Cuando recibí la noticia que encabezaría la misión en el desierto me despedí del agua y sus gotas, del aire húmedo de mis bosques de nubes y de la lengua tersa y mojada con la que la lluvia moja mis ropas. En el desierto me espera la luminosidad del sol y el sueño de los ojos; el frío de las noches y los dátiles con leche de camello.
Le dije adiós a mis amigos y a mis perros, junto al resplandor del mar, de los embalses y de las ventanas pintadas de huracanes que ya no me acompañarán porque en su lugar habrá arena: minúsculas partículas que evidencian la edad del tiempo.
Le dejé a mi único hijo mi único reloj de manecillas y el último paraguas que compraría. Me preguntó: "¿No te hará falta una sombrilla?". No, le dije. Cuando llegue a mi destino me envolveré en las túnicas de los nómadas y de las tribus, sólo dile a tu madre que procure siempre regar la jardinera y el roble amarillo que sembramos antes de separarnos. Antes pensaba que toda despedida guardaba el gérmen del retorno, pero ese día supe que me despedía a secas.
Al día siguiente, en el camino hacia el aeropuerto durante la temprana mañana, tuve que también despedirme del verde de los árboles, las montañas y el césped. El canto de las aves y el sonido de los insectos. Supe con toda certeza que dejaba mi mundo atrás, mis lágrimas y mi sangre.
Pero aquella tarde en que finalmente llegué a mi destino luego de interminables escalas y, como la mejor de las profecías, justo cuando me disponía a entrar al Hotel Parador, la lluvia cayó en el desierto y sentí la ausencia no ya del paraguas entregado sino de la disolución de mi nuevo mundo cuando comprobé que las casas de barro compactado iban formando un lodazal tan grande como una ciudad.
1 comentario:
Me gustó mucho!!! A que desierto fuiste??
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