(Hagan click en la foto para acceder al álbum ).
"...[E]l vacío de la casa se les presentaba como un animal dispuesto a tragarse cualquier sonido..." La tribu existe para combatir ese vacío y preservar los sonidos.
sábado, 26 de julio de 2008
viernes, 25 de julio de 2008
El oficio solitario y el té solidario
Tiempo tengo hasta para ver caer sobre mi taza de té una gota de miel del fondo de su recipiente.
(Es que adoro escribir en mi Moleskine).
lunes, 21 de julio de 2008
China-mandarina, pepinillo-cigarrillo
Caminar en Suzhou es nadar en los vapores de un sauna.
Gracias a mis shorts las personas no dejan de mirar mis piernas velludas. Las miran y me imagino que se preguntarán: ¿acaso los occidentales son descendientes más cercanos de los simios? Me río y me paro a tomar una fotografía y mientras lo hago escucho el grito que tarde o temprano sabría que escucharía: "jelouu, jelouu". Así le llaman la atención a los turistas, a los occidentales, a esos que venimos con las patas pelúas. Es la bienvenida que recibimos los velludos al país de la gente lampiña.
China me sabe a esas mandarinas que llevamos a la playa y dejamos en el bulto sobre la arena. Se calientan un poco con el sol, pero como quiera nos las comemos. Y aquí me la como suspirando: por qué no decidí estudiar mandarín en vez de francés y portugués.
Estoy en un Internet café cerca de la Universidad de Suzhou. El calor del sauna sigue aquí adentro a pesar de los abanicos. Debe ser el calor que emiten las ciento y pico de computadoras que están aquí juntas o los ciento y pico de chinos que ni siquiera han mirado mi copiosa cantidad de vellos. Algunos gritan a través del chat y otros mantienen su mirada fija en la pantalla, con los dedos recorriendo el teclado con la maestría que solo logran los que se pasan tardes enteras sumergidos en los juegos de computadora.
Muchos de ellos fuman mientras juegan. Fuman y se paran para ver el status de sus amigos unas mesas más abajo. Las novias vienen a darle ánimos y a preguntarle cuando acabarán. No parece que se irán pronto. Yo me voy. Los cigarrillos me gustan mucho menos que los pepinillos crudos con salsa hoisin.
Gracias a mis shorts las personas no dejan de mirar mis piernas velludas. Las miran y me imagino que se preguntarán: ¿acaso los occidentales son descendientes más cercanos de los simios? Me río y me paro a tomar una fotografía y mientras lo hago escucho el grito que tarde o temprano sabría que escucharía: "jelouu, jelouu". Así le llaman la atención a los turistas, a los occidentales, a esos que venimos con las patas pelúas. Es la bienvenida que recibimos los velludos al país de la gente lampiña.
China me sabe a esas mandarinas que llevamos a la playa y dejamos en el bulto sobre la arena. Se calientan un poco con el sol, pero como quiera nos las comemos. Y aquí me la como suspirando: por qué no decidí estudiar mandarín en vez de francés y portugués.
Estoy en un Internet café cerca de la Universidad de Suzhou. El calor del sauna sigue aquí adentro a pesar de los abanicos. Debe ser el calor que emiten las ciento y pico de computadoras que están aquí juntas o los ciento y pico de chinos que ni siquiera han mirado mi copiosa cantidad de vellos. Algunos gritan a través del chat y otros mantienen su mirada fija en la pantalla, con los dedos recorriendo el teclado con la maestría que solo logran los que se pasan tardes enteras sumergidos en los juegos de computadora.
Muchos de ellos fuman mientras juegan. Fuman y se paran para ver el status de sus amigos unas mesas más abajo. Las novias vienen a darle ánimos y a preguntarle cuando acabarán. No parece que se irán pronto. Yo me voy. Los cigarrillos me gustan mucho menos que los pepinillos crudos con salsa hoisin.
jueves, 17 de julio de 2008
Guaynabo City me roza (o el grupo de Facebook que nunca creé) - III
GCMR
El esposo le rogó a su esposa que por favor escuchara su versión, que todo era mentira, un gran malentendido de gente lengüilarga y de gargantas profundas, pero ya se encontraba fuera de la casa. Fuera. Familia. ¿Final?
No se dio por vencido. Es que en Guaynabo City, en donde todo tiene su debida traducción, también subsisten espacios para traducir la decepción en cafrería, pero de la bien intencionada. La buena intención del esposo fue valerse de un mensaje a plena vista de todos. Un mensaje pintado sobre un fondo amarillo en el lado externo del divisor del expreso Martínez Nadal que da justo a la salida de su otrora urbanización.
