O cómo Dean nunca pasó, se fue y la gente a Plaza inundó.
Fuimos a Plaza para ayudar a El Capitán de la Pluma de Ganso con su ajuar estrafalario. Llegamos porque los vientos nunca llegaron y la lluvia sólo nos hizo la mañana más rica para retozar en la cama y la tarde más amena para una crema de yautía o calabaza. La de yautía comió ella, pero El Capitán no tuvo reparos en pedir la de calabaza: prefiere la variedad sobre todas las cosas.
Plaza inundada. No sólo por la tribu, sino también por la tribu de los turistas que Dean espantó de las playas y las barras frente al mar, de los hoteles y la zona marítimo-terrestre. Sí, estaba nublado ese sábado de mediados de agosto, pero la lluvia no llegó sino hasta entrada la mañana; la lluvia que con una fuerza hermosa bañó las calles y aceras del Área Metropolitana.
El Capitán en las tiendas: qué espectáculo señoras y señores. Se siente perdido, incomprendido, casi destruido. La Jevota la mira con reprobación: más que un jíbaro malo eres un cafre de los malos. La tribu se ha apoderado de él y él lo niega diciéndole que ni por un segundo aceptaría comprarse una camisa con un águila encima. Dicho esto, procedieron a salir de American Eagle.
Entran las chicas de Mr. Pretzel's. Están por todo Plaza, no hay manera de evitarlas y El Capitán en toda las bandejitas mete el dedo: lo mete ya lamido para que se le adhiera más azúcar a los dedos.
Gap. Entran y muchos minutos después salen: ropa bien pensada y escogida por la Jevota de los Sombreros aunque, por desgracia, no compraron un nuevo sombrero para el Capitán: ¿treinta dólares por un sombrero? Con el de plumas me basta. La Jevota dijo OK y dicho esto procedieron a salir de Gap, pero no de Plaza, ni de la familia dispersa de El Capitán que se presentó todita a Plaza con la descarada intención de sorprenderlos, de raptarlos y verlos cómo se comportaban en acción. Acción que por supuesto se vio congelada hasta que la cercanía de las manos de la Jevota lo descongelaron del pudor y acercándose le dio un beso en los labios: un beso intenso por el ardiente pique -no por las lenguas- que segundos antes había ingerido nuestro Capitán en el restaurante mexicano para creerse el más macho de los macharranes, ¿o capitanes?
"...[E]l vacío de la casa se les presentaba como un animal dispuesto a tragarse cualquier sonido..." La tribu existe para combatir ese vacío y preservar los sonidos.
lunes, 27 de agosto de 2007
Babelaria
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jueves, 16 de agosto de 2007
El pelú de la Escuela de Derecho
Creo que soy yo. Ya van tres días de clase y no he visto a nadie con el pelo más rizo y alborotado que yo, a nadie con esta barba que se riega por todo el rostro, nadie con esta actitud de tranquilidad y let me live my life que antagonizan al desespero y rectitud con que muchos empiezan los estudios de Derecho. Me entristece pensar que para muchos de ellos Leyes es el fin de toda su carrera, es a dónde único han querido llegar, dónde siempre supieron que llegarían para ser sólo eso, abogados. Para ellos estos primeros días son el fin de un mundo que jamás acabará: un final constante. Los estudios de Derecho serán el lindo y excelso calvario que seguirán repitiendo durante estos tres o cuatro años de estudios: "Mírenme, estoy jodío en Derecho"; "No me da tiempo ni para seguir con la banda, ni para leer, ni para escribir en mi blog". Ya están los que odian levantarse temprano y, como nenes chiquitos, lloran de su enorme desgracia y grandioso sacrificio. Hay mucho café, demasiado. Yo no puedo con el café por las mañanas: me manda directo al baño. Y están los que como yo que tienen todo el tiempo del mundo para decir que la vida es linda, sobre todo cuando encuentras la palabra precisa para describir el sabor de los pezones de tu jeva en tu boca.
