domingo, 27 de enero de 2008

Pantaleón y las ganas de escribir

Cuando desabordé el avión de la ya extinta Aerocontinente, sentí esa sensación liberadora que me imagino todas las criaturas del trópico sienten cuando llegan a climas similares al suyo (migraba del invierno húmedo de la fantasmagórica Lima a la humedad tropical de Iquitos). Fue en esa llanura secuestrada de la Amazonía que me encontré por vez primera al Mario Vargas Llosa de mi adolescencia; lo sentí mucho más próximo que cuando me tropecé con él por los pasillos de la Universidad de Georgetown durante mis años universitarios, porque fue a costa de las imágenes de esta selva que desarrollé mi obsesión por las letras y mi platónica relación con el desposeído del Nobel más extraordinario y polémico del Boom. Mario Vargas Llosa entró en mi vida luego de la lectura de mi primera novela en español que mi padre, un inmigrante peruano, compró en la desaparecida librería Par[é]ntesis y me regaló en unas Navidades. Pantaleón y las visitadoras me introdujo a un mundo totalmente ajeno a mi realidad de adolescente puertorriqueño. El Playstation fue reemplazado por la escandalosa idea de emplear putas al servicio del “Ejército de la Nación”; el creciente interés por la Internet por la prueba de salvación que el impecable Capitán Pantoja padeció ante las caderas de fuego de la Brasilera; las figuras imposibles de las pornstars por la candente lujuria selvática desencadenada por las avasalladoras visitadoras. Esta lectura de Pantaleón me llevó a un universo cuasi-dantesco, pero a la vez risible y ahora, desde la distancia temporal, a un mundo irremediablemente real.

La lujuria de sus personajes me sedujo a trazar como meta visitar la pecaminosa Iquitos, la ciudad-selva de la Amazonía peruana. Fue gracias a los contactos de mi tío en Iquitos y la audacia de mi primo en acompañarme, que hace casi dos años llegué, en un medio día lluvioso de finales de diciembre, a la tierra de la Chuchupe, la Brasilera (a la que siempre preferiré sobre la Colombiana que encarnó Angie Cepeda en la última entrega fílmica de este clásico selvático) y a la que el limeño Pantaleón Pantoja hizo suya.

Mi inicial exposición a Vargas Llosa figura en mi vida como el génesis de mi interés por la literatura. Que hasta el momento lo más que he producido hayan sido hojas y hojas de libretas de escuela a medio usar, garabateadas en mi cursiva horrorosa, y con alguno que otro poemita o cuentito publicados en una revista literaria en inglés y en la revista de creación literaria en español Paréntesis, demuestra lo más significativo que he aprendido: para escribir es necesario practicar. Habrá escritores y académicos que todavía creen en los antiguos mitos de la figura del gran escritor y por consiguiente discreparán conmigo por la ‘reducción’ que ofrezco, en una palabra tan mecánica como ‘práctica’, al arte de escribir. Ciertamente es indispensable un talento inherente en la persona que aspira a ser escritor (que bien se traduciría a esa incontrolable necesidad de crear, a través de la lectura y escritura, un mundo lleno de inquietudes y conflictos propios). Pero es precisamente por ser un arte que la escritura conlleva experimentación constante y responsable.

Esta visión que ahora poseo sobre el acto de escribir fue moldeada gracias a la iniciativa de mi maestra de español del Colegio San Antonio en Río Piedras de iniciar un club de literatura después de clases, el cual bautizó Taller de Redacción. Un taller de esta naturaleza es sinónimo de renovación y la Sra. Marlene Feliú tuvo esto muy claro. Cada vez que sus estudiantes nos congregábamos, había un ejercicio de escritura distinto, una nueva forma de plasmar lo pensado. Su taller fue una deliciosa reescritura constante. Proveyó crítica a nuestros escritos y por ende se fomentó el duelo de ideas. Ese reto y pérdida de miedo (de enfrentarse a la crítica sin titubeos) fue la enseñanza más valiosa que nuestra maestra sembró en nuestro grupo de adolescentes, todavía inseguros pero que no daban media vuelta a la primera amenaza de crítica. El espacio que la Sra. Feliú habilitó en la vida de sus estudiantes evidencia nuevamente el gran rol que los maestros verdaderamente genuinos juegan en la formación de los jóvenes en escuela intermedia y superior.

