Hoy me estaba durmiendo al volante. Cabeceo una, dos, tres veces y mis parpadeos duran un poco más. Me asusto porque ya me ha pasado varias veces. Y no es que maneje por las carreteras y autopistas resquebrajadas de este país a las tres o cuatro de la mañana. Esto me ocurre en pleno día, a la 1:30PM cuando voy rumbo a casa luego de salir de la escuela donde trabajo en Carolina.
Esta semana Radio Universidad (no hay mejor estación que ésta) no me ha ayudado porque están con su Festival de Radio Amigos (de hecho, cooperen, por fa) y se pasan hablando mucho más de lo usual y tengo que cambiar a KQ para mantenerme despierto, pero ni eso. Ya no sé ni qué música enlatada pasan por KQ. Estoy, entonces, a la merced de mi sueño retrasado, de toda la carga de estas semanas que se vuelven cortas y pesadas.
Lo de ser maestro por el día y tomar más clases por las noches se torna fatigante por todo lo que tengo que manejar. Me levanto por la madrugada, para evitar el tapón de Bayamón y luego seguir hasta Carolina. De enseñar portugués y francés salgo a la 1:30PM, y si no he chocado (knock on wood), llego a Bayamón como a las dos. Cuando tengo maestría, que son los martes y miércoles, prefiero quedarme por San Juan para no tener que salir de casa a eso de las 4:30PM para así evitar otro tapón, esta vez de Bayamón a Santurce, y no llegar tarde a las clases que empiezan a las seis y supuestamente duran hasta las nueve (aunque ayer, gracias a unas divagaciones inoportunas, nos mantuvieron hasta las 9:30). Pero, por supuesto, no he podido realizar esta buena idea porque siempre he tenido que regresar a Bayamón luego de la escuela para acabar un trabajo o encargarme de algo. Así que además de seguir desperdiciando tiempo en tapones, gastando gasolina y contaminando el ambiente, estoy dejando $2 diarios en los peajes.
Claro, está el Tren Urbano y muchos saben que casi siempre lo cojo, pero en estas últimas semanas no he querido chuparme la travesía de casi 25 minutos de Sagrado a Bayamón, cuando a las nueve de la noche las carreteras están limpias y llego a casa en 12 minutos. Esos 13 minutos adicionales representan una ganancia. Son esa rara satisfacción de haberle ganado tiempo al tiempo y de dormir ese poquito más por las mañanas. Esos 13 minutos que, ahora estoy convencido, me han ayudado a no dormirme del todo en el expreso de Diego, cuando el sol de las 1:30 de la tarde envuelve todo en una luz que se asemeja a la que ilumina mis sueños.
2 comentarios:
la verdad es que esa luz de la tarde es hipnotizante, y cuando uno va con el zumbido y el leve remeneo del carro/guagua/tren pues a uno se le van todas las fuerzas y sucumbe. I know.
Es esa hora justamente después del almuerzo convencional, es como si el tiempo se detuviera. Admito que sí, me he encontrado con tapones, pero en general (y odio las generalidades) hay algo mágico; la una de la tarde nos recuerda que no hace mucho esa era la hora de la siesta.
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