sábado, 5 de diciembre de 2009

Ver las cosas desde lejos

Decidirse a salir, evitando mirar hacia atrás, causa la siguiente contraindicación: nadar largamente en la incertidumbre. Es una ventana rota. Adentro todo se puede tocar con sólo introducir la mano, cuidadosamente, porque se puede cortar. Y sangrar.

No se quiere sangrar (ni tan siquiera tocar; el riesgo es muy alto). Se busca mirar por el cristal con la clara intención de no volver. Nada más. Y nunca más. Las cosas, todas, tienen ventanas, tienen agujeros por donde mirarse. Muchas, sino todas, se rompen y se sigue caminando pensando que la senda que más lejos de lo quebrado lleve a uno es la correcta, hermosa, única senda. Hacia adelante siempre, dicen. Los ojos buscan el camino que más amplio se abra sobre el horizonte. Es el norte. Es el progreso.

Así las cosas permanecen inutilizadas. Sí, porque se sigue una línea recta, rectísima, sin curvas ni desviaciones ni círculos que son tan humanos; el pasado se quebró y llorar de nada vale porque llorar es, pues, passé. Como la ventana a la que se hace referencia en el primer párrafo de ¿esto? Como todo lo que se ha quedado y de vez en cuando se ve a lo lejos. Se ve y uno lo mira como si hubiese sido el hogar antiguo, una vieja piel que se mudó para aplazar el retorno (que nunca se digna en aparecer pero que fue tan de uno).

Uno se pone a mirar a través de la ventana porque hay veces que uno se extravía de tal manera que no tiene otro otro lugar a dónde ir. Sólo resta refugiarse en los vidrios rotos, la piel seca del pasado y anhelar (si es del todo posible) que la cola de cemento que se compró en la ferretería pueda devolverle a las cosas su forma perdida. Eso y una buena secadora de pelo que sujete bien las partes del todo.

2 comentarios:

chaly vera dijo...

Lo que alguna vez se rompio ni el mejor pegamento (el amor) lo volvera a componer como era antes, por una parte; por otra siempre le encontraremos defectos.

Feliz navidad

Finca de Rustica dijo...

Muy bueno.

A veces pasa que lo roto es el camino y no la ventana que lo avisa.

Para todo hay curitas.

La tribu errante