Faro en el Canal Beagle que no es el faro del fin del mundo.
No es que piense que escribir en un blog es inconsecuente cuando se viaja, cuando se está on the road (gracias, Kerouac); ni que la escritura puede relegarse a un segundo y tercer plano (de hecho, he estado escribiendo como un escritor del S. 19 desterrado siempre en mi Moleskine y en la lluvia de postales que he enviado a Miramar), pero no he sacado el tiempo para poner aquí las historias que me han venido sucediendo.
Así que en Bariloche por fin escribo algo en La tribu sobre este viaje dentro de un viaje iniciado el 8 de octubre en Ushuaia. En la ciudad más austral del mundo buscamos el glaciar Martial sin verlo y sin saber que estaba a nuestros pies, recorrimos el Canal Beagle y envié correspondencia desde Bahía Ensenada en la última oficina postal de estas latitudes.
Sobre el Glaciar Martial en Ushuaia. Sí, hacía frío.
El Correo más austral del mundo.
Don Gumer, o el postmaster del fin del mundo.
De Ushuaia a Punta Arenas en Chile con nuestros amigos del fin del mundo que trabajan bajo el mando de un chino armando televisores. Punta Arenas es mercancías sin impuestos, un cementerio mucho más lindo que el de La Recoleta y de pollitos ricamente asados en un horno por manos expertas.
Gracias, Indiecito Milagroso, por el favor concedido. En el Cementerio de Punta Arenas.
Puerto Natales y la señora sin dientes que nos convenció a quedarnos en su posada y a tomar su desayuno luego de que la madrugada anterior me confesara que le echó veneno de rata a la comida que le sirvió a gatos y perros del barrio. No pudo acabar con todos porque por la noche los escuché peleando cerca de mi ventana. De este pueblito se accede a las Torres del Paine, un parque increíble por sus microclimas y formaciones rocosas, pero espectacular por las magníficas aguas color turquesa de sus lagos.
En Torres del Paine, Chile.
De allí a El Calafate, de vuelta en la Argentina, con unas amigas australianas que le hicimos conversación para que nos ayudaran a pagar el remise hasta el Glaciar Perito Moreno. Al final fueron 90 pesos argentinos por persona, mucho menos que cualquier excursión trucha. Las dos continuaron con nosotros luego de 20 horas en bus hasta Puerto Madryn para ver pingüinos, ballenas y elefantes de mar. Las perdimos en Trelew luego de tirarnos la maroma de ir hasta Punta Tombos, la colonia de pingüinos magallánicos más grande del continente suramericano.
Frente a frente con el Glaciar Perito Moreno a unos 80 km. de El Calafate.
Súper cerca de la ballena franca austral en Península Valdés. Este ballenato estuvo jugando con el bote por media hora.
Los pingüinos en sus nidos. Punta Tombos la hizo.
De la costa del Atlántico a los Andes patagónicos (y tierra de duendes) en El Bolsón. Mágico, con mucho chocolate, frutos silvestres, cerveza artesanal y una bicicletada que todavía la siento mientras sigo escribiendo frente a esta compu. Pero lo que encontré me ayudará a pasar mejor el frío en Bariloche: queso artesanal orgánico y miel de abejas patagónica que sabe a flores. Y con esa miel es que le haré las bruschettas de roquefort y miel a la copywriter de mis sueños cuando vuelva a visitar mi cocina.
Y de Bariloche hacia San Martín de los Andes, la última parada de nuestro viaje antes del retorno a Buenos Aires que merecerá una entrada por su cuenta.