sábado, 27 de enero de 2007

Boston - New York - Bayamón I

De este estado no sé quién me librará. Cuando te encuentras pensando en lo que pudo haber pasado y en lo que ahora podrá pasar. Sí, me hago de muchas esperanzas. Demasiadas. Pero también de muchas desventuras.

Es el problema que sufrimos aquellos que quieren reinventar su historia. Sobre todo, cuando te toman por sorpresa cosas que pudieron salir de un libreto de una comedia romántica de esas de Miramax. Esas situaciones esperadas; esos viejos clichés de siempre. Te conmocionas porque nunca pensaste que te podrían pasar a ti. Es lo que ocurre con el e-mail o carta que busca desenterrar lo enterrado, hurgar en el baúl de los recuerdos olvidados, de las ansias difuminadas. Ese mensaje que busca sensibilizarte para que olvides lo malo que pasó y le ofrezcas una nueva oportunidad.

Pues bien, ayer recibí y leí (verdaderamente lo devoré) el mensaje de una vieja pasión de Boston. No hubo elaboraciones de su parte: luego de seis meses de silencio, su mensaje -corto y colegial- fue tan casual como si el martes hubiésemos cenado y yo le hubiese dicho las somocurciadas que le dije la última noche. Pero miento. Realmente retomó nuestro rollo desde ese último instante en que nos comunicamos o más bien yo me comuniqué con ella a través de esa tan preciada forma de comunicación que es el mensaje de texto que además de rápido y efectivo, tiene esa gran ventaja de causar una deliciosa sorpresa al destinatario.

Le mandé ese "text" desde el aeropuerto de Nueva York, en mi última escala en el continente antes de regresar a Puerto Rico. Y en ese mensaje solamente le envíe el título de una canción de Jarabe de Palo, Agua. Aparentemente nunca la escuchó hasta hace unos días y algo le tiene que estar pasando para que haya decidido escribirme. Puedo pensar en varias cosas como, por ejemplo, que quiere reestablecer un vínculo conmigo para que nos podamos ver nuevamente. O que a lo mejor finalmente se dio cuenta que no se portó bien conmigo y está tratando de decírmelo de la única manera que yo le haría caso, a través de las letras de la misma canción que me hacía pensar tanto en ella (además de las de Cesária Évora). O, quién sabe, a lo mejor quiere contentarme para que se me ablande el corazón y deseche mis complejos de superioridad para que cuando ella quiera escaparse del frío de Nueva York yo le diga con la lengua afuera, hecho todo un perrito faldero, que sí, sí, por favor ven.

Esbozo todas estas posibilidades y teorías pero a fin de cuenta, como fiel romántico y trillado fanático de Silvio, ojalá que este e-mail luego se convierta en alguna promesa para volverla a ver muy pronto.

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La tribu errante