Ja, ja, pero entonces la cosa se va poner chévere cuando vaya la semana que viene con un recorte de abogadillo y me afeite la barba. Los compañeros quizás ni me reconocerán. Muchos de los que me miraron mal, ¿lo continuarán haciendo? Yo seguiré hablando con todos, haciendo comentarios para que la gente comparta y me hable. A algunos ni me les acercaré, no porque emanen negatividad, sino porque todavía no estarán listos para abrirse así, a la primera sin esperar nada a cambio como una historia increíble de mi fin de semana o de cómo mi vida toda ha sido un descuadre y Leyes era la única oportunidad de hacer algo con ella porque no sabía qué más hacer. Yo no compartiré esa historia con ellos porque no me gusta mentir, ni tampoco compartiré la historia de que desde chiquito quería ser abogado. De chiquito yo quería ser una especie de explorador a lo Jacques Cousteau o un astronauta como Yuri Gagarin. Quería descubrir y documentar cosas, poder decir: "Yo estuve ahí primero, nadie me lo puede contar". Creo que ese espíritu se lo debo a mi tío, ahora en Kuwait, que de niños y adolescentes siempre nos llevaba a mis primos y a mí en caminatas o "aventuras" por picos, quebradas, ríos, canales y campos de la Isla. Mi tío Tito...lo bautizamos Tito Jones y así se ha quedado.
Pues a lo mejor esa es la historia que les contaré cuando me encuentre con los compañeros por los pasillos de Derecho. Cuando te hable a ti es porque estarás cerca de mí, demasiado de cerca, tanto que podré oler el olor de tu casa que llevas enredado en la ropa. Y espero que para mi sorpresa me digas: "Vaya, ¿tú no eras el pelú de la semana pasá? Y by the way, ahórrate las palabras: ya leí de Tito Jones en tu blog".
Ja, ja, pero entonces la cosa se va poner chévere cuando vaya la semana que viene con un recorte de abogadillo y me afeite la barba. Los compañeros quizás ni me reconocerán. Muchos de los que me miraron mal, ¿lo continuarán haciendo? Yo seguiré hablando con todos, haciendo comentarios para que la gente comparta y me hable. A algunos ni me les acercaré, no porque emanen negatividad, sino porque todavía no estarán listos para abrirse así, a la primera sin esperar nada a cambio como una historia increíble de mi fin de semana o de cómo mi vida toda ha sido un descuadre y Leyes era la única oportunidad de hacer algo con ella porque no sabía qué más hacer. Yo no compartiré esa historia con ellos porque no me gusta mentir, ni tampoco compartiré la historia de que desde chiquito quería ser abogado. De chiquito yo quería ser una especie de explorador a lo Jacques Cousteau o un astronauta como Yuri Gagarin. Quería descubrir y documentar cosas, poder decir: "Yo estuve ahí primero, nadie me lo puede contar". Creo que ese espíritu se lo debo a mi tío, ahora en Kuwait, que de niños y adolescentes siempre nos llevaba a mis primos y a mí en caminatas o "aventuras" por picos, quebradas, ríos, canales y campos de la Isla. Mi tío Tito...lo bautizamos Tito Jones y así se ha quedado.
Pues a lo mejor esa es la historia que les contaré cuando me encuentre con los compañeros por los pasillos de Derecho. Cuando te hable a ti es porque estarás cerca de mí, demasiado de cerca, tanto que podré oler el olor de tu casa que llevas enredado en la ropa. Y espero que para mi sorpresa me digas: "Vaya, ¿tú no eras el pelú de la semana pasá? Y by the way, ahórrate las palabras: ya leí de Tito Jones en tu blog".
lunes, 13 de agosto de 2007
Tali-hoo!
