jueves, 15 de febrero de 2007

¿Ahora qué?

[Comentario: ensayo de opinión escrito el 16/10/2006, unos días después del ensayo nuclear norcoreano. Lo reproduzco hoy aquí ante el reciente anuncio de que las negociaciones a seis bandas ("Six-party Talks") en Beijing lograron que Corea del Norte se comprometiera a abandonar su programa nuclear a cambio de concesiones petroleras y económicas. Vea también un artículo sobre esta nueva etapa en The Economist.]

Por Luis A. Ponce
Diplomado en Relaciones Internacionales
16 de octubre de 2006

El ensayo nuclear del 9 de octubre, según los líderes norcoreanos, respondió a la negativa de Washington de entablar conversaciones bilaterales con Pyongyang y a la supuesta amenaza estadounidense de decapitar el régimen del país comunista. Ambas aseveraciones son una cortina de humo para encubrir la desesperada situación que vive el gobierno totalitario de Pyongyang y un intento más de chantajear a la comunidad internacional.

Inmediatamente después de la prueba nuclear, Washington llamó a aprobar sanciones contra Pyongyang, demostrando así que la opción militar no será utilizada en esta nueva crisis nuclear en la península coreana. El único capaz de empezar una nueva guerra es Kim Jong Il, tal y como hizo su padre en 1950, pero esta vez los costos humanos y económicos de un conflicto en el teatro coreano serían inimaginables y la actitud de su mayor aliado, la República Popular China, ha cambiado. Beijing está harto de la conducta desenfrenada e irresponsable del estado norcoreano, en un momento en su historia nacional que busca posicionarse dentro de las normas de la comunidad internacional. “La vieja amistad [entre Beijing y Pyongyang] se ha ido al infierno”, afirmó el profesor Yan Xuetong de la Universidad de Tsinghua al reaccionar al ensayo norcoreano. Y es que para el Prof. Yan y otros académicos chinos esta prueba realizada por sus camaradas comunistas en la península coreana representa “el mayor fracaso diplomático desde el establecimiento de la República Popular China”, según declaró el profesor Zhan Liankui, de la Escuela del Partido Central, al diario londinense The Financial Times. Pyongyang, con su prueba nuclear, no sólo violentó las resoluciones del Consejo de Seguridad, sino que decidió ignorar por completo la postura de Beijing, su mayor aliado y proveedor de asistencia humanitaria y energía. Esto pone en aprietos a la política exterior china que históricamente se ha opuesto a las sanciones redactadas en un lenguaje fuerte que Washington ha querido imponerle a Corea del Norte a través de la ONU.

Si bien es cierto que emitió una inusual condena enérgica contra Pyongyang (calificó al ensayo nuclear de “flagrante y descarado”), Beijing titubeó inicialmente en comprometerse a apoyar una serie de sanciones que castigarán al gobierno norcoreano. Muchos analistas occidentales observan que detrás de la negativa china de recrudecer las sanciones está el interés económico por parte de Beijing de invertir miles de millones de dólares en proyectos mineros en el vecino país. Esto es parcialmente cierto. La historia completa es que Beijing no quiere ver al régimen de Kim Jong Il implosionar a causa del estrangulamiento total del país, ya que provocaría una posible guerra civil y una invasión de refugiados norcoreanos a las provincias del sureste chino.

Beijing no está solo en esta interpretación. Seúl también ha repensado apoyar sanciones duras contra Pyongyang porque además del temor bien fundado a una oleada sin precedente de refugiados hacia Corea del Sur y de la violencia que pueda surgir del vacío de gobierno en el norte, los surcoreanos pagarían los altos costos de una reunificación; si Alemania Occidental sufrió tanto la absorción de Alemania Oriental a principios de los noventa, el caso de las Coreas sería mucho más dramático. Es por esto que Seúl todavía debate en torno a qué hacer con su política de acercamiento al Norte, mejor conocida en inglés como “Sunshine Policy”, cuyos proyectos turísticos en la Montaña Sagrada Kumgang y el parque industrial Kaesong, ambos en territorio norcoreano, han sido exitosos. Seúl argumenta que con este tipo de gestiones sus hermanos del Norte empezarán a abrirse al mundo y abandonar, poco a poco, sus posturas patéticas y peligrosas.

La mesura con la que China y Corea del Sur quieren tratar el caso de Corea del Norte tiene que ser desplegada en conjunción de los intereses de la comunidad internacional para evitar un mal precedente que luego futuros proliferadores nucleares podrían utilizar para continuar impunemente con sus planes y el desarrollo, por parte de Tokio, de un arsenal nuclear para hacerle frente a la amenaza norcoreana. Este escenario indudablemente desencadenaría una carrera armamentista en la región y por consiguiente traería inestabilidad económica.

El apoyo de China al texto aprobado el 14 de octubre en el Consejo de Seguridad, es alentador y confirma el gradual alineamiento de Beijing con las posiciones de Occidente. Mientras hayan sanciones que castiguen al régimen norcoreano, y Seúl y Beijing continúen sus acercamientos con Pyongyang para ir modificando el régimen desde adentro (en inglés esta estrategia se conoce como “good-cop/bad-cop”), la comunidad internacional obtendrá mejores resultados para controlar, sino desarmar, a Corea del Norte.

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