jueves, 12 de febrero de 2009

Fortuño: Confusión y Servilismo















[Nota:  Publiqué este artículo en Claridad en mayo de 2006 y lo subo ahora al blog en reacción a la reciente entrega de principios morales del ahora gobernador Fortuño en torno al tema de la pena de muerte.]

Reaccionar a las recientes expresiones del Comisionado Residente Luis Fortuño en torno a la identidad y nacionalidad puertorriqueña, publicadas el 24 de abril en El Nuevo Día, es una obligación civil, más aún en días cuando la colonia está tocando fondo.  Faltaría a mi intelecto y conciencia si permitiera que políticos, evidentemente desorientados por su servilismo, pretendan manipular la realidad a través de argumentos completamente errados.


El Comisionado empieza con el pie izquierdo.  El periodista José A. Delgado le increpa si “los estadistas tienen que esconder la bandera de Puerto Rico mientras defienden la estadidad” a raíz del debate inmigratorio en los Estados Unidos.  Fortuño, tratando de demostrar sus emociones por la Isla, le responde con hidalguía que no, que él “muestra” con orgullo su puertorriqueñidad con la monoestrellada guardada en su encasillado del gimnasio del Congreso Estadounidense.  Desconozco las inclinaciones literarias que pueda tener Fortuño, pero semejante analogía es un desliz freudiano.  En las preguntas siguientes, el Comisionado titubea en afirmar lo que Puerto Rico es para él:  “de donde yo vengo”, “mi terruño”, para finalmente sellar su crisis de identidad con un disparate sociológico y político cuando le dice a Delgado que “al igual que puedes considerar un pedazo de California como una nación, Puerto Rico puede considerarse . . . como un cuerpo nacional”.  Al menos que se esté refiriendo a las hacinadas reservaciones amerindias, esta expresión hace eco a aquella otra infamia del ex-representante Angel Cintrón García durante las vistas en el Congreso del Proyecto Young en 1998 cuando tiró por la borda su puertorriqueñidad al admitir que en Puerto Rico él es puertorriqueño, pero que si se muda a Arizona sería un arizonian (una metamorfosis de identidad que de hecho, ni al tejano de George W. Bush se le ocurriría).  Ambos políticos estadoístas, en su empeño de hacerse más próximos al amo, diluyen y simplifican los más de quinientos años de nuestra historia y esencia nacional para acomodarla al fenómeno integracionista y multiