde afuera, esperando en fila, se sentía el bajo desatarse con una furia insolente llevando a la muchedumbre a creer, por unos instantes, que el epicentro de tal retumbe se originaba en sus pechos. Pero era viernes, «noche de pariseo, sandungueo y perreo»,[1] como anunciaban los volantes esparcidos por las escuelas y universidades, en la legendaria discoteca The Noyz.[2] La mayoría de los jóvenes apostados en la acera esperaban con una paciencia desconcertadora. Muchos de los padres o extraños a lo que, eufemísticamente, se denomina ‘el género’, se habrán sorprendido al pasar por esta calle del Viejo San Juan y ver a esta concentración de juventud reguetonera esperar por su ingreso en una total –y contradictoria– tranquilidad. Estos observadores ignoraban que estos jóvenes en fila (vestidos en una combinación repetitiva de uniformes deportivos, mahones dos o tres tallas más grandes, ellos; camisitas ligeras y pegadas, acompañadas de mini faldas o jeans abraza-caderas, con los ‘gistros’ asomándose carifrescos, ellas) tenían la certeza de que estaban donde únicamente querían estarlo esa noche y que, una vez dentro, romperían esa tranquilidad acartonada y le someterían al perreo.
Desde afuera, esperando en fila, se sentía el bajo desatarse con una furia insolente llevando a la muchedumbre a creer, por unos instantes, que el epicentro de tal retumbe se originaba en sus pechos. Pero era viernes, «noche de pariseo, sandungueo y perreo»,[1] como anunciaban los volantes esparcidos por las escuelas y universidades, en la legendaria discoteca The Noyz.[2] La mayoría de los jóvenes apostados en la acera esperaban con una paciencia desconcertadora. Muchos de los padres o extraños a lo que, eufemísticamente, se denomina ‘el género’, se habrán sorprendido al pasar por esta calle del Viejo San Juan y ver a esta concentración de juventud reguetonera esperar por su ingreso en una total –y contradictoria– tranquilidad. Estos observadores ignoraban que estos jóvenes en fila (vestidos en una combinación repetitiva de uniformes deportivos, mahones dos o tres tallas más grandes, ellos; camisitas ligeras y pegadas, acompañadas de mini faldas o jeans abraza-caderas, con los ‘gistros’ asomándose carifrescos, ellas) tenían la certeza de que estaban donde únicamente querían estarlo esa noche y que, una vez dentro, romperían esa tranquilidad acartonada y le someterían al perreo.
Esta relativa calma también se puede explicar por el hecho incuestionable de que, una vez dentro de la ‘disco’, no habrá recepción alguna para hacer llamadas con el móvil: por eso en la fila, estas manadas que en cuestión de media hora se abalanzarán sobre la pista de baile, no paraban de hablar por celular, de mandar y contestar mensajes de texto, y –aunque esto lo puedan hacer adentro– de tomarse fotos con esas diminutas cámaras que ahora vienen incluidos con el teléfono móvil si te abonas al plan de $69.95 al mes.
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He tratado de crear un alter ego reguetonero, pero al parecer en la fila no me funcionó y eso que fui ayer con Pablo para «blin-blindearme»[3] y acicalarme para esta noche. Primero me pasó la número dos («Eres muy cabezón para la uno», me dijo); luego me prestó tres camisas (primero camisilla de manguillos Hanes, luego polito Ecko extra grande, todo debajo de una camisa abierta de los New York Yankees); jean también Ecko y de talla extra grande que ocultaba las Nike de coleccionista que Pablo finalmente me prestó («Te vas con las negras y rojas, porque si te doy las blancas y alguien te las pisa, tendremos problemas»). Claro, no faltaba la cadena de oro que sujetaba las macizas letras que deletreaban su nombre («Lo mismo va con esta cadena que con las tennis»). Y mientras intentaba sonreír a cuanta mirada se depositaba en mí, supe que mi alter ego reguetonero era, en efecto, mi pana de toda la vida y consejero en estos asuntos, Pablo.
