En el Tren Urbano
En mi cara todos los ojos
Tan pronto entré me pegaron los ojos y no me soltaron. Todos: viejitas, señores, adolescentes, los casi veinte empleados públicos, la gorda con camisa de leopardo que está pidiendo una orden a KFC, el alguacil judicial que juega con las letras en su jacket que deletrean la palabra 'Tribunal'.
¿Me miran el pelo aplastado por el sombrero con la pluma de ganso? ¿El nítido jacket Puma azul que no combina con el sombrero? ¿El inmenso bulto de computadora que no lleva computadora alguna, sólo libros y hojas sueltas?
¿O se me nota en la cara que acabo de chichar?
5:05 PM
Entro, me mantengo de pie porque no hay asientos disponibles y rápidamente la oigo: "...ajá, un muslito quemadito...". Muslito. La palabra me llena, me provoca un rico comfort hogareño. " ...crujiente, esos que no son de la receta original". Ahora me invade el recuerdo al olor a grasa gracias a la 'r' de 'crujiente' tan bien pronunciada. "¿Que cuántos? Mijo, por lo menos dos". La esquina de la boca fulgorosa mostrando el camino del placer, las manos grasientas y la carne del ave entre las uñas. De fondo: el leve olor a limón de las toallitas húmedas. "Entonces, que no se te olviden los biscuits...las papas majadas que lleguen calientes y con gravy, que la otra vez llegaron to'as frías. El repollo que no esté congela'o.... Ay, sí, me comería esos muslitos con par de biscuits... Dale, avanza". La respiración entrecortada y los huesos devueltos al bucket para tirarlo todo a la basura. Música de fondo: debería ser la del telenoticiero de las seis, pero lo que escucho es, "Próxima estación, Las Lomas".
Esa linda palabra(,) kitsch
La casa de cuchillas voladoras
En esta casa se come bajo el inmenso dragón dorado que bota fuego y pone huevos. Los huevos, evidentemente, me los como en el egg-drop soup.
St. Mark's Place
'ta madre que no quiero comer y me dicen que las encuentre por St. Mark's porque están bruncheando a las 10 de la mañana. Estoy harto de las cuatro horas del Chinatown Bus que me trajo de Boston y ahora quieren que me monte en un jodío taxi y que las encuentre en St. Mark's. Que si el brunch del sábado y lo que yo quiero es caminar por Nueva York, a ver si finalmente me consiguen taquillas para Broadway... Yo lo que quiero es soltar mi bulto en su depa, lavarme aunque sea la cara: no, vamos a vernos en St. Mark's, calle de tattoo parlors, de librerías vegetarianas (y lésbicas), de restaurancitos hole-in-the wall tan caros como sólo Nueva York sabe hacerlos y como sólo los nuyorkers saben encontrarlos.
Le dejo cinco pesos de propina porque el taxista (odio a todos los taxistas del mundo, me digo cuando me estoy bajando) no tiene cambio para mi $20. La llamo y me dice que está en el lugar más kitsch de la calle, pero carajo, le digo, estoy en St. Mark's -paraíso también de turistas que llegan del Midwest y de una ínsula que no ha alcanzado la madurez del post-colonialismo y se maravillan por las amplias aceras de esta otra ínsula, Manhattan-: aquí todo es jodidamente kitsch.
Al lado del tercer Starbucks que veo en apenas dos cuadras, me encuentro frente al lugar más kitsch. Entro y el rosa chillón me ensordece. Mientras busco con mis ojos un silencio, me doy cuenta que no hay paz que encontrar: las paredes están atiborradas de toda una diversidad de objetos que ni me puedo acordar. Un té, les ruego a las chicas que me esperan en un booth y luego les pregunto: ¿cómo coños se llama este lugar?
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