"A mi esposa:
No escuchaste la segunda verción. No te engañé. Te amo demasiado. Dame una oportunidad. Te ama, tu esposo."
Recuerdo que así leía el afiche, con todo y la 'c' en versión. Con esa 'c' del City Hall y del GCity Magazine.
Nada descarta, claro, que el esposo en su desesperación le haya escrito a ella en su Facebook wall (otro mensaje público por si el afiche amarillo a plena vista de todos sus vecinos –y demás visitantes inocuos– no cumpliera con su cometido) y le haya congestionado el buzón con e-mails cortos ("¿Fuiste tú?", "No cierres la puerta todavía" o "Te extraño tanto…") y largos (rememorando las calles de Praga que caminaron juntos o las vacaciones al desnudo en una playa desolada de la República). Tampoco lo eximo de que haya cambiado múltiples veces al día su estatus en Twitter o en el MSN gracias al Blackberry (marca que antes confundía con Burberry).
Guaynabo City me roza. Pero en estos días lo hace menos porque, luego de cuatro meses, cambiaron el afiche (sin dudas es una operación nocturna, clandestina y casi guerrillera la que estos pasquineros ejecutan). El cambio, me huele a mí, se habrá originado más bien por el deseo de informarle a todos sus fieles lectores, que su ardid sí rindió frutos y para recordarles a todos que nunca olviden decirle a su esposa lo mucho que la aman.
Al final de su nuevo mensaje nos reitera: "Yo se lo digo todos los días y soy el hombre más feliz del mundo. Te amo".
Pero, ¿verdaderamente se habrán reconciliado? Como espectador nunca sabré (esto es parecido a lo que ocurre cuando uno lee los mensajes del wall, los comentarios de las fotos, las mismas entradas de este blog nómada) pero yo quiero pensar que sí. Después de todo así es Guaynabo: Cafric (cafre+chic), Monumental y Risible.
El esposo le rogó a su esposa que por favor escuchara su versión, que todo era mentira, un gran malentendido de gente lengüilarga y de gargantas profundas, pero ya se encontraba fuera de la casa. Fuera. Familia. ¿Final?
No se dio por vencido. Es que en Guaynabo City, en donde todo tiene su debida traducción, también subsisten espacios para traducir la decepción en cafrería, pero de la bien intencionada. La buena intención del esposo fue valerse de un mensaje a plena vista de todos. Un mensaje pintado sobre un fondo amarillo en el lado externo del divisor del expreso Martínez Nadal que da justo a la salida de su otrora urbanización.
"A mi esposa:
No escuchaste la segunda verción. No te engañé. Te amo demasiado. Dame una oportunidad. Te ama, tu esposo."
Recuerdo que así leía el afiche, con todo y la 'c' en versión. Con esa 'c' del City Hall y del GCity Magazine.
Nada descarta, claro, que el esposo en su desesperación le haya escrito a ella en su Facebook wall (otro mensaje público por si el afiche amarillo a plena vista de todos sus vecinos –y demás visitantes inocuos– no cumpliera con su cometido) y le haya congestionado el buzón con e-mails cortos ("¿Fuiste tú?", "No cierres la puerta todavía" o "Te extraño tanto…") y largos (rememorando las calles de Praga que caminaron juntos o las vacaciones al desnudo en una playa desolada de la República). Tampoco lo eximo de que haya cambiado múltiples veces al día su estatus en Twitter o en el MSN gracias al Blackberry (marca que antes confundía con Burberry).
Guaynabo City me roza. Pero en estos días lo hace menos porque, luego de cuatro meses, cambiaron el afiche (sin dudas es una operación nocturna, clandestina y casi guerrillera la que estos pasquineros ejecutan). El cambio, me huele a mí, se habrá originado más bien por el deseo de informarle a todos sus fieles lectores, que su ardid sí rindió frutos y para recordarles a todos que nunca olviden decirle a su esposa lo mucho que la aman.
Al final de su nuevo mensaje nos reitera: "Yo se lo digo todos los días y soy el hombre más feliz del mundo. Te amo".
Pero, ¿verdaderamente se habrán reconciliado? Como espectador nunca sabré (esto es parecido a lo que ocurre cuando uno lee los mensajes del wall, los comentarios de las fotos, las mismas entradas de este blog nómada) pero yo quiero pensar que sí. Después de todo así es Guaynabo: Cafric (cafre+chic), Monumental y Risible.
