Siempre me pregunto, ¿a qué habré venido al Perú?
Esta madrugada fácilmente pude haberme convertido en papá. Pude no es el mejor verbo, mejor 'podría', ya que todavía cabe la posibilidad de que pueda convertirme en uno y por eso le escribo estas líneas a ese hijo o hija que hoy he podido concebir. Le escribo porque tenía miedo pero ya no. No tengo temor. No. Ni que la mujer que amé este madrugada sea su madre. Ni nada de eso. Me siento feliz de que exista esta posibilidad --de que un impulso me lleve a escribir esta nota, mientras me tomo el primer café del día, una hora después de que ella se haya ido-- en este universo que me ha tocado habitar y que otro ser humano vaya a unir irremediablemente nuestras vidas. Para bien (este no es el momento de pensar en el mal).
No me asusto. Más bien me siento tranquilo, como si mi suerte dependiera de un juego en las que no tengo la oportunidad de perder. A salvo puede ser una mejor frase; vivo, un mejor verbo.
Ser o no ser padre y partir de la inexperiencia. Se acerca el fin de una era, unos años y el comienzo de otra en la milenaria Lima que nunca cesa. Como el torpe impulso de reproducirnos por algo que llamamos amor.
Muy consciente estoy que un nacimiento no es otra palabra más. Pero como Ribeyro, que solo podía ver la realidad a través de sus cuentos, ahora solo veo mi realidad mediante palabras. Otra palabra más que seguirá a muchas otras y que desembocará (si no es ahora, será en alguna otra zanja del tiempo) en un nombre.
Un ella o un él.
¿Habré venido a Lima para ser papá?
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