Tali, un ex-amigo sueco, es un hijo de puta. Al principio todos en el grupo armonizábamos porque nos agradaba su espíritu alegre y su personalidad llena de energía. Parecía que siempre había vivido en DC, cuando en realidad acababa de llegar a la ciudad como todos nosotros. Él siempre conocía a alguien que sabía donde estaban las mejores fiestas en el campus o qué banda estaba de tour en la ciudad o en qué bar te servían alcohol sin ser mayor de edad. Y esta información la compartía con todos nosotros; era la época del feel good universitario, de los Welcome Bashes, cuando todos recién empezábamos la universidad y, vaya, vaya, todos habíamos logrado el hito de ser aceptados a Georgetown. Nos sentíamos con el mundo por delante, capaces de hacer realidad todas nuestras ambiciones y, sobre todo, de conseguir un buen trabajo cuando nos graduáramos, Inshallah, en cuatro años.
Todas esas expectativas cambiaron mucho con el paso de los años y con el estilo de vida que fuimos desarrollando en la ciudad. Estudiábamos como soldados, pero la juerga empezaba los miércoles con Lost en ABC. Ya en nuestro tercer año, nos dimos cuenta que los sueños no tardan ni dos ni cuatro años en hacerse realidad. En muchos casos, una vez concluimos mientras tomábamos unas cervezas en el Brickskeller, los sueños se viven día a día, uno los construye sobre la marcha y por eso es que la gente no se da cuenta y muchos mueren pensando que, carajo, nunca pude hacer realidad mis sueños. Nadie en esa mesa quería morir así, todos queríamos triunfar o decir que estábamos triunfando aunque los efectos no se vieran de inmediato.
Ya para ese entonces también me empecé a dar cuenta de lo hijo de puta que era Tali. Si en algún principio me pareció meritorio y hasta honroso que Tali haya importado su welferismo escandinavo a los Estados Unidos y lo haya aplicado a sus relaciones interpersonales, porque pensaba, mira, vivir tan unos encima de los otros como lo hacíamos, compartiendo todo lo que se podía compartir, finalmente era posible, la agudeza, sin embargo, con la que dividía todo y buscaba compensación por sus compras o sus esfuerzos se volvió, no sólo ridículo, sino molestoso. No es que fuéramos extraños como ocurrió en un principio, cuando todos nos empezamos a conocer…ahora vivíamos prácticamente en el mismo townhouse, nos veíamos con una frecuencia voraz y como quiera Tali nos ponía un sobrecito en la puerta de su refrigerador para que pagáramos por las botellas de cerveza que consumíamos mientras veíamos los programas en HBO que él y sus roommates nos invitaban a ver. Tal y como me juqueó la serie Carnivàle, así de fulminante dejé de frecuentar el piso de ellos.
Abdullah’kim, mi roommate palestino que también se había integrado a nuestro grupo, empezó a protestar mi extremismo, que si Tali sólo está pidiendo un dólar por la cerveza, ¿cómo vas a dejar de visitarlo por esa estupidez? Yo, sin embargo, me mantuve firme en mi decisión: Tali es un hijo de puta, viene a nuestras fiestas, no trae nada, toma y come a su gusto y no pedimos un centavo porque, coño, ¿acaso no es nuestro amigo? y ¡ahora viene él a cobrarnos por las cervezas baratas que guarda en su nevera! Ustedes, los occidentales se pelean hasta por la bebida, cuando hay tanta en este país, se atrevió a responderme. Puta madre, me dieron ganas de responderle, y ustedes, malditos árabes, que se pican en cantos por el petróleo. Abdullah’kim, me dijo algo en árabe, lo más seguro algunos versos del Corán a lo que le respondí, Shak’ran, Abdullah, Assalam Aleikum y me fui a dormir. Compartir la habitación con él me había hecho hablar árabe hasta en mis sueños.
