martes, 31 de marzo de 2009

Sinfonía de primavera

Caminaba casi descalza porque sus zapatitos eran diminutos, su suela invisible y sus hermosos pies perecían flotar sobre la sucia vereda de Callao.  Su falda no era corta, más bien volaba sobre sus tobillos entre el humo de cigarrillo, el smog de los colectivos y las aguas estancadas de las huecos en la carretera.  Vestía de verde, mi verde luz de noviembre entre los edificios grises de tiempo, la música de las tiendas y los gritos de los porteños.  



Llegó a su destino y entonces me di cuenta que su caminar siempre había sido más bien una danza cuando se sentó en las escaleras de la entrada del instituto y al verla de frente me percaté de algo ingenioso:  la música que la hacía deslizarse por la acera provenía del iPod que guardaba entre las tetas.

La tribu errante