Tu connais bien cette histoire,
tant que ce n’est pas nécessaire de te nommer.
Me dijo sin mirarme que los besos se conceden, no se piden. Sus labios hablaban apartados y libres de los míos. Entonces me puso su mano frente a mi rostro, tipo doncella: noté la sorna con la que la movía para que se la besara y sus uñas bien pintadas y arregladas.
Así ella lo quería porque al parecer no pensaba en ofrecerme sus labios. Estaban vedados, desterrados, para los míos.
Afuera, la calle pasaba desapercibida porque en realidad todo el flujo, el tránsito, estaba en sus ojos y en el palpitar de las pequeñitas venas en su mano. Intensidad que sentí al volteársela y atropellarle a besos esa parte que, después de los labios y pechos, es el lugar más suave en el cuerpo de la mujer.
Pero yo no creo en los destierros eternos y al parecer ella tampoco, pues cuando me disponía a salir, sentí la dicha que su risa siempre despierta y me dijo: “Aquí tienes tu beso”. Y nos besamos con esa frescura e inocencia que los adultos sienten cuando redescubren el placer de sus primeros juegos de la infancia.
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