El domingo por la mañana cuando me levanté de mi cama luego de haberlo hecho de un colchón o cama ajena por toda una semana, todavía me sentía raro, desorientado. No es que el tiempo fluya rápido y que haya cierto tipo de melancolía enrredada en mi alma, pero los espacios y ventanas amplias de mi casa no me parecían familiares. No era un extraño en el extranjero, sino, ¡un extraño en mi propia casa!
Nueva York no sólo habita en los millones de establecimientos, bares, tiendas, teatros, y oficinas de la ciudad, sino en las calles, en el Subway, en los callos de mis pies. Yo hubiese pensado que el frío (increíble que hiciera tan baja temperatura en abril y eso que yo viví en Boston) mantendría a una menor cantidad de neoyorquinos caminando por la ciudad, pero claro, esto no era más que un pensamiento iluso -y desinformado- de mi parte. NYC estaba, como siempre, transitado por peatones hasta la saciedad.
En dos ocasiones evité la enfermedad debido al súbito cambio de temperatura (y mi idiotez logística de no haber empacado mi abrigo largo y sombrilla para una estadía de una semana), pero el constante peregrinaje a Starbucks u otros cafés para tomar mi dosis de té (con miel por supuesto y un poquito de limón), la interminable caminata por la 2da Avenida yendo de misión en misión de la ONU o los almuerzos a la carrera (yo que odio almorzar rápidamente), terminaron por enfermarme mentalmente. La prisa, el constante cambio de trenes, taxis, autobuses -sobre todo cuando se hace trajeado- me cansaron y ya cuando regresaba por las tardes al diminuto pero acogedor apartamento de mi amiga Caitlin, solamente quería ver televisión y esperar -como un nene chiquito lo hace con una sorpresa- la cena.
Anoté en la libretita que he llevado para todos mis viajes desde el 2003 algunas notas sobre las cuales quería expandir, recordar o indagar a mi regreso de Nueva York. Pero por supuesto, y como siempre hago, me lanzo primero a escribir sobre cosas que ni siquiera había apuntado. Esto debe ser parte de la desorientación que todavía me tiene confundido y sí, tengo que finalmente admitir, medio melancólico de mi intensa semana en NYC. Semana de reencuentros (pronto verán Boston-New York-Bayamón II, para la primera parte click aquí), lloviznas, inuendos, pizzas, Mario Batali y, además de té, mucha, mucha cerveza.
2 comentarios:
qué post tan nostálgico, eh, algo que no había visto aún acá... Es que los cambios son así. Simplemente son así
Gracias por el post, Joel. Y sí, son esos cambios instantáneos, no sólo de lugares físicos, sino de estados emocionales, psicológicos, los que nos llevan a la nostalgia.
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