¿Por qué lo dijo en ese momento? ¿Acaso no pudo haber esperado a que las circunstancias fueran más favorables? En el trabajo, en la cocina compartida por todos, allí, mientras se echaba azúcar al café lo dijo. Quizás lo había pensado mucho, dormido bajo la misma idea por varias noches. Se había ingeniado miles de escenarios para que el comentario pareciera casual, coloquial, sin insinuaciones indebidas. El joven es tranquilo, le dicen cuantos lo conocen; respetuoso, comentan entre sí sus amigas nocturnas; con una buena dosis de humor, siempre ha creído él. Fue en ese momento cuando la situación lo precipitó a decir la línea que ayer se había memorizado.
–¿Viste la película el sábado? –dijo ella, también confeccionándose una bebida en la moderna cafetera.
Él pensó que esa era su señal, que ella le preguntó adrede, a sabiendas de lo que le esperaba. Pensó que también sería su única y última oportunidad del día, que todo el silencio que había guardado hasta este momento habría valido la pena por este intento, cafeínado y azucarado. Dijo: «No, pero estaba pensando que quizás la podríamos ver juntos.» Y el silencio se apoderó del tiempo. Pero duró poco porque sin dejar espacio para un suspiro lento y pausado, el joven, tratando de subir del abismo a donde se había lanzado, continuó con la conversación, ignorando que él había sido el dueño de esas palabras que habían conmovido a su compañera de trabajo. Sin embargo, una vez fuera del abismo, encontró que lo más sensato hubiese sido quedarse allá abajo, intentando alguna nueva forma de supervivencia para no salir de la cocina y finalizar algo que nunca había sido conversación, solo palabras insípidas, nada concretas y miradas invariables.
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