Pasaron los meses y mi sentencia de que, en efecto, Tali no era un buen amigo comenzó a manifestarse cuando empezó a salir con la chica que le gustaba a Abdullah, una sueca marroquí de ojos claros como la miel. Al principio ninguno en nuestro grupo le hizo caso, todos aceptaron, inclusive hasta el propio Abdullah, la máxima: en el amor y la guerra todo se vale. A mí me pareció bastante rudo de su parte y así mismo se lo dije a Abdullah. Mi roommate se sentía traicionado, lo podía notar cuando coincidíamos con Tali y los demás en The Tombs o en alguna fiesta de la calle 38. Fueron varias semanas después del incidente y luego de saberse que Tali se acostó con la chica, que Abdullah me confesó que yo tenía razón. Nosotros, me dijo, que nos creímos que estas sociedades nórdicas habían hallado finalmente el secreto para derrotar el capitalismo e individualismo rampante creado por los gringos y celebrábamos a dónde quiera que íbamos el hecho de que estábamos viviendo como verdaderos socialistas demócratas, compartiendo todo, pagando lo justo por lo consumido en conjunto, pero esto de compartir las mujeres, sobre todo entre amigos, a sabiendas que a mí me gustaba, eso sí es una cabronería. Y te creías, le dije, que esto sólo se trataba de cervezas baratas.
Nos quedaba un año en Washington y ya nuestro grupo no era el mismo: dejamos de ver las series de HBO y ABC, ya ‘el grupo’ no salía a cenar y cada cuál hacía su fiesta a su conveniencia. Tali seguía conectado a la red de europeos expatriados más populares de la ciudad y se pasaba conociendo a un sinnúmero de gente atractiva y dispuesta a fiestar hasta las altas horas de la noche.
Creo que llevaba cinco meses de haberme distanciado de Tali (ni nos hablamos durante el receso navideño) cuando decidí aparecerme junto con nuestros amigos a una de las fiestas que él estaba promocionando en uno de los nuevos clubes de Washington. Se alegró de verme y me abrazó como si nada nos hubiese alejado. Le pregunté si todavía cobraba por las cervezas que le tomaban en su casa a lo que me respondió con una carcajada y más tickets para tragos en la barra. Todo el mundo bebió como quiso. Me di cuenta que era una fiesta escandinava porque los Red Bull con Jägermeister no paraban de ser ordenados. Supe que en una esquina ya se había formado un lapachero de vómitos. Yo había ido solo, pero Abdullah había llegado con una pelinegra alta, de piernas bien formadas y cintura pequeña que no dejó sola ni un solo momento.
Tali se les acercó como si nada y los saludó de una manera tan agradable que Abdullah no pudo hacerle la malacrianza de no presentarle a su chica. Besito, besito en los dos cachetes como acostumbran los europeos y yo, viendo todo desde la barra, no podía creerlo. Tuve que darme dos shots de Absolut: ¡qué haces Abdullah! ¡Despacha a Tali, vete a bailar con ella! Pero seguían hablando, así que me le acerqué a Tali lo más que pude, le tomé del hombro y le dije bien despacito al oído: aparentemente han robado tu billetera y hay un loco, rubión y maseta como tú, comprándole tragos a la barra entera. Los ojos azules del sueco se engrandecieron y su sonrisa desapareció con la gravedad de mi noticia. Me dijo gracias y fue directo a la barra para tratar de solucionar el problema. Con su billetera en mis manos se la mostré a Abdullah, que no paraba de reírse y le grité: ¡Huevón, si bebieras, pediría una champagne para los tres! Él y su jeva se perdieron en la multitud de la pista de baile y viendo a varios panas de la universidad que estaban solos como yo, les propuse irnos al champagne lounge del tercer piso. ¡Estás loco! ¿Con qué dinero vamos a subir? No se preocupen, les respondí mientras les mostraba la billetera de Tali, repletita de dólares y pases especiales, tenemos taquillas VIP.
Todas esas expectativas cambiaron mucho con el paso de los años y con el estilo de vida que fuimos desarrollando en la ciudad. Estudiábamos como soldados, pero la juerga empezaba los miércoles con Lost en ABC. Ya en nuestro tercer año, nos dimos cuenta que los sueños no tardan ni dos ni cuatro años en hacerse realidad. En muchos casos, una vez concluimos mientras tomábamos unas cervezas en el Brickskeller, los sueños se viven día a día, uno los construye sobre la marcha y por eso es que la gente no se da cuenta y muchos mueren pensando que, carajo, nunca pude hacer realidad mis sueños. Nadie en esa mesa quería morir así, todos queríamos triunfar o decir que estábamos triunfando aunque los efectos no se vieran de inmediato.
Ya para ese entonces también me empecé a dar cuenta de lo hijo de puta que era Tali. Si en algún principio me pareció meritorio y hasta honroso que Tali haya importado su welferismo escandinavo a los Estados Unidos y lo haya aplicado a sus relaciones interpersonales, porque pensaba, mira, vivir tan unos encima de los otros como lo hacíamos, compartiendo todo lo que se podía compartir, finalmente era posible, la agudeza, sin embargo, con la que dividía todo y buscaba compensación por sus compras o sus esfuerzos se volvió, no sólo ridículo, sino molestoso. No es que fuéramos extraños como ocurrió en un principio, cuando todos nos empezamos a conocer…ahora vivíamos prácticamente en el mismo townhouse, nos veíamos con una frecuencia voraz y como quiera Tali nos ponía un sobrecito en la puerta de su refrigerador para que pagáramos por las botellas de cerveza que consumíamos mientras veíamos los programas en HBO que él y sus roommates nos invitaban a ver. Tal y como me juqueó la serie Carnivàle, así de fulminante dejé de frecuentar el piso de ellos.
Abdullah’kim, mi roommate palestino que también se había integrado a nuestro grupo, empezó a protestar mi extremismo, que si Tali sólo está pidiendo un dólar por la cerveza, ¿cómo vas a dejar de visitarlo por esa estupidez? Yo, sin embargo, me mantuve firme en mi decisión: Tali es un hijo de puta, viene a nuestras fiestas, no trae nada, toma y come a su gusto y no pedimos un centavo porque, coño, ¿acaso no es nuestro amigo? y ¡ahora viene él a cobrarnos por las cervezas baratas que guarda en su nevera! Ustedes, los occidentales se pelean hasta por la bebida, cuando hay tanta en este país, se atrevió a responderme. Puta madre, me dieron ganas de responderle, y ustedes, malditos árabes, que se pican en cantos por el petróleo. Abdullah’kim, me dijo algo en árabe, lo más seguro algunos versos del Corán a lo que le respondí, Shak’ran, Abdullah, Assalam Aleikum y me fui a dormir. Compartir la habitación con él me había hecho hablar árabe hasta en mis sueños.
Pasaron los meses y mi sentencia de que, en efecto, Tali no era un buen amigo comenzó a manifestarse cuando empezó a salir con la chica que le gustaba a Abdullah, una sueca marroquí de ojos claros como la miel. Al principio ninguno en nuestro grupo le hizo caso, todos aceptaron, inclusive hasta el propio Abdullah, la máxima: en el amor y la guerra todo se vale. A mí me pareció bastante rudo de su parte y así mismo se lo dije a Abdullah. Mi roommate se sentía traicionado, lo podía notar cuando coincidíamos con Tali y los demás en The Tombs o en alguna fiesta de la calle 38. Fueron varias semanas después del incidente y luego de saberse que Tali se acostó con la chica, que Abdullah me confesó que yo tenía razón. Nosotros, me dijo, que nos creímos que estas sociedades nórdicas habían hallado finalmente el secreto para derrotar el capitalismo e individualismo rampante creado por los gringos y celebrábamos a dónde quiera que íbamos el hecho de que estábamos viviendo como verdaderos socialistas demócratas, compartiendo todo, pagando lo justo por lo consumido en conjunto, pero esto de compartir las mujeres, sobre todo entre amigos, a sabiendas que a mí me gustaba, eso sí es una cabronería. Y te creías, le dije, que esto sólo se trataba de cervezas baratas.
Nos quedaba un año en Washington y ya nuestro grupo no era el mismo: dejamos de ver las series de HBO y ABC, ya ‘el grupo’ no salía a cenar y cada cuál hacía su fiesta a su conveniencia. Tali seguía conectado a la red de europeos expatriados más populares de la ciudad y se pasaba conociendo a un sinnúmero de gente atractiva y dispuesta a fiestar hasta las altas horas de la noche.
