Suena impensable que en tiempos soviéticos la bebida nacional entrara a suavizar el rojo en tonos rosados, haciéndolo más dulce, más atractivo al lumpen con complejos de chef. Pero así fue la historia: alguien por la década de los 1970 se le ocurrió, en la vieja Italia, echar vodka a los tomates y crema para sacar la muy popular salsa a la vodka. Dicen que para una competencia culinaria entre amas de casas. Yo la llevo preparando desde que soy amo de casa y otras cosas más: cuando comencé a vivir solo y luego de dañar varias ollas de arroz y me cansé de los espaguetis en salsa roja, me interesó más esto de la gastronomía que las clases de economía. El destilado, según los conocedores, abre las bondades del tomate, intensifica su sabor, le ofrece un chispazo, largamente entumecido, que revienta en el paladar, junto a la crema, albahaca, ajo y cebolla con que se confecciona la salsa.
Salsa a la vodka. Rusa porque te quiero rosa. Langostinos que se escaldan en la salsa para que con su suavidad acompañen la sinfonía entre los fideos y el compás del tenedor enroscándolos con la ayuda de una cuchara sopera. No hay sol en Lima (y no necesariamente es de noche) y el frío pega, pero en nuestro interior el sol se pone con parsimonia astral. Y nos calienta solo con su recuerdo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario