martes, 19 de julio de 2011

Reír y llorar: Borders

Llegaron y se fueron y no son los hippies de Manuel Abreu Adorno. Son las librerías Borders que luego de once años en Puerto Rico --y de acabar con algunas librerías por un lado y, por el otro, ayudar a la industria naciente de editoriales puertorriqueñas-- no pudieron conseguir inversionistas dispuestos a creer en su proyecto de mega librerías multinacional y tuvieron que cerrar todas sus tiendas. "Kaput!", como dirían los alemanes.

Se va Borders y mucha gente ríe y celebra. "¡Las megatiendas no son invencibles!", es la consigna del ratón de librerías nacionalista. Revancha por el cierre de la hacinada Thekes (los usuarios del Tren Urbano, saben que en la estación Roosevelt más próxima a la Milla de Oro hay una gran fotografía del interior de esta librería) y la modernista Paréntesis, ambas localizadas en Plaza Las Américas. "Nos quedamos sin librería pero que se joda...¡Vencimos!", habrán pensado muchos.

Mi primera reacción fue de contentura y quizás se deba a mi inclinación a estar siempre en contra del grande, del victorioso y de mi afición (masoquismo) de defender causas menores. Aquí la batalla era entre las librerías que antes habían en los centros comerciales (me acuerdo de The Book Center en Río Hondo, hace ya casi una década desaparecido) y en algunos barrios (The Book Shop) y el pulpo multinacional de Borders. Mi solidaridad con los más chiquitos, siempre.

Pero hay todavía unos chiquitos que a veces quedan desapercibidos y ahí es que entra el excelente comentario del escritor y dueño de la casa editorial Terranova, Elidio Latorre Lagares, Lecciones del cierre de Borders. Estos pequeños no son otros que los productores de libros puertorriqueños. Para Terranova y múltiples otras editoriales independientes que se dedicaban a publicar literatura nueva y que habían avanzado en ese difícil mercado en los últimos cinco o seis años, el cierre de Borders significa que lo peor está por venir.

La contentura, todos sabemos, no dura para siempre. El gris se apodera de nuestras existencias y el cierre de Borders es más que todo, un lamento que vale por dos. Por un lado ahora Plaza (como la gran mayoría de lo 500+ centros comerciales que adornan nuestra bella isla) está desprovista de una librería. ¿Qué haremos los que acompañan a sus esposas, novias, madres o tías a las tiendas y no queremos pasarnos el día entero entre ropas, accesorios y zapatos? La posibilidad de irse a ojear libros, a tomarse un café y ver el tiempo pasar queda totalmente reducida.

El segundo lamento viene por las casas independientes de libros que ya no podrán vender la mayor parte de su producción a su cliente más grande de todos los tiempos: Borders.

Y la ñapa de los blues del capitalismo en Borikén --que le lleva la delantera a la depresión global por un año--: ¿a dónde irán a parar los desempleados de la Ley 7, los que todavía no han conseguido empleo o los ociosos por naturaleza? Es curioso recordar que bajo la administración de Aníbal Acevedo Vilá, la revista británica The Economist, publicó un artículo sobre Puerto Rico en el que el escritor o escritora quedaba maravillada cómo en horas laborables, Borders (no mencionó el nombre de la tienda pero todos sabemos que se refería a ella) pululaba de hombres (sí, hombres fue la palabra, no estoy siendo aquí excluyente) diestros para trabajar pero que estaban leyendo libros, ojeando revistas, sentados en las butacas o en el café. Parafraseando la popular frase: Uno más en Borders era uno menos para la droga. Y esto también se acabó.

Plaza Las Américas es, en el sentido más cínico, Puerto Rico: una isla de tiendas, aire acondicionado y pretensiones. Las librerías están en peligro de extinción porque la industria del libro en Puerto Rico no ha sido una prioridad continua, ni la promoción del hábito de la lectura ni el amor por la literatura en nuestras escuelas y universidades. Con el advenimiento de las compras en Internet a precios más baratos y ahora los e-books, el panorama luce tétrico porque un país sin librerías es un país sin actividad literaria ni cultural. Sería como estar muerto en vida. La producción literaria será hilada y mediatizada totalmente desde el extranjero porque los incipientes escritores boricuas no tendrán esa primera mano de editoriales locales para ver su primera obra publicada (yo soy de los que creo que muy a pesar del libro digital, no hay nada que remplace el libro físico o el parto prestigioso de un primer opus en papel) y tendrán que internarse al feroz mundo editorial multinacional.

El gran culpable es el gobierno puertorriqueño que hace décadas claudicó en su misión de defender y apoyar a los más pequeños. Claudicó a favor de los Wal-Marts, K-Marts, Walgreen's y en su momento, Borders (río y lloro). El gobierno es el garante del monopolio de compañías ausentistas que dominan la vida comercial boricua (estructuras básicas como farmacias, ferreterías, tiendas detallistas y al por mayor, restaurantes de comidas rápidas, supermercados) siempre en detrimento del pequeño y mediano empresario local.

Yo espero que Borders, a diferencia de las compañías 936 dejen una estela de know-how organizativo y de negocios que los valiosos, aventuristas y escasos inversionistas puertorriqueños puedan aprender y utilizar para rescatar a la industria de la cultura (que para muchos países significa un renglón importante de su economía). Pero para esto hace falta una mano amiga del gobierno, un plan de país y una legislación de avanzada que, hasta ahora, ninguna administración, ni roja ni azul se ha atrevido a hacer. Y es que de frente nos topamos con la cláusula de comercio interestatal, que prohíbe la protección de las industrias locales de los estados contra negocios de otros estados. En otras palabras nuestra actual condición colonial, que tanto Luis Fortuño como Alejandro García Padilla apoyan, hace posible que los Walgreen's, Costco, Home Depots y Wal-Marts nos sigan arropando.

Ahora me pregunto: cuando Walgreen's quiebre por algún maremoto financiero o innovación tecnológica (que muy seguramente ocurrirá muy lejos de aquí, sin que medie culpa boricua alguna), ¿a dónde iremos a comprar las medicinas, los condones de madrugada y los antojitos de la esposa preñá? Entonces y sólo entonces nos daremos cuenta de nuestra pequeñez mental.

viernes, 15 de julio de 2011

En El Punto Es

Esta mañana salió mi primera crónica sanjuanera en el blog hilado por boricuas en Nueva York, El Punto Es. La entrada se llama Un amor urbano de verano.

En ese texto relato mi verano de hace dos años utilizando todo tipo de transportación pública para hacer mis quehaceres y a la vez grabarme en mis sentidos un amor particular por nuestra ciudad y por el amor mismo de tener a una guía excepcional que me llevó por esos caminos, de la mano, a veces en su carro y no pocas veces de sus labios.

Que la disfruten.

viernes, 1 de julio de 2011

Cuerdas curvas

Morrison me refutó y empezó a hablar de las coincidencias. Dijo todo lo que se le ocurrió para resaltar mi estupidez: construyes cosas de lo que te place y te las tragas como la única realidad. Él suele hablar con una pasta vertiginosa, enunciando todas las ‘eses’ y ‘des’ de las palabras. Suele hablar también sin mirarme, con la vista secuestrada por la pantalla del iPhone. Conversar con él es consagrarte en la paciencia, una virtud en desuso, pero necesaria en casos como este para que tu mejor amigo te diga algo sobre lo que hace años viene ocurriendo. Un tiempo verdaderamente considerable en el que siempre has decidido hacer nada.

