miércoles, 23 de septiembre de 2009

Fragmento de algo de siempre escrito por allá


Martín me había convidado a unos mates en el primer mate-bar que veía en la ciudad. ¿Esto no es para turistas? Aquí venimos los estudiantes, ¿no ves? Justo al lado estaba la facultad de psicología de la UBA y frente a toda la cuadra se extendía, casi interminable, la Avenida Independencia que pasaba por una de las partes de Buenos Aires que más vieja y destartalada se mantenía.


Mentiría si no dijera que me acuerdo mal de las cosas que hablamos allí por varias horas. Tengo clarísimo, eso sí, el nombre del mate que tomábamos (Amanda), las chicas vestidas de vaqueras promocionando la marca, las dulces medias lunas y las universitarias --futuras psicoanalistas en esta ciudad nula de secretos-- que rondaban en el lugar con sus melenas inconformes. Martín abría la boca y me contaba. Sé que llegamos a mencionar el nombre de Ale, de cómo nos conocimos, de lo que habíamos viajado juntos. Luego, de nosotros, de por qué él había regresado a Buenos Aires y yo había vuelto a salir de San Juan. ¿Pensás volver? De eso también me acuerdo, cómo no hacerlo: tan gracioso cuando otros preguntan por lugares para ellos desconocidos y para uno tan habituales y propios. Me pregunta y mi respuesta ya es automática, como la incómoda mirada que a ratos le doy a las personas con quien hablo: directa a los ojos, como si tratara de robarles el alma o inquirir en sus pensamientos. Y así me vacié, con esa larga cara mía descomponiéndose aún más para decirle que me prestara atención, que aunque creyera que estaba en busca de amparo en Buenos Aires, no, no pensaba volver.

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La tribu errante