martes, 1 de septiembre de 2009

Noche de ayer

Supo que ya era tarde cuando, saliendo del auto, escuchó con una claridad de cristal el paso del tren que hace menos de veinte minutos lo había dejado en el centro de la ciudad. Las vías del tren no abrazaban las cercanías donde él vivía y por eso no estaba preparado para los sonidos que esa noche le traía: el suave deslizamiento --en verdad, el rumor eléctrico-- de los vagones por el entretejido urbano. O el seco golpe contra el asfalto del bulto que contenía los restos de su amor.

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