domingo, 29 de abril de 2007

¿Los síntomas del otro?

Hace varios meses la Policía de Puerto Rico alertó sobre la nueva modalidad de los narcoasesinos de utilizar a menores de edad para llevar a cabo los “ajusticiamentos” de deudores o eliminar a rivales. Mayra Montero ha escrito sobre el tema en su genial columna de los domingos, Antes que llegue el lunes, en El Nuevo Día. Este pasado jueves, 19 de abril, la policía alertó al país y a los universitarios sobre la posibilidad de que narcopandilleros, cautivados por la desalmada teatralidad de la matanza en Virginia Tech, utilizarían las Justas para acabar con sus adversarios. Hasta un compañero de la Maestría en Creación Literaria (vean su blog aquí) ha creado un cuento que habla de una matanza orquestrada por estudiantes adolescentes en una escuela pública aquí mismo en Puerto Rico, advirtiéndonos –como siempre ha hecho la literatura– de los males que están por venir.

He esperado todos estos días, he dejado que el tiempo discurra y he enumerado paralelismos como los de arriba para finalmente hoy escribir sobre lo ocurrido en Virginia Tech hace más de una semana.

En esta matanza, más que dos entidades responsables –la universidad de Virginia Tech y el gobierno estadounidense–, hay una ideología subyacente que permitió a Cho Seung-Hui caer en la vorágine que lo llevó a matar 32 personas y a suicidarse. Me refiero al mantra de mind your own business. Virginia Tech no hizo lo apropiado, brindarle la ayuda psicológica necesaria (y alejarlo de la universidad), porque la evidencia que una de sus profesoras había presentado –sus escritos crudos y conducta excéntrica– no era suficiente como para que la universidad tomara acción alguna . Aquí las normas en Virgina Tech respondieron al derecho de la libre expresión y por lo tanto, sin hacer una investigación más exhaustiva, no se pudo hacer nada con este muchacho solitario. La universidad falló en atajar a un individuo que desde hace dos años mostraba los síntomas de una persona que podría hacerle daño a otras. Más que atentar contra un derecho a la libre expresión, ese mind your business tan individualista llevó a Virginia Tech a ignorar a uno de sus estudiantes.

En el centro del problema también está el gobierno estadounidense por la irresponsable y arcaica interpretación de la segunda enmienda a la constitución: el derecho de portar armas. Las primeras reacciones de Casa Blanca dejaron patentemente claro que el Presidente Bush habló primero con los cabilderos de la NRA antes que con los familiares de las víctimas porque luego de haber comunicado a través de su spokeswoman Dina Perino que estaba “horrorizado” por la matanza y “profundamente preocupado por las familias de las víctimas”, inmediatamente añadió que “el Presidente cree en el derecho que tienen las personas para portar armas”. No sé cómo los estadounidenses, en especial la comunidad de Blacksurg, no se conmocionaron ante estas palabras del dirigente de la nación. Bush, una vez más, hizo gala de su humanismo.

Muchos han argumentado –inexplicablemente con éxito– que los fundamentos legales dejados por los Founding Fathers de la república no deben ser alterados porque, además de que estas personas eran aparentemente súperhumanas y omniscientes, después de más de doscientos años de prueba, ¿acaso no habían funcionado bien?

¿Funcionado bien? ¿Cuántas masacres más deben ocurrir para que los estadounidenses se den cuenta que portar armas no es verdaderamente un derecho, sino un privilegio que debe ser regulado? ¿Acaso el mundo de hoy es el mismo que el de finales de siglo XVIII? Cho compró una de las dos armas que utilizó para acabar con 33 vidas ahí mismo en Blacksburg. Y ¿la otra? ¡¡Pues por Internet!! ¡Sí! ¡Por Internet! No sólo la constitución norteamericana necesita revisión (el célebre científico político Robert Dahl, en su libro How Democratic is the American Constitution?, si bien no argumenta explícitamente que debe enmendarse la constitución, sí la cuestiona abiertamente y demuestra sus grandes fallas), sino también los reglamentos de Virginia que permitieron a Cho, con todo y su antecedente psiquiatrico, comprar dos armas.

El problema de este derecho a portar armas es que se da dentro de un país (y por supuesto, aquí no estoy arguyendo que sea el único, hay muchos otros ejemplos) en que la violencia y la destrucción son considerados casi como virtudes por un sector amplio, como lo es el autodenominado conservador-cristiano-pro-familia y sus maquinarias propagandísticas. Por poco residencian a un presidente por tener una aventurilla en la Oficina Ovalada, pero no hacen nada con Bush: siguen defendiendo a ultranza la guerra en Irak, conflicto que ha dejado a un país entero en la miseria y a más de tres mil soldados estadounidenses muertos. La visión moralista del aparato conservador estadounidense se fija en inconsecuencias, el fellatio, y obvia lo que es el pecado más grande de la humanidad, la guerra. Es inquietante que un país que fomenta tanto la cultura de la guerra tenga el portar armas como uno de sus derechos.

Este texto comenzó con una lista de síntomas que muestran que en Puerto Rico estamos en las entrañas de una espiral de violencia. La matanza en Virginia Tech ha demostrado que hay que atender los síntomas para atajar los problemas. La realidad, de que el narcotráfico es lo que genera la mayoría de la actividad criminal en este isla, pide a gritos respuestas reales y contundentes. Ya basta de escondernos detrás del IVU y de pensar en proyectos de Ciudad Mayor y metrópolis del Caribe, de descartar todo lo que pasa a nuestro alrededor como “someone else’s business” porque tarde o temprano ese problema del ‘otro’ entrará disparando a mansalva en nuestras escuelas, oficinas y casas. Entonces ya habrá sido muy tarde para hacer algo.

©Luis Ponce Ruiz
28 de abril de 2007
Bayamón

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