Esa tarde le explicaba la conexión aparente en todo lo que Milady Anne y yo escribíamos, pensábamos y hacíamos. Su pregunta inicial era obvia: ¿y cómo estás tan seguro de eso? Patética, mi respuesta se circunscribía a lo virtual: por el Facebook, el Instragram, el mismo Twitter. He identificado un leit motif (de repente los vecinos de la parte posterior de la casa empezaron a tocar Ya es muy tarde) en toda nuestra huella virtual. Inmediatamente me pidió que abundara.

Me quedé pensando en la palabra. Abundar. Eso es lo que Milady y yo hemos estado haciendo todo este tiempo. Es la acción que mejor podía describir este escenario. Pero no sabía en qué abundábamos.

Empecé a explicarle a Morrison: a veces cuando ando por Guayama ella pone en su status que está o va para Guayama. Eso suele, ocurrir. Se llaman coincidencias. No, Morrison, son acercamientos del alma. También me ocurrió una vez que de tanto pensarla se me apareció. Primero vi a su hermana, al otro día a su mamá (todos en lugares distintos) y entonces el viernes, de entre la multitud, se lanzó un anzuelo que me llevó hacia ella y a su mirada aún fijada en las nubes. Conexiones del subconsciente, nada más; no le des importancia.

Había anticipado sus respuestas y por eso no me daba por vencido. Entré al tema de los hashtags, porque de entre el caos del Internet, era improbable que se dieran situaciones tan similares entre dos personas que llevaban años sin hablarse. O sea, me quieres decir que, por ejemplo, los dos pusieron lo mismo cuando llegó Obama o con lo del Picu. No me hagas perder el tiempo con esas mentiras, chico. Morrison dijo esto cuando ya se había entretenido con su télefono. Sabía que escuchaba lo que le contaba, pero me contestaba sin pensar (creo que no hay mejor definición que ésta para describir la conducta en esta era de la información).

Evidentemente esas no eran las coincidencias. Era de haber pensado en un mismo lugar y tuitearlo al mundo: el café en el que nos citábamos los sábados luego de mis clases, #cafélaplace, con pocas horas de diferencia. Hacernos fan del mismo blog en el que ya pronto empezaría a escribir, @acordeones. Tirarnos el status proverbial del tiempo pasado, real o no, con otras personas, en otros lados y formas. Reusar los mismos tags en el Instagram: #túsabes #bellaquin #donmamino #oíste. Adivinarle los dedos en una foto sin rostro, porque ese fue el bar donde los besos dejaron de ser palabras y se convirtieron en labios, #nuncamás.

Morrison no se rió como suele hacer cuando me pongo, como dice él, a enmierdar oraciones para que suenen lindas. Luego me preguntó: ¿qué has esperado entonces para llamarla?

#Noinsistas, decía la canción y fue lo que Milady Anne había tuiteado hace unos días. No encuentro otra manera efectiva de insistirle, te soy honesto y, a la vez, me parece que no hay mejor forma de estos lazos, de estos cables a los que seguimos conectados.

Interesante que me hables de cables en la era del Wi-Fi. Háblame mejor de telepatía: estamos viviendo en el futuro, mi pana. Morrison se quedó mirándome. Ya había dejado el móvil tranquilo, lo que indicaba que estuvo totalmente atento a mi última intervención. Le pedí el teléfono porque quería verificar algo en mi Twitter; un breve préstamo que siempre me concedía

Mientras abría mi cuenta en el buscador del iPhone, Morrison siguió comentando sobre mi metáfora: Al final, mano, con tantos cables se van a ahorcar. Yo, en cambio, la buscaba a ella y en mi mente defendía mi descripción: son emociones ancladas en cosas tocables, son líneas que resisten el tiempo, otros cuerpos, las lluvias de verano y las huelgas.

Y entonces allí estaba, ese tweet de hace una hora, solito, encima de las risas, las ironías, los intentos -algunos geniales, otros frustrados- de asomarse a la tuiteratura: “Las cuerdas se doblan y ya es muy tarde #piénsalo”.


La tribu errante