Creo que llevaba cinco meses de haberme distanciado de Tali (ni nos hablamos durante el receso navideño) cuando decidí aparecerme junto con nuestros amigos a una de las fiestas que él estaba promocionando en uno de los nuevos clubes de Washington. Se alegró de verme y me abrazó como si nada nos hubiese alejado. Le pregunté si todavía cobraba por las cervezas que le tomaban en su casa a lo que me respondió con una carcajada y más tickets para tragos en la barra. Todo el mundo bebió como quiso. Me di cuenta que era una fiesta escandinava porque los Red Bull con Jägermeister no paraban de ser ordenados. Supe que en una esquina ya se había formado un lapachero de vómitos. Yo había ido solo, pero Abdullah había llegado con una pelinegra alta, de piernas bien formadas y cintura pequeña que no dejó sola ni un solo momento.
Tali se les acercó como si nada y los saludó de una manera tan agradable que Abdullah no pudo hacerle la malacrianza de no presentarle a su chica. Besito, besito en los dos cachetes como acostumbran los europeos y yo, viendo todo desde la barra, no podía creerlo. Tuve que darme dos shots de Absolut: ¡qué haces Abdullah! ¡Despacha a Tali, vete a bailar con ella! Pero seguían hablando, así que me le acerqué a Tali lo más que pude, le tomé del hombro y le dije bien despacito al oído: aparentemente han robado tu billetera y hay un loco, rubión y maseta como tú, comprándole tragos a la barra entera. Los ojos azules del sueco se engrandecieron y su sonrisa desapareció con la gravedad de mi noticia. Me dijo gracias y fue directo a la barra para tratar de solucionar el problema. Con su billetera en mis manos se la mostré a Abdullah, que no paraba de reírse y le grité: ¡Huevón, si bebieras, pediría una champagne para los tres! Él y su jeva se perdieron en la multitud de la pista de baile y viendo a varios panas de la universidad que estaban solos como yo, les propuse irnos al champagne lounge del tercer piso. ¡Estás loco! ¿Con qué dinero vamos a subir? No se preocupen, les respondí mientras les mostraba la billetera de Tali, repletita de dólares y pases especiales, tenemos taquillas VIP.
martes, 7 de agosto de 2007
Tórrida
O los últimos fines de semana del verano de 2007, con un trasfondo de un mangle salvaje y una botella Cahors, productora de soñolientas figuraciones en una tienda Payless.
A mí no me importa que Luis Ponce esté en el umbral de sus primeros cursos de Derecho. Yo vengo a contarles lo que él no quiere contar porque dice que no puede, que simplemente pensar en mamotretos y en un único y solitario examen a final de los cursos le da dolores terribles en el anillo del ano (o por lo menos en la rajadura escaldada de su rabadilla por tanto guardar cama debido a una misteriosa enfermedad procedente de nada más y nada menos que de una ardilla silvestre) no le han permitido escribir en este blog, que atrás dejó la escritura creativa para adentrarse, dice él mientras fuma (porque ha vuelto a fumar puros), a la que verdaderamente entra en contacto directo con el pueblo y lleva el germen del cambio, de la transformación, la escritura jurídica...y varios otros escupitajos más.
Me adentré a la zona costera de nuestro archipiélago en busca del mejor pedazo de mangle para meter mano. Sí, para relacionarse sexualmente con su pareja, para follar, como dice la canción del grupo español Sin Cuero, "te follaré hasta en un mangle", que un reconocido autor boricua intentó apropiarse en la década de los setenta y que lo llevó al suicidio. Que se cuiden los que plagian hoy en día, que incluye luminarias literarias como el señor Alfredo Bryce Echenique y el cerebrito del señor de esta tribu de los cafres. Que se cuiden también de los mosquitos del mangle y las moscas de playa que rejoden. Mucho OFF!, pero no el de espréi, sino el vaporizador. Úntese el repelente de insectos mientras intenta ver una puesta de sol imposible porque no está en Rincón, el Pueblo de los Bellos Atardeceres, sino en un mangle cerca de usted. Úntese, pero no lo haga en o cerca de sus partes íntimas: el repelente OFF! no tiene un sabor muy placentero que digamos.
