[La primera parte de esta crónica está aquí.]
Hawai’i es todo menos Hawai’i
Las islas, aunque están en medio del Pacífico, son Estados Unidos, claro, pero también Japón, las Filipinas, China y el resto de Polinesia. La cultura hawaiana ha subsistido gracias al folklore de feria que inunda los resorts de Waikiki y Maui, y el diseño tan acogedor y polinesio de sus aeropuertos donde el agudo ukulele se impone a cualquier música pop.
Lo fácilmente identificable como hawaiano es el lei y el Spam servido con y en todo lo imaginable, un músico tocando el ukulele, la nuez macadamia y el festival de la malanga. Símbolos que sirven de excusa para una nacionalidad tragada inicialmente por Washington y luego modificada por la insistencia en diferentes monocultivos a través de las décadas y los vaivenes de la economía mundial.
Mi apreciación sobre la nacionalidad hawaiana no debe ser malinterpretada. No estoy defendiendo un nacionalismo monolítico ni decimonónico. Lo que ocurre en Hawai'i es el legado de una potencia que a través de corporaciones privadas usurpó de su tierra a los habitantes originales y los llevó a convertirse en una cultura en peligro de extinción, de material folklórico de museos y exhibiciones. Los que se queden en Honolulu verán un Hawai'i glamoroso y cosmopolita; en Maui el paraíso hecho resort, mientras el resto de las islas del archipiélago siguen bastante despobladas y la vida en ellas puede ser un poco más parecido a un estilo de vida hawaiano.
En la isla de Hawai'i, una de las menos pobladas a pesar de ser la más grande, aún quedan rasgos más identificables de la moderna cultura hawaiana. Pero con todo y esto, la mayoría de la población sigue siendo blanca y éstos tienen el control de los terrenos y negocios. El boom inmobiliario ha subsistido en esta isla y los realtors ausentistas, a pesar de la crisis, han mantenido sus derechos sobre estas tierras esperando porque las mismas suban aún más de precio y se las puedan vender al próximo gran resort.
Traigo todo esto a colación porque para Puerto Rico la pregunta importante es la siguiente: ¿Es ésta la panacea de la estadidad que los líderes estadoístas tanto le han vendido a las masas? La siguiente imagen es lo que mejor ilustraría la admisión a la federación norteamericana: la bandera hawaiana por debajo de la barras y las estrellas. Los boricuas --tan orgullosos nosotros de la monoestrellada--, ¿podríamos tomar sin problema el café de la mañana en una situación similar? "Es un símbolo solamente", dirán algunos, pero es la metáfora perfecta para lo cotidiano en Hawai'i: el fin de una nación que ahora solo busca reafirmarse mediante un reconocimiento tardío ante el gobierno federal como tribu de pueblo originario. Mientras tanto, para el resto de la población, si no eres un retirado o inversionista (no importa de que origen étnico seas) te la verás bien difícil progresar en tu propio estado (al menos que sea enfermero/a o maestro/a, las profesiones más solicitadas en Hawai'i ahora mismo).
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