Cuando desabordé el avión de la ya extinta Aerocontinente, sentí esa sensación liberadora que me imagino todas las criaturas del trópico sienten cuando llegan a climas similares al suyo (migraba del invierno húmedo de la fantasmagórica Lima a la humedad tropical de Iquitos). Fue en esa llanura secuestrada de la Amazonía que me encontré por vez primera al Mario Vargas Llosa de mi adolescencia; lo sentí mucho más próximo que cuando me tropecé con él por los pasillos de la Universidad de Georgetown durante mis años universitarios, porque fue a costa de las imágenes de esta selva que desarrollé mi obsesión por las letras y mi platónica relación con el desposeído del Nobel más extraordinario y polémico del Boom. Mario Vargas Llosa entró en mi vida luego de la lectura de mi primera novela en español que mi padre, un inmigrante peruano, compró en la desaparecida librería Par[é]ntesis y me regaló en unas Navidades. Pantaleón y las visitadoras me introdujo a un mundo totalmente ajeno a mi realidad de adolescente puertorriqueño. El Playstation fue reemplazado por la escandalosa idea de emplear putas al servicio del “Ejército de la Nación”; el creciente interés por la Internet por la prueba de salvación que el impecable Capitán Pantoja padeció ante las caderas de fuego de la Brasilera; las figuras imposibles de las pornstars por la candente lujuria selvática desencadenada por las avasalladoras visitadoras. Esta lectura de Pantaleón me llevó a un universo cuasi-dantesco, pero a la vez risible y ahora, desde la distancia temporal, a un mundo irremediablemente real.
La lujuria de sus personajes me sedujo a trazar como meta visitar la pecaminosa Iquitos, la ciudad-selva de la Amazonía peruana. Fue gracias a los contactos de mi tío en Iquitos y la audacia de mi primo en acompañarme, que hace casi dos años llegué, en un medio día lluvioso de finales de diciembre, a la tierra de la Chuchupe, la Brasilera (a la que siempre preferiré sobre la Colombiana que encarnó Angie Cepeda en la última entrega fílmica de este clásico selvático) y a la que el limeño Pantaleón Pantoja hizo suya.
Mi inicial exposición a Vargas Llosa figura en mi vida como el génesis de mi interés por la literatura. Que hasta el momento lo más que he producido hayan sido hojas y hojas de libretas de escuela a medio usar, garabateadas en mi cursiva horrorosa, y con alguno que otro poemita o cuentito publicados en una revista literaria en inglés y en la revista de creación literaria en español Paréntesis, demuestra lo más significativo que he aprendido: para escribir es necesario practicar. Habrá escritores y académicos que todavía creen en los antiguos mitos de la figura del gran escritor y por consiguiente discreparán conmigo por la ‘reducción’ que ofrezco, en una palabra tan mecánica como ‘práctica’, al arte de escribir. Ciertamente es indispensable un talento inherente en la persona que aspira a ser escritor (que bien se traduciría a esa incontrolable necesidad de crear, a través de la lectura y escritura, un mundo lleno de inquietudes y conflictos propios). Pero es precisamente por ser un arte que la escritura conlleva experimentación constante y responsable.
Esta visión que ahora poseo sobre el acto de escribir fue moldeada gracias a la iniciativa de mi maestra de español del Colegio San Antonio en Río Piedras de iniciar un club de literatura después de clases, el cual bautizó Taller de Redacción. Un taller de esta naturaleza es sinónimo de renovación y la Sra. Marlene Feliú tuvo esto muy claro. Cada vez que sus estudiantes nos congregábamos, había un ejercicio de escritura distinto, una nueva forma de plasmar lo pensado. Su taller fue una deliciosa reescritura constante. Proveyó crítica a nuestros escritos y por ende se fomentó el duelo de ideas. Ese reto y pérdida de miedo (de enfrentarse a la crítica sin titubeos) fue la enseñanza más valiosa que nuestra maestra sembró en nuestro grupo de adolescentes, todavía inseguros pero que no daban media vuelta a la primera amenaza de crítica. El espacio que la Sra. Feliú habilitó en la vida de sus estudiantes evidencia nuevamente el gran rol que los maestros verdaderamente genuinos juegan en la formación de los jóvenes en escuela intermedia y superior.
Cuando opté por continuar mis estudios secundarios en el Colegio San José, también en Río Piedras, desarrollé mucho más mi interés por la escritura debido a la responsabilidad que tuve como editor del periódico estudiantil La Lanza y por los grandes lazos de amistad que establecí con compañeros y con los extraordinarios maestros de dicha institución.
Sin embargo, fue desde mi exilio autoimpuesto en Washington D.C. que empecé a reaccionar al estímulo del Taller de Redacción y a buscar la manera de continuar escribiendo y creando desde la distancia. Al principio de mi carrera universitaria incursioné en el inglés como lengua de creación y escribí varios cuentos y poemas (en su mayoría mediocres). Todos estuvieron sumergidos en la visión erótica-morbosa que heredé de mis últimos meses de escuela superior en Puerto Rico. Estoy convencido que estos escritos figuraron en los dos números del The Georgetown Journal, la revista de creación literaria del estudiantado, por su naturaleza cruda y callejera. Aunque sí disfruté de mi experiencia en el Journal, no encontré el entusiasmo que sentía cuando participaba en los talleres de San Antonio. En la búsqueda que prosiguió, me di cuenta que el factor elusivo era el español. Me faltaba leer, respirar y crear en español. De este cuestionamiento surgió el Taller de Creación Literaria en Lengua Española «Paréntesis» que fundé junto a otros compañeros en la Universidad de Georgetown. Este taller se convirtió en una balsa hispana flotando sobre el mar lingüístico y cultural anglosajón. Los miembros de este taller fuimos náufragos rescatados gracias a la brutal hazaña de los conquistadores que nos impusieron un lenguaje en común, rico y maleable. Continuamos siendo náufragos luego de haber tocado tierra firme por el hecho de ser creadores en nuestra lengua materna, por rebelarnos en contra de la lengua franca inglesa. Por este inaudible grito de rebeldía evitamos ser parte de esa constante y repetitiva literatura Latina en inglés – a veces traducida al español – con la que las subsidiarias de las más prestigiosas editoriales norteamericanas han inundado las librerías en los Estados Unidos y Puerto Rico. Este punto a parte nuestro no quiere decir que descartamos las distintas realidades que los hispanos han vivido y viven en los Estados Unidos, a través del inglés. Sin embargo, del mismo modo queríamos evidenciar el afán de aquellos latinoamericanos que, como nosotros en el Taller «Paréntesis», desean resaltar la importancia del idioma español en sus vidas y en la vida de los estadounidenses, en suelo norteamericano. Esto no nos hizo mejores ni peores. En cambio, sí nos distinguió y eso, precisamente, era lo que buscábamos.
Han pasado ocho años desde que participé en mi primer taller de creación literaria. Aunque no recuerdo bien de qué hablé con la Sra. Feliú y los miembros del taller la última vez que los vi, siempre he tenido presente las palabras que mi maestra me dijo semanas antes de finalizar mis estudios en el Colegio San Antonio. Dentro del salón de nuestras reuniones, en una tarde lluviosa de mayo como aquella que me recibiría a la tierra que desencadenó mi interés por la literatura, mi maestra me entregó la llave de la perseverancia cuando me dijo: “Nunca pares de escribir.” Y esa llave, utilizada desde entonces, me ha provisto estas ganas imparables de escribir en donde quiera que me encuentre.
[Nota: Este ensayo lo escribí en el 2005, antes de iniciar mis estudios en la Maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón. La Maestría es fundamentalmente exitosa por los talleres que imparten los profesores-escritores y por las invaluables contribuciones que hacen los compañeros y amigos que la cursan.]
"...[E]l vacío de la casa se les presentaba como un animal dispuesto a tragarse cualquier sonido..." La tribu existe para combatir ese vacío y preservar los sonidos.
domingo, 27 de enero de 2008
miércoles, 23 de enero de 2008
Hay veces en la vida
[Ayer La tribu de los cafres cumplió un año. Gracias a todos los que asiduamente leen mis cosas, los que han comentado y me han añadido a su lista de enlaces.
Abajo incluyo un poema que he rescatado del olvido y que escribí hace casi tres años. Pertinente o no, no importa...simple y llanamente sentí la necesidad de compartirlo.]
Hay veces en la vida que son golpes y dejan heridas.
La marejada descontrolada
termina con la calma
y estrepitosamente
barre el margen de la orilla.
Hay veces en la vida que son cargas y descargas.
El rayo impertinente
quiebra el árbol centenario
y de desconsuelo enciende
el bosque en llamas.
Hay veces en la vida que son columnas y dinteles.
El viento, en su vuelco de milenios,
pasa fortuitamente por la ciudad
y erosiona
el paso de las horas.
Hay veces en la vida que son cielo raso y cielo vil.
Las nubes amontonadas
delinean la tormenta que se aproxima
y truenan
cadenciosas sobre la isla.
Hay veces en la vida que son encuentros y desencuentros.
Los labios húmedos finalmente
reposan en la nada
y solos se secan
en una sonrisa amordazada.
Hay veces en la vida que son anhelos y ficciones.
La realidad tangible se torna
instantáneamente a inventada
y sobre las alas de un fénix
desvanece en la lejanía.
©Luis Ponce Ruiz
15 de marzo de 2005
Bayamón, Puerto Rico
Abajo incluyo un poema que he rescatado del olvido y que escribí hace casi tres años. Pertinente o no, no importa...simple y llanamente sentí la necesidad de compartirlo.]
Hay veces en la vida que son golpes y dejan heridas.
La marejada descontrolada
termina con la calma
y estrepitosamente
barre el margen de la orilla.
Hay veces en la vida que son cargas y descargas.
El rayo impertinente
quiebra el árbol centenario
y de desconsuelo enciende
el bosque en llamas.
Hay veces en la vida que son columnas y dinteles.
El viento, en su vuelco de milenios,
pasa fortuitamente por la ciudad
y erosiona
el paso de las horas.
Hay veces en la vida que son cielo raso y cielo vil.
Las nubes amontonadas
delinean la tormenta que se aproxima
y truenan
cadenciosas sobre la isla.
Hay veces en la vida que son encuentros y desencuentros.
Los labios húmedos finalmente
reposan en la nada
y solos se secan
en una sonrisa amordazada.
Hay veces en la vida que son anhelos y ficciones.
La realidad tangible se torna
instantáneamente a inventada
y sobre las alas de un fénix
desvanece en la lejanía.
©Luis Ponce Ruiz
15 de marzo de 2005
Bayamón, Puerto Rico
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martes, 22 de enero de 2008
Raro, controvertible, inesperado 2008
Raro porque en estos días escribí la carta más larga que en mi vida haya escrito.
Controvertible porque me he puesto a leer e investigar sobre un tema que nunca me había tocado tan cerca y lo hice para retar mis conocimientos y la mala costumbre de sentirme complaciente con el conjunto de valores adquiridos a través de la infancia y adolescencia.
Inesperado porque tuve la maravillosa ocasión de que un deambulante norteamericano en el Parque del Indio en El Condado me sugiriera un libro al enterarse que estaba estudiando derecho y porque hoy La tribu cumple un año.
La escena en El Condado transcurrió así:
Leía el caso S.S. Lotus para mi clase de Derecho Internacional Público sentado frente al mar. Pensaba que vendría aquí a estudiar para descansar de la biblioteca o de mi casa ya que la brisa y el sonido del mar amortiguaban casi perfectamente la gritería de los niños en los columpios. Como a las cuatro de la tarde de ese domingo de nubes grises -y luego, de reality shows en vivo- se me acerca un señor de pelo blanco despeinado, con la cara encendida en rojo y salitre y unas chancletas Reef destartaladas. Un leve olor mustio que se desprende de sus cabellos, axilas y entrepierna me llega a mi nariz gracias a la brisa del mar y enseguida se hace obvio que este señor americano era un deambulante que vivía, al parecer, debajo de unos almendros en esa playa. Me mira leyendo y se me acerca para pedirme un dólar. En inglés le respondo que no tengo un peso, pero te doy una peseta y así mismo la saqué (con cierto dolor porque ese día había olvidado mi móvil en casa y tenía el menudo contado para hacer mis llamadas desde un teléfono público) y se la puse en la mano. Me dio las gracias pero se interesó en los papeles que estaba leyendo (era el único en todo el parque que estaba con papeles, bolígrafos y un sobre blanco grande que contenía la carta larga con el nombre de una persona sumamente especial en el exterior) y me preguntó qué rayos estaba leyendo. International Law. Ah!, an International Lawyer, we need more of those, me respondió con la vista hacia el mar. Have you read King of Torts? No, le dije. John Grisham's book...oh, you'll like it. Le pedí que me repitiera el título y lo anoté en el margen inferior de una de las páginas del caso. Le dije que lo leería y le di las gracias. Volveré al parque, eso no tengo duda, y espero que en alguna de esas ocasiones pueda verlo otra vez y decirle, gracias por la recomendación.
Así ha empezado el año...jum, a ver cómo me sigue yendo...
Controvertible porque me he puesto a leer e investigar sobre un tema que nunca me había tocado tan cerca y lo hice para retar mis conocimientos y la mala costumbre de sentirme complaciente con el conjunto de valores adquiridos a través de la infancia y adolescencia.
Inesperado porque tuve la maravillosa ocasión de que un deambulante norteamericano en el Parque del Indio en El Condado me sugiriera un libro al enterarse que estaba estudiando derecho y porque hoy La tribu cumple un año.
La escena en El Condado transcurrió así:
Leía el caso S.S. Lotus para mi clase de Derecho Internacional Público sentado frente al mar. Pensaba que vendría aquí a estudiar para descansar de la biblioteca o de mi casa ya que la brisa y el sonido del mar amortiguaban casi perfectamente la gritería de los niños en los columpios. Como a las cuatro de la tarde de ese domingo de nubes grises -y luego, de reality shows en vivo- se me acerca un señor de pelo blanco despeinado, con la cara encendida en rojo y salitre y unas chancletas Reef destartaladas. Un leve olor mustio que se desprende de sus cabellos, axilas y entrepierna me llega a mi nariz gracias a la brisa del mar y enseguida se hace obvio que este señor americano era un deambulante que vivía, al parecer, debajo de unos almendros en esa playa. Me mira leyendo y se me acerca para pedirme un dólar. En inglés le respondo que no tengo un peso, pero te doy una peseta y así mismo la saqué (con cierto dolor porque ese día había olvidado mi móvil en casa y tenía el menudo contado para hacer mis llamadas desde un teléfono público) y se la puse en la mano. Me dio las gracias pero se interesó en los papeles que estaba leyendo (era el único en todo el parque que estaba con papeles, bolígrafos y un sobre blanco grande que contenía la carta larga con el nombre de una persona sumamente especial en el exterior) y me preguntó qué rayos estaba leyendo. International Law. Ah!, an International Lawyer, we need more of those, me respondió con la vista hacia el mar. Have you read King of Torts? No, le dije. John Grisham's book...oh, you'll like it. Le pedí que me repitiera el título y lo anoté en el margen inferior de una de las páginas del caso. Le dije que lo leería y le di las gracias. Volveré al parque, eso no tengo duda, y espero que en alguna de esas ocasiones pueda verlo otra vez y decirle, gracias por la recomendación.
Así ha empezado el año...jum, a ver cómo me sigue yendo...
martes, 15 de enero de 2008
El roce eterno - Cadáver mmm exquisito 8
... Bueno, bueno, bajen las revoluciones. Quizás eso juegue a nuestro favor en la historia, no descartemos a la cajera de Sam’s, dejemos que el público decida. Llame al 1-800-Cajera de Sam’s SI o 1-800-Cajera de Sam’s NO. Decida usted amigo que nos lee y nos escucha. ...₪
viernes, 11 de enero de 2008
Escribir en el aire
Escribo pero nada permanece: todas las noches reescribo los mismos párrafos (cada día quedan más largos) y los guardo con el mismo nombre. Lo más efectivo sería acortarlos, buscar la idea principal de cada párrafo y enumerarlas en el papel antes de entregarlo. Mira: esto es lo esencial que quería decirte: las letras perdidas de las palabras que antes te nombraban.
jueves, 10 de enero de 2008
El roce eterno - Cadáver mmm exquisito 6
... Bellaquín daba clases de Copoeira en el gym de Raphael. Alucinante lugar decorado con memorabilia de Raphael, en los 90 era el gym más pega’o entre las musculocas. Era un local pequeño, pero se hizo famoso gracias a mí, Rufino Darling. Porque me conmovió su pasión por la música que para nada pegaba con el concepto de las pesas y los aérobicos. Gracias, Rufino por esas comprometedoras palabras. Ahora nos parece conveniente que indaguemos sobre la vida de otro de nuestros “bigger than life” miembros del elenco. ...₪
miércoles, 9 de enero de 2008
El roce eterno - Cadáver mmm exquisito 4
...el payaso Bellaquín. Entiendan, queridos lectores, que este payaso no se llama así por su ímpetu sexual sino porque es un payaso, ¿pero qué le va a hacer? Rufino Darling, ¿de dónde vienes? Cuéntanos algo interesante, algún conflicto que haga avanzar la acción, tú sabes, para que nos publiquen, mientras más interesantes sean tus conflictos… por ejemplo ¿alguna manía sexual?... ₪
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