sábado, 17 de marzo de 2007

Aquel bigote blanco

Hoy recibí noticias que murió un tío abuelo mío en Lima. Tenía 87 años y todavía mantenía su largo y curveado bigote blanco. Bigote de embajador, por supuesto, porque desde hacía varias décadas operaba desde su humilde hogar la Embajada de la República de Arequipa. Y Arequipa no es una república, es el departamento (división política interna del Perú) donde está ubicada la segunda ciudad más importante del Perú (y cuna de mi autor preferido y compatriota, Mario Vargas Llosa).

Los arequipeños son bien regionalistas y orgullosos de su historia y tradiciones. Arequipa es el Ponce del Perú. Han creado un pasaporte Arequipeño, idea que Don Arnoldo Guillén, mi tío abuelo, tomó y convirtió en una institución registrada ante el gobierno peruano y reseñado -en su época- en los programas de radio y en los periódicos: la Embajada Arequipeña.

Además de embajador, lo peculiar del tío Arnoldo fue su pasión por el juego. Su gran vicio eran las peleas de gallo. Pero un vicio que también logró encausar en una manera académica al escribir uno de los primeros libros sobre las reglas internacionales de este deporte.

Hijo de grandes hacendados arequipeños, el tío Arnoldo fue perdiendo la fortuna y herencia de la familia hasta quedarse casi sin un sol. Además de las peleas de gallos, el tío también le iba a las carreras de autos, peleas de toro, al boxeo, dados, cartas. Estoy seguro que fue por el estilo de vida de don Arnoldo que mi padre siempre le ha tenido aversión al juego. Y yo comprobé la mía el día que fui a ver una pelea de gallos en Bayamón.

Ahora, ese afán mío de ser diplomático, de participar en pseudo-revoluciones (aunque el tío sí participó de una verdadera en la década del '50 contra la dictadura miliatar del momento) y bueno de ser personaje de novela, libro de historia (fue diputado al Congreso de la República por Arequipa) o por lo menos de un blog, tiene una explicación en las excentricidades del tío Arnoldo, al que solamente pude ver dos veces; veces en las que siempre quedé prendido de su largo y curveado bigote blanco.

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La tribu errante