Cuando opté por continuar mis estudios secundarios en el Colegio San José, también en Río Piedras, desarrollé mucho más mi interés por la escritura debido a la responsabilidad que tuve como editor del periódico estudiantil La Lanza y por los grandes lazos de amistad que establecí con compañeros y con los extraordinarios maestros de dicha institución.

Sin embargo, fue desde mi exilio autoimpuesto en Washington D.C. que empecé a reaccionar al estímulo del Taller de Redacción y a buscar la manera de continuar escribiendo y creando desde la distancia. Al principio de mi carrera universitaria incursioné en el inglés como lengua de creación y escribí varios cuentos y poemas (en su mayoría mediocres). Todos estuvieron sumergidos en la visión erótica-morbosa que heredé de mis últimos meses de escuela superior en Puerto Rico. Estoy convencido que estos escritos figuraron en los dos números del The Georgetown Journal, la revista de creación literaria del estudiantado, por su naturaleza cruda y callejera. Aunque sí disfruté de mi experiencia en el Journal, no encontré el entusiasmo que sentía cuando participaba en los talleres de San Antonio. En la búsqueda que prosiguió, me di cuenta que el factor elusivo era el español. Me faltaba leer, respirar y crear en español. De este cuestionamiento surgió el Taller de Creación Literaria en Lengua Española «Paréntesis» que fundé junto a otros compañeros en la Universidad de Georgetown. Este taller se convirtió en una balsa hispana flotando sobre el mar lingüístico y cultural anglosajón. Los miembros de este taller fuimos náufragos rescatados gracias a la brutal hazaña de los conquistadores que nos impusieron un lenguaje en común, rico y maleable. Continuamos siendo náufragos luego de haber tocado tierra firme por el hecho de ser creadores en nuestra lengua materna, por rebelarnos en contra de la lengua franca inglesa. Por este inaudible grito de rebeldía evitamos ser parte de esa constante y repetitiva literatura Latina en inglés – a veces traducida al español – con la que las subsidiarias de las más prestigiosas editoriales norteamericanas han inundado las librerías en los Estados Unidos y Puerto Rico. Este punto a parte nuestro no quiere decir que descartamos las distintas realidades que los hispanos han vivido y viven en los Estados Unidos, a través del inglés. Sin embargo, del mismo modo queríamos evidenciar el afán de aquellos latinoamericanos que, como nosotros en el Taller «Paréntesis», desean resaltar la importancia del idioma español en sus vidas y en la vida de los estadounidenses, en suelo norteamericano. Esto no nos hizo mejores ni peores. En cambio, sí nos distinguió y eso, precisamente, era lo que buscábamos.

Han pasado ocho años desde que participé en mi primer taller de creación literaria. Aunque no recuerdo bien de qué hablé con la Sra. Feliú y los miembros del taller la última vez que los vi, siempre he tenido presente las palabras que mi maestra me dijo semanas antes de finalizar mis estudios en el Colegio San Antonio. Dentro del salón de nuestras reuniones, en una tarde lluviosa de mayo como aquella que me recibiría a la tierra que desencadenó mi interés por la literatura, mi maestra me entregó la llave de la perseverancia cuando me dijo: “Nunca pares de escribir.” Y esa llave, utilizada desde entonces, me ha provisto estas ganas imparables de escribir en donde quiera que me encuentre.

[Nota: Este ensayo lo escribí en el 2005, antes de iniciar mis estudios en la Maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón. La Maestría es fundamentalmente exitosa por los talleres que imparten los profesores-escritores y por las invaluables contribuciones que hacen los compañeros y amigos que la cursan.]

