Para que vean como es mi vida y como ella ha sido, verdaderamente, un desencuentro con el género humano.
Serían la una, una y media de la tarde. El día idóneo para sentarse y tomarse unas cervezas en las terrazas de los cafés que bordean algunas (en verdad muy pocas) calles de Washington, DC. Pero ese día no pensaba ni en terrazas, ni en cervezas, ni en el gran sol que hacía brillar con más intensidad el mármol de la ciudad capital. Estaba en la universidad, bajo techo, yendo de kiosko en kiosko estudiantil para conocer los programas que se ofrecían en el extranjero.
Buenos cursos son los que ofrecía y todavía ofrece mi universidad. Ya fantaseaba con el destino final de mi semestre en el extranjero: la gloriosa Universidad de Salamanca, l'Institut des Sciences Politiques en Estrasburgo o la Amazonía ecuatoriana. No preguntaba en todos los kioskos porque ya tenía claro a donde quería ir, aunque a duras penas intentaba captar la atención de las israelíes que, vestidas a la usanza de su tierra, ofrecían ojitos, sonrisitas y manitas a todo aquél que le preguntara por su patria forzada en otras. Para variar, ninguna me hizo el caso que anhelaba.
Continuaba dando rondas (creo que mi próxima clase no era sino hasta las tres) y vi a las caras conocidas. Nos reconocíamos y automáticamente nos dirigíamos el mismo saludo insípido de siempre: "Hey, what's up?" "Good." "You?" "Good." Entonces me tropecé de frente con un señor trajeado de azul grisáceo, pelo abundante pero blanquísimo, en la mano varios cuadernos (quizás uno que otro libro) y estos aprisionados contra el torso. Hicimos el amague de salirnos del paso ajeno, pero siempre acabábamos en la misma posición inicial. En un reflejo de brusquedad y familiaridad, le puse la mano sobre el hombro para ya bien dejarlo pasar o detenerlo y al hacer esto me di cuenta que era con el mismísimo Mario Vargas Llosa con el que acababa de bailar un bolero bien bailado (en la misma loseta, con los brazos bien cerca, mirando al frente, pero realmente no mirando). No. No me estoy inventando esta historia. Yo, le puse la mano al hombro de Vargas Llosa para tranzar esta batalla campal que nos habían impuesto las ansías del estudiantado de irse a otro país a estudiar. Es, sin embargo, cuando hice el contacto con su persona que él verdaderamente me miró y como si estos tropezones le pasaran con mucha frecuencia me dijo en su inglés, todavía con un dejo arequipeño, "Aim sorri" y continuó hacia su destino. Quizás a su clase de por las tardes. A esa a la que nunca pude entrar.
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