Esto no ha detenido el trabajo de Obama y en su primer día ha firmado sendas órdenes ejecutivas para revisar las detenciones y los juicios en la Base Naval de Guantánamo. De igual forma, Obama ha contactado a las partes del conflicto en Gaza y ha puesto un límite al salario de los ayudantes en Casa Blanca. Todas estas acciones primerizas lo han plasmado como un político que actúa de inmediato para cumplir con sus promesas electorales. Promesas que buscan, ante todo, cambiar la imagen de los Estados Unidos a nivel mundial y en el estadounidense. Obama y su elección de Hillary como la más alta funcionaria diplomática de EE.UU. marca el regreso del soft power a la mente de los políticos, una estrategia escasamente utilizada bajo la administración Bush, hijo, quien se dedicó a desplegar las fuerzas militares estadounidenses en teatros bélicos a un punto nunca antes visto desde la Guerra de Vietnam.
La coerción, la tortura solapada y los misiles Tomahawk es lo que se llama --duh!-- hard power y lo que ha provocado que en los años Bush, la popularidad de Estados Unidos a nivel mundial haya rodado por los niveles más bajos. Fueron ocho años de un antiamericanismo rampante en todo el mundo, incluyendo a Europa Occidental, la tradicional aliada de Washington. Años en que la inseguridad --real y forzada-- logró resquebrajar la industria aereonáutica de Estados Unidos, afianzar una paranoia increíble en la población y causar que el viajar hacia o desde territorio estadounidense se convierta en un inevitable dolor de cabeza.
El soft power es, fundamentalmente, persuadir y negociar con las armas de la superioridad moral, de la información y de la curiosidad de entender al otro. Ciertamente hay propaganda envuelta, pero la propaganda es mejor que niños iraquíes muertos, inseguridad imaginaria y veteranos estadounidenses, de estos conflictos iniciados por Bush, deambulando por las calles. Obama, al firmar estas órdenes ejecutivas, anunciar que tratará al problema de Irán con más cercanía y que intentará dialogar abierta y directamente con el mundo musulmán, se dirige en la dirección correcta de romper con el pasado y de devolverle a los EE.UU. la fuerza moral necesaria (desautorizando las torturas, por ejemplo) para conseguir sus intereses sin mancharse tanto las manos de sangre. Todo, pues, parece indicar que luego de un inimaginable trabalengua frente a la multitud en Washington, DC, Obama está poniendo la casa en orden.
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