7 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé, Luis, creo que intentas llegar a conclusiones muy aceleradamente; demostrar cosas cuando todavía no tienes la experiencia requerida. Hablas de escribir, pero qué cosas has escrito y en dónde? Leo tu blog con frecuencia y pues, como ves, todavía lo sigo haciendo porque tiene algo de interesante, pero no creo que es suficiente como para considerarse escritor. Mencionas a Paréntesis pero con todo el respeto me pregunto: Qué efecto real tuvo en la literatura?

Coquí, coquí es la respuesta.

Anónimo dijo...

Ay, anónimo:

sé quien eres, así que la pregunta es: por qué sigues tan resentido con Ponce después de tantos años?

Bueno, sin entrar a más, solo quiero establecer que para mí toda experiencia es valiosa, no importa a quién o cómo ocurra. Mis experiencias se ven a través de lo que escribo, haya publicado o no, tenga un doctorado o no, o haya seducido a tu mujer o no. A escribir en buena lid, macho, que la vida es muy corta.

Unknown dijo...

anónimo:

Uno llega a conclusiones en todas las etapas de su vida; unas muy dolorosas y necesarias; otras fáciles y obvias.

Lo del certamen en intermedia: si supiera que te iba a afectar tanto no hubiese participado -y ganado. Pax!

Talibán:

(Jaja, te quedó genial el nick). Espero que las cosas estén bien en Hispania...a ver cuando te doy una visita. Gracias por comentar. Besos a la Yoli.

J. J. Rodríguez dijo...

No quiero entrar en polémicas con nadie. Pero concuerdo con el talibán de la literatura en el sentido de que la vida es muy corta y fugáz como para estar resentido con tal o cual persona.

Leo la reacción de anónimo y noto una mala fe implícita en la manera como se regodea para decir que Ponce no es escritor, sin embargo (Ponce, te leen hasta los que no te quieren y eso es algo, ALÁBALO que ÉL vive) ¿quién lo es? ¿qué es ser escritor? ¿qué cosa es la literatura? ¿es importante publicar? ¿para qué? ¿fama?, pues si para eso es la literatura y si alguna vez yo he cavilado que quiero ser reconocido con este oficio, perdí mi tiempo y hubiese sido mejor ser ebanista.

Anónimo si quieres ser reconocido, pues pon tu nombre como Dios manda, ¿no sabes que los anónimos son de mal gusto? Sabes lo que hecen con los anónimos en donde yo me crié, les cortan sus vergüenzas como dice Apuleyo. Pero claro, es tu decisión no identificarte, tu derecho y se te respeta pero no te libra de una crítica constructiva. Ponce sigue escribiendo no importa lo que te digan, escribe lo que te de la gana.

Nota:

La vida es corta y nada impide que algo acabe con nuestro planeta y nos desaparezca junto con la literatura, así de triviales somos.
J.J.

J. J. Rodríguez dijo...

Contra Ponce diculpame, se me olvidó que tenía un intento de blog. Oclocracia: gobierno donde las muchedumbres dominan, fanáticos y demagogos.

Unknown dijo...

jota j.:

Epa, gusto saber que andas por aquí...pero más me gustaría ver ese blog tuyo al día.

Concuerdo con tus señalamientos. Anónimo prefiere crear controversia y se refugia en un ideal de la literatura que si bien existió en algún momento (el reconocimiento inmediato, la obligación de crear una revolución), ahora no existe. No puede haber resentimiento en la literatura porque escribir no es una competencia aunque mucha gente desee verlo así. Solamente hay buena y mala literatura y cada una tiene su público. Es nuestra la decisión de enfocar nuestro trabajo hacia una de esas vertientes.

Anónimo dijo...

cafres (denominación dada por los portugueses a los bantúes, tomada del árabe cafrun, no musulmán)

La tribu errante