Acuso a los nenes lindos y las mamitas que van por ahí inundándole los oídos a los peatones, transeúntes y pasajeros de nuestro grandioso Tren Urbano con su selección fuertemente cargada de cafrería. Léase sin embargo que estos no son literalmente nenes lindos ni mamitas. No. Son la bandada reguetonera, 'gangsta' o como quierase llamar que salen a merdear por todos lados con su música antiheroica y antitodo. Música sobrá que ya en muy pocos casos nos lleva a pensar (atrás quedó Vico-C y Tego ha últimamente brillado por su ausencia). Y este amasijo de repeticiones musicales cuesta, porque hay que pagarle a la Apple por los iTunes o a Verizon o Sprint para usar sus tiendas de música y descargar (o "télécharger", como insisten los franceses) esos "bytes" de incoherencia. Nótese entonces que esta bandada tiene un gran poder adquisitivo.
Operan en comandos de dos o cinco voluntarios. El que se cree el líder, el más guillao, empieza a traquetear con su móvil y al instante la musiquilla. Y a los pocos minutos, el resto saca sus intrumentos y se formó la antisinfonía. Tras que la música en sí es una melodía enlatada y estrepitosa, al los celulares ser aparatitos tan pequeños el sonido que reproducen es bajo en calidad. Pero no le digas nada a estos que pretenden estar surfeando en la ola de lo "cool". Ellos están en lo suyo, en su gran cruzada de regar por todas partes el gérmen del reguetón o del igual de abobinable hip-hop afroamericano (ese que también ha perdido sus raíces y sus grandes intérpretes).
Entonces uno leyendo en el TU y te interrumpen y tienes que mirarlos de reojo y hacerle ademanes para que de alguna manera estos individuos entiendan que no andan solos en esta vida y que, ahh, existen audífonos.
Pero creo que esto de restregarle tu música al prójimo tiene que ver mucho con la soledad. Estos individuos se sentirán tan solos y abandonados que ven al reguetón como su único refugio. Necesitan estar acompañados de la música. Su música, esa que los entiende. Igual pasa con las motoritas esas con las bocinas integradas. Esas que son manejadas por conductores con esos cascos al estilo del ejército del Tercer Reich. Entonces la metáfora cobra más fuerza: el adolescente que nadie lo comprende, agarra su motora para librarse del caserío, del pueblito, de la urbanización cerrada (pues claro, nuestra clase media y media-alta está fascinada con el reguetón) y junto a la liberante sensación del viento estrellándose contra su cara, el reguetón lo dirige hacia su tanta veces fantaseada y nada original tierra prometida. En otras palabras, su propio imperio.
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