Más que dos años en Lima, han sido dos años en Miraflores. Me he mudado cuatro veces y todas en el mismo distrito porque hay algo que me adhiere a sus calles. No es magia ni la nostalgia de las novelas de Vargas Llosa de hace más de 50 años. Es algo banal: la cercanía y relativa tranquilidad de sus áreas residenciales, donde las bodegas y sus carretillas con empanadas o frutas siempre están accesibles. Aquí puedo acercarme a una variedad enorme de cafés que me quedan a menos de dos cuadras, a bodegas bien surtidas, mis parques favoritos y a esa curva que he descrito antes, por la Plazuela Balta: Trípoli con Recavarren.
Podría subsistir por semanas sin utilizar una combi, bus o taxi. Ante esta falencia vivo en paz entre estas cuatro calles con sus dieciséis esquinas. Pero así como vine a habitar esta parte de Lima, así de fácil se puede terminar. ¿Dónde viviré el año que viene?
Espero que en un lugar muy cercano de lo que alguna vez fue mi felicidad.
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