La vana búsqueda de respuestas, la inquietante repetición y el torbellino de ansiedad que las acompaña son los estados de ánimo que la potente narración de Kafka transmite a través de su novela inconclusa, El Proceso. En ella se narran las desventuras de Josef K., un funcionario de banco, frente a una acusación sobre la cual ni él ni las autoridades competentes conocen o pueden esclarecer. K., en la cruzada por entender su proceso, se tropieza con unos seres invadidos de una rareza y decadencia humana tan grande que logran arrastrar el optimismo inicial –e inherentemente humano– del protagonista hasta su resignación y fin como animal.
El título de la obra tiene varios matices. Por un lado es literal porque hace referencia al proceso judicial de K. Pero también es simbólico: evoca el trance psicológico y la lucha interna de K. consigo mismo, con las fuerzas invisibles y todopoderosas del gobierno (o del destino), y con una sociedad cómplice e inmutable. Es, a fin de cuentas, el proceso devolutivo de un individuo frente a la inexplicable realidad.
Lo que más llama la atención en El Proceso es el uso del lenguaje. Si bien es cierto que la traducción al español mantiene la complejidad del alemán (lo que, por desgracia, ahuyenta a posibles lectores), es gracias a este lenguaje denso lo que provee el molde adecuado para desarrollar la asfixiante existencia de K. La descripción de la visita de K. a las secretarías en el capítulo III le muestra vivamente al lector la sensación de encierro que el protagonista también padece. Lo magistral de este pasaje es que al finalizar el capítulo, el lector termina igual de mareado que K.
La narración en tercera persona limitada y el uso extenso de diálogos ayuda muchísimo al desarrollo de los personajes ya que el narrador no está presente en todo y sabe cuando ceder la palabra a los personajes o la conciencia, como en el caso de los monólogos interiores de K. Aunque nunca terminó El Proceso, Kafka pudo crear un universo de personajes que tienen una misión específica en la vida de K. Hay tres de ellos que aparecen una sola vez en la narración pero son importantísimos para adentrarnos en las complejidades del Tribunal. Estos son el pintor Titorelli, el comerciante Block y el capellán de la prisión. Estos personajes son utilizados por Kafka para crear un falso sentido de esperanza ya que todas las indagaciones y recomendaciones que K. les hace a estos individuos siempre terminan en un enredo mayor.
Esta falta de esperanza evidencia dos de los grandes temas de la obra: la resignación y la impotencia ante los vuelcos de la vida. Vemos como la desazón poco a poco invade a K. y lo convierte en un ser sin voluntad, incapaz de librarse de su muerte «¡como un perro!».
Otro gran tema que, como los demás, también funge como una crítica a la sociedad, es el de las estructuras invisibles del poder. La deshumanizante burocracia es la que permite procesos absurdos como el de Josef K. Es aquí donde se descubre que K. muy bien puede ser el alter ego de Kafka. Los biógrafos del escritor y su propio diario muestran como él se lanzó a escribir El Proceso luego del fin del compromiso con Felice Bauer. Kafka muchas veces anotó que las visitas que hacía a la familia de Felice eran «como un juicio, en donde otros decidían el camino que su vida debía tomar.»
La imposibilidad de obtener el amor se traduce en la tensión sexual que Kafka construye alrededor de las relaciones que K. tiene con la señorita Bürstner y Leni. La esporádica, si bien imaginada, aparición de la señorita Bürstner en el capítulo final apoya esta teoría: a K. se le escapó, pero también dejó ir el amor.
Los temas presentados por Kafka requieren de la atmósfera oscura, inhóspita y demacrada que envuelve a El Proceso. Así logra recrear el efecto completo de ese vertiginoso descenso al Maelström de la pérdida de fe y la derrota, de ese final que estremece al lector. Ciertamente, Poe hubiese aplaudido a Kafka, si sólo el checo hubiese condensado la extensión de su texto para complacer el gusto del norteamericano. Este servidor, sin embargo, lo ovaciona tal y como es.
Adelantado a su época como Unamuno, Kafka es difícil de encasillar dentro de un sólo movimiento literario. Su obra es existencialista porque cuestiona el propósito de la vida humana y a falta de una respuesta, la confronta tal cual es. El Proceso es también psicológico: los personajes muestran problemas mentales y de comportamiento que van desde la doble personalidad (el comerciante Block), los fetiches (Leni y su preferencia por los acusados) y depresión (K.). Estas corrientes, junto al absurdo, convierten a El Proceso en una de las primeras novelas posmodernas del Siglo XX.
El Proceso, escrito entre 1914 y 1915, muestra ante todo la deshumanización con la que la Primera Guerra Mundial inauguró el Siglo XX. Lo curioso es que el Siglo XXI comenzó de la misma manera. Dado estas similitudes, ¿vale la pena preguntar cuán real es el mundo kafkiano? o ¿cuán kafkiano es el mundo real? ¿No será que lo único que Kafka hizo fue representar lo absurdo de nuestra existencia? Por desgracia, y ante la problemática mundial actual, todo parece indicar que Kafka fue, ante todo, un realista.
1 comentario:
Muy buen comentario sobre la obra. Lei el proceso de Kafka y realmente me gusto y buscando información sobre la obra me topé con tu texto.
Saludos!
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