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miércoles, 16 de julio de 2008
Guaynabo City me roza (o el grupo de Facebook que nunca creé) - II
"No merece que le abra un grupo en Facebook", me dije mientras buscaba –y encontraba– el G-spot de GCity.
martes, 15 de julio de 2008
Guaynabo City me roza (o el grupo de Facebook que nunca creé)- I
Por la noche dicen que la estación Martínez Nadal es tierra de nadie.
Yo los corrijo y digo que a falta de auto propio es tierra mía y de nadie más.
Yo los corrijo y digo que a falta de auto propio es tierra mía y de nadie más.
domingo, 6 de julio de 2008
Jefté Lacourt, invitado de La tribu
La vía
Dos ancianos se encuentran conduciendo por una calle donde los carros pasan rápido y no abundan los establecimientos. Se escucha una música tranquila, de viaje, y sus rostros se ven complacidos. De repente, el pasajero se exalta y empieza a mirar a su alrededor como si acabase de despertar de un sueño y grita: «¡Para!».
El conductor se asusta y se detiene abruptamente en el carril del paseo. El pasajero se baja del auto inmediatamente y el conductor hace lo mismo luego de apagar el motor.
Conductor: ¿Pero qué pasa?
Pasajero: Mano, ¿qué rayos estamos haciendo?
Conductor: Pues conduciendo, ¿no ves? Llevamos años haciéndolo.
Pasajero: Pero, ¿a dónde vamos?
Conductor: Pues a donde va todo el mundo, coño.
Pasajero (confundido): No, no, no, espérate… No mano, no pue… ¡¿qué va a pasar cuando lleguemos?!
Conductor: …Nnn, no me había puesto a pensar en eso…
Pasajero (temeroso): Joder, cabrón…
Conductor: Bueno, pero tampoco nos podemos quedar parados aquí, o sea.
Pasajero (sarcástico): ¿Ah sí? ¿Y qué sugieres?
Conductor: Pues seguir, ¿qué más?
Pasajero: No, no, no…cabrón, ¿no te das cuenta? ¡No sabemos qué nos va a pasar!
Conductor: ¡Nadie sabe qué va a pasar!
Pasajero: Pues no, ¡vamos a virar!
Conductor: ¡¿Quéeee?!
Pasajero: Vamos a virar.
Conductor: ¡Loco, no podemos virar!
Pasajero: Claro que sí, vamos, yo guío.
Conductor (burlón): Sí, Pepe.
Silencio. Los dos viejos pensativos parecían dos gotas de lluvia en el medio de una inmensidad atravesada por dos vías: un sin sentido que el sol pronto extinguiría.
Pasajero: Nada más míralos. Siguen por ahí pa’bajo sin detenerse a pensar qué carajo están haciendo.
Conductor: Bueno…en verdad, para serte honesto, yo tampoco. Pero qué felices éramos mientras lo ignorábamos.
Pasajero: Éramos, tú lo has dicho.
Conductor (luego de una pausa): ¿Y ahora qué hacemos?
Pasajero: Vamos a comer algo.
Conductor: De nada servirá, como quiera vamos a llegar.
Pasajero: ¡Coño, pero tenemos que comer! Lo que no sirve de nada es quedarse aquí. Vamos.
Conductor: Ok, ok, vamos.
Los viejos se detuvieron en una panadería cuyas paredes eran de cristal. El pasajero, mientras se comía un sándwich ve a una muchacha salir de la panadería y montarse en un carro.
Pasajero: Dios mío…qué linda esa nena.
Conductor: Ay, mijo, si a ti te gustan todas.
Pasajero (Ignorando el comentario y luego suspirando): Pensar que a esa edad uno anda con mapa…
Conductor: Dame una servilleta.
Pasajero (dándole una servilleta): Mano, si tuviera una foto de ella…y de este sándwich…y de nosotros y de esta panadería y de este momento… ¿tú sabes cuántos momentos nos hemos perdido?
Conductor: Diablo mano, en verdad estás empezando a darme pena. O sea, no lo cojas a mal, te entiendo, pero sólo acéptalo: vamos a llegar.
Pasajero: Si fuera por mí, me iría por el expreso.
Conductor: ¿Por qué?
Pasajero: Por ahí es que ella cogió, ¿no la viste?
Conductor (señalando a la carretera por donde venían): No. Por ahí vamos a llegar más rápido.