Fueron esas sonrisas falsas que ofrecí en la fila que me fueron delatando: parecía tener el flow[4] por las ropas, pero era mi rostro, afeitado y acicalado, que no podía ocultar el hecho de que la barba y las largas patillas le asentaban mejor y que esto de pretender ser reguetonero pintaba mal. Empecé a escuchar risitas de algunas de las chicas en la fila, que me miraban con ojos acusadores, como si me dijeran que fue un error haber asumido mi alter ego Pablo para entrar a la ‘disco’. En varias ocasiones pensé abortar la misión. Miraba al frente y atrás: ojitos, risitas, caderitas, caderitas algunas; cabellos oxigenados, rostros ásperos, pecho amorfo desbordándose por el escote, otras. Sentí temor por lo que me esperaba adentro.
El bajo continuaba en todo su estruendo y mientras la fila se acercaba más a la entrada, la paz que antes reinaba se iba poco a poco descomponiendo hasta que llegaba ese momento en que uno de los orangutanes (luciendo una camisa a punto de reventarse) que la discoteca emplea para controlar la multitud, te hacía levantar los brazos y abrir las piernas para revisarte si traías algún arma. «Una vez pasas el chequeo», recordé que Pablo me dijo, «estás por tu cuenta».
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Adentro, lo primero que uno siente es el aire acondicionado que refresca el cuello y las axilas transpiradas. Es después que se respira una atmósfera ácida, un concentrado de humo de cigarrillo y de marihuana, mezclado con las feromonas y el apetito sexual para crear un cóctel único en estas latitudes del Caribe. Entonces la música. En ese instante una de Don Omar: «La llaman salvaje…/Pues cuando baila se aprieta, se toca, se sube el traje…». Los destellos de luces, sincronizados a cada segundo, permitían ver la inmensa pista de baile del primer piso y a todas las almas entregadas a una sola cosa: acoplarse y moverse al ritmo de las interminables y repetitivas notas del reguetón. Al fondo de la pista, una enorme barra donde los grupos de varones se arremolinaban para no perder ni un sólo momento de tragos y observar a las mujeres para, una vez identificada, acercársele para intentar una movida. Hay que estar atento, moverse rápido y hacerlo con «fronte».[5] Sólo así se logra bailar, aunque sea por una sesión.
Las chicas, sin embargo, no esperan en la barra. Las mejor vestidas se sientan en las mesitas y butacas localizadas a ambos lados de la pista; ahí se sientan por invitación de algún tipo que las haya reservado para su comitiva o para sus ‘gatas’, como cariñosamente le llaman a las féminas en los círculos del ‘género’.
Las chicas, sin embargo, no esperan en la barra. Las mejor vestidas se sientan en las mesitas y butacas localizadas a ambos lados de la pista; ahí se sientan por invitación de algún tipo que las haya reservado para su comitiva o para sus ‘gatas’, como cariñosamente le llaman a las féminas en los círculos del ‘género’.
En las rondas que se dieron en el área de baile se comprobó la nueva modalidad de algunas muchachas de deshacerse de su ropa interior. Algunas entregan sus panties a las amigas o los guardan en sus carteritas. Otras simplemente los arrojan al suelo y, pocos minutos después, vuelan por los aires a la espera de ser atrapados por esas criaturas que tienen como fetiche husmear y sincerarse con estas prendas íntimas. Esta práctica incita abiertamente al acto sexual y es el causante principal de ese peculiar olor, descrito al principio de esta entrada, que les da la bienvenida a los que por primera vez visitan a The Noyz.
