sábado, 7 de noviembre de 2009

La antorcha tiki me hizo alucinar

El boli rojo no se ve en la oscuridad, pero es también la única manera en que un boli rojo puede de repente ser violeta, azul o anaranjado. Entonces es en la ausencia de luz donde todo es posible, donde el país se puede reinventar, donde podemos ganar siempre, donde golpeamos y hacemos sangrar a ese que nos cae tan mal. Hay también una fina línea entre el poder y la violencia. Digamos que esta es la única contraindicación que tiene la oscuridad. Por eso el tiki encendido --y solitario--, flotando como una nube sobre la noche, nos ha venido a rescatar (más bien a esclarecer) y a imponer orden a la dictadura de la negrura, a la libertad desenfrenada de lo transformable.

[Se detuvo un momento. Se guardó el boli rojo en el bolsillo de su camisa y se levantó. A los pocos minutos regresó con otro trago y volvió a tomar su asiento].

Adentro hablan y ríen de lo que nunca nos dijeron. Ahora, más que nunca, notamos lo diferentes que somos. Los años marcan una exagerada diferencia y es porque a veces importan y otras no. El cisma que habíamos intentado solapar se ensancha con cada risa y palabra dada al viento. Así lo quieren ellos y de verdad [este trago fue el más largo de los que había tomado anteriormente] yo no soy quién para decirles que cambien la geografía de nuestros problemas. Ellos adentro; nosotros afuera: ¿algún estado más metafórico que éste? Las metáforas, como las cosas vivas, cambian aunque el trabajo de escribirlas nos haga pensar lo contrario. A mí ese trabajo me tomó el pelo y por eso dejé de escribir, ahora sólo hablo.

Todo esto para advertirles que los tiempos mejores están por venir luego de que nos hayamos caído todos por la falla de las distancias que se ha abierto: porque de tanto intentar apartarnos, al final siempre nos acercamos más. Es lo que ellos haya adentro no entienden. Y es una regla de vida [calla y mira a los que están a su alrededor; les pregunta si les hace falta más tragos, si quieren que pase más comida]: lo más que evitamos es con lo que más nos topamos. En fin, que no sólo es muy cierto eso de que se podrá correr y correr pero nunca esconderse, sino que se podrá huir y rehuir, rellenar, tapar con la mano, ponerse una mascarilla para dormir, pero nunca nada va a cambiar. Eso solo ocurre en la oscuridad, en la falta de luces. O sea, en nuestras cabezas de ingenuos que creemos que podemos hacerlo todo.

[Por última vez se levantó, se acercó a las flamas de las cuatro antorchas tiki e inhalando todo el aire que sus grandes, grandísimos pulmones podían aguantar, las apagó de un porrazo, de un soplido que los dejó a la deriva en una oscuridad más espesa que todas sus ideas juntas].

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La tribu errante