Pasajero (burlón): Bueno no afectará en nada, «como quiera vamos a llegar».
Conductor: ¡Vete al carajo!
Pasajero: Ya mismo nos vamos.
Jefté Lacourt (San Juan, 1983) adora el olor del papel de historieta y preferiría morir viendo una película. Nació en un día lluvioso de abril y a donde quiera que va lleva su abrigo verde.
Dos ancianos se encuentran conduciendo por una calle donde los carros pasan rápido y no abundan los establecimientos. Se escucha una música tranquila, de viaje, y sus rostros se ven complacidos. De repente, el pasajero se exalta y empieza a mirar a su alrededor como si acabase de despertar de un sueño y grita: «¡Para!».
El conductor se asusta y se detiene abruptamente en el carril del paseo. El pasajero se baja del auto inmediatamente y el conductor hace lo mismo luego de apagar el motor.
Conductor: ¿Pero qué pasa?
Pasajero: Mano, ¿qué rayos estamos haciendo?
Conductor: Pues conduciendo, ¿no ves? Llevamos años haciéndolo.
Pasajero: Pero, ¿a dónde vamos?
Conductor: Pues a donde va todo el mundo, coño.
Pasajero (confundido): No, no, no, espérate… No mano, no pue… ¡¿qué va a pasar cuando lleguemos?!
Conductor: …Nnn, no me había puesto a pensar en eso…
Pasajero (temeroso): Joder, cabrón…
Conductor: Bueno, pero tampoco nos podemos quedar parados aquí, o sea.
Pasajero (sarcástico): ¿Ah sí? ¿Y qué sugieres?
Conductor: Pues seguir, ¿qué más?
Pasajero: No, no, no…cabrón, ¿no te das cuenta? ¡No sabemos qué nos va a pasar!
Conductor: ¡Nadie sabe qué va a pasar!
Pasajero: Pues no, ¡vamos a virar!
Conductor: ¡¿Quéeee?!
Pasajero: Vamos a virar.
Conductor: ¡Loco, no podemos virar!
Pasajero: Claro que sí, vamos, yo guío.
Conductor (burlón): Sí, Pepe.
Silencio. Los dos viejos pensativos parecían dos gotas de lluvia en el medio de una inmensidad atravesada por dos vías: un sin sentido que el sol pronto extinguiría.
Pasajero: Nada más míralos. Siguen por ahí pa’bajo sin detenerse a pensar qué carajo están haciendo.
Conductor: Bueno…en verdad, para serte honesto, yo tampoco. Pero qué felices éramos mientras lo ignorábamos.
Pasajero: Éramos, tú lo has dicho.
Conductor (luego de una pausa): ¿Y ahora qué hacemos?
Pasajero: Vamos a comer algo.
Conductor: De nada servirá, como quiera vamos a llegar.
Pasajero: ¡Coño, pero tenemos que comer! Lo que no sirve de nada es quedarse aquí. Vamos.
Conductor: Ok, ok, vamos.
Los viejos se detuvieron en una panadería cuyas paredes eran de cristal. El pasajero, mientras se comía un sándwich ve a una muchacha salir de la panadería y montarse en un carro.
Pasajero: Dios mío…qué linda esa nena.
Conductor: Ay, mijo, si a ti te gustan todas.
Pasajero (Ignorando el comentario y luego suspirando): Pensar que a esa edad uno anda con mapa…
Conductor: Dame una servilleta.
Pasajero (dándole una servilleta): Mano, si tuviera una foto de ella…y de este sándwich…y de nosotros y de esta panadería y de este momento… ¿tú sabes cuántos momentos nos hemos perdido?
Conductor: Diablo mano, en verdad estás empezando a darme pena. O sea, no lo cojas a mal, te entiendo, pero sólo acéptalo: vamos a llegar.
Pasajero: Si fuera por mí, me iría por el expreso.
Conductor: ¿Por qué?
Pasajero: Por ahí es que ella cogió, ¿no la viste?
Conductor (señalando a la carretera por donde venían): No. Por ahí vamos a llegar más rápido.
Pasajero (burlón): Bueno no afectará en nada, «como quiera vamos a llegar».
Conductor: ¡Vete al carajo!
Pasajero: Ya mismo nos vamos.
Jefté Lacourt (San Juan, 1983) adora el olor del papel de historieta y preferiría morir viendo una película. Nació en un día lluvioso de abril y a donde quiera que va lleva su abrigo verde.
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