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Luego de pedir un trago y despacharlo en cinco minutos, intenté entrar a la sección VIP en el segundo piso. Había fila, pero ésta se movía rápido. Me entusiasmé al saber que hasta el momento, nadie se había metido conmigo y que, dentro de poco, pasaría a la sección especial de la discoteca, yo, que esta noche me iniciaba en el circuito reguetonero. Pero ya a punto de llegar me di cuenta que estaban pidiendo un boleto especial que no tenía. Decidí utilizar mi faceta de investigador y le dije al segundo orangután de la noche: «vengo con propósitos periodísticos y no me habían informado del boleto adicional», a lo que, sin tan siquiera reírse por la estupidez que le había dicho, me señaló con una mirada de «no jodas o te jodo» hacia el primer piso. Acaté su pedido con una leve protesta, pero una vez le di la espalda bajé apresuradamente.
De vuelta en la pista decidí que tenía que aprovechar esta primera experiencia y me lancé en busca de una ‘gata’ para ‘yaquear’. Cuando buscas a una mujer, hay que saber moverse entre la gente. El aire se vuelve más denso, el corazón es ahora el bajo dentro de tu pecho, las manos te sudan y sientes un cosquilleo irradiando tu entrepierna. Le seguía el ritmo a las luces intermitentes y revisé todo el perímetro: manos aquí en muslos y allá debajo de faldas, labios atosigados a cuellos, perreo encarnizado. Me mezclé con la gente; levanté los brazos y grité para entrar en calor. Continué mirando: nalgas, culos; piernas, piernotas. Me lancé y me agarré de la cintura de una. Me acerqué por detrás cadenciosamente y me acoplé en su ranura. Ella intentó darme un vistazo y lo logró: rápido tomó mis manos y violentamente me las alejó de su carne y se perdió entre la multitud. No soy, después de todo, el tipo más guapo del mundo.
Me quedé con ganas de más y me tiré nuevamente a la búsqueda. La erección que iba in crescendo comenzó a desvanecerse, pero rápido volvió a la carga cuando entré nuevamente en contacto. Daddy Yankee con su «Gasolina» hizo de esta, mi última ‘perreá’ de la noche, una explosiva. La ‘gata’ sandungueaba con su alma, pero en especial con sus mullidas e incontrolables nalgas; nalgas que me aprisionaban, me apretaban; nalgas que flotaban liberadas debajo de su mini falda. Ojitos que me miraban, boca que salivaba, caderas que amortiguaban mis impetuosas invasiones. Ranura estrecha y profunda que me hizo desfallecer, salir apresuradamente de The Noyz y ya afuera, sentado en una esquina del Viejo San Juan para disimular los efectos de esta «noche de pariseo, sandungueo y perreo», llamar a mi alter ego para que me buscara.
- Fin de la bitácora -
[1] Frase célebre en los circuitos del reguetón. ‘Pariseo’del inglés, to party; ‘sandungueo’, voz afrocaribeña que significa «bailar como si no hubiera mañana»; ‘perreo’ voz puertorriqueña derivada de la posición sexual, mejor conocida en inglés como doggystyle, y que designa la forma de bailar el reguetón.
[2] Discoteca del género de reguetón que en los 1990, y gracias a sus DJ’s, inició la fiebre del underground. Luego de cambiar de establecimientos por varios problemas (lavado de dinero, tráfico de drogas y asesinatos), se ha asentado (hasta nuevo aviso) en el Viejo San Juan. Del inglés, noise, que significa bulla.
[3] Dos acepciones: i) De la voz afroamericana, bling-bling. Onomatopeya que recoge el destello de las joyas al reflejarse contra la luz que portan los grandes raperos de Estados Unidos. Generalmente estas prendas también adornan varias partes del cuerpo de estos artistas; ii) Del verbo blindar.
[4] En inglés, fluir. En el habla popular del ‘género’, es estar dentro del ‘corillo’, en control de tu actitud, «como pez en el agua». También implica sucumbir a la presión de grupo y estar «a la moda aunque me joda».
[5] Actitud, confianza en sí mismo, o «quítate tú pa’ ponerme yo».