¿Me censurarán cuando ahora me disponga a ventilar que la empanadilla de pizza se convierta en compeñera de nuestro bacalaíto, dejando a un márgen la muy afroboricua alcapurria? Baso esta propuesta en los hechos oculares presenciados en estas pasadas Fiestas de la Calle San Sebastian y, en fin, en cualquier tipo de actividad bebelatera que se efectúe en este archipiélago. Además, no es secreto que hasta en Piñones -al que deben denominar, si es que no lo han hecho ya, con el nombre de El Camino de la Fritanga- se vendan las susodichas empanadillas.
La empanadilla de pizza es la muy bastarda heredera del muy español (en realidad mozárabe) pastelillo de queso. La empanadilla, con su relleno grasoso, elástico y artificial, es producto de los que algunos en Puerto Rico se atreven a llamar globalización.
Pero en Puerto Rico, globalización es un eufemismo. Hablemos claro. Hablemos de coloniaje. Y no es que esté en contra de la globalización. Todo lo contrario: Puerto Rico debe insertarse de lleno a los mercados internacionales y tener una presencia diplomática en cuanto foro y organización supranacional pueda participar. Pero a la Isla todavía ser una colonia, al su soberanía estar restringida y mediatizada por otro estado, lo que se da y ocurre en Puerto Rico es una globalización mediocre y a medias. Solamente tenemos lo peor de un sólo mundo.
La empanadilla de pizza avanza por doquier y ya hace rato se adueñó de nuestras meriendas escolares. La alcapurria está en peligro. Si hasta en Piñones está amenazada es hora de hacer algo. Hay que volverla a hacer reina de la fritanga boricua.
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