A mí no me importa que Luis Ponce esté en el umbral de sus primeros cursos de Derecho. Yo vengo a contarles lo que él no quiere contar porque dice que no puede, que simplemente pensar en mamotretos y en un único y solitario examen a final de los cursos le da dolores terribles en el anillo del ano (o por lo menos en la rajadura escaldada de su rabadilla por tanto guardar cama debido a una misteriosa enfermedad procedente de nada más y nada menos que de una ardilla silvestre) no le han permitido escribir en este blog, que atrás dejó la escritura creativa para adentrarse, dice él mientras fuma (porque ha vuelto a fumar puros), a la que verdaderamente entra en contacto directo con el pueblo y lleva el germen del cambio, de la transformación, la escritura jurídica...y varios otros escupitajos más.
Me adentré a la zona costera de nuestro archipiélago en busca del mejor pedazo de mangle para meter mano. Sí, para relacionarse sexualmente con su pareja, para follar, como dice la canción del grupo español Sin Cuero, "te follaré hasta en un mangle", que un reconocido autor boricua intentó apropiarse en la década de los setenta y que lo llevó al suicidio. Que se cuiden los que plagian hoy en día, que incluye luminarias literarias como el señor Alfredo Bryce Echenique y el cerebrito del señor de esta tribu de los cafres. Que se cuiden también de los mosquitos del mangle y las moscas de playa que rejoden. Mucho OFF!, pero no el de espréi, sino el vaporizador. Úntese el repelente de insectos mientras intenta ver una puesta de sol imposible porque no está en Rincón, el Pueblo de los Bellos Atardeceres, sino en un mangle cerca de usted. Úntese, pero no lo haga en o cerca de sus partes íntimas: el repelente OFF! no tiene un sabor muy placentero que digamos.
Allí me encontraba, pues, entre esas catedrales aéreas, con esos entes de doble vida y personalidad. Viven sobre y debajo del agua. Acogen aves y peces y ahora, estoy convencido, muy bien pueden acoger a dos cuerpos que se estremezcan y puedan acomodarse entre las duras raíces de esta especie tropical. Los que se atrevan encontrarán el paraíso que se les perdió a las vistas al mar de los moteles de Tortuguero o a las piscinas en forma de corazón de los de Caguas.
El Cahors nos lo empezamos a tomar en la veranda de nuestro bungalú mientras esquematizaba los mangles que había recorrido durante el día. Había comenzado a escribir en mis finos papeles mientras mi compañera de aventuras, La Jevota de los Sombreros, se adentraba en los misterios del caldo francés y me preguntaba por qué carajo era tan comemierda y me daba con beber vino en estos trópicos desdichados y tristes y calurientos. Le dije si no le habían sabido bien con las alcapurrias de carne y de jueyes que había ordenado. Le pregunté si acaso no servía como elixir y alimento a la imaginación en este sencillo lugar donde solamente permitían encender incienso, nada de cigarros ni cigarritos. Entonces, tomé una de las hojas donde suelo escribir mis apuntes de viaje (muy parecidas al material de los mantelitos de papel que utilizan en los restaurantes) y le redacté un tratado el cual subtitulé (ya ven como me agradan los subtítulos): "El tórrido fin de semana que pasé contigo". A ver si te atreves a mostrárselo a alguien más, le dije. Pero ya cuando le dije esto, ambos habíamos descendido a las profundidades embriagantes de ese vino raro y exquisito que había traído de contrabando. Este su servidor, El Capitán de la Pluma de Ganso, junto a La Jevota de los Sombreros, terminamos hablando de zapatos de descuento y cómo todavía no había un sólo zapato sobre la faz de la tierra que impidiera la entrada molestosa de los granos de arena al ínfimo y recóndito espacio entre los dedos.
Fotos tomadas en la Zona Tórrida del Archipiélago Nacional
por © La Jevota de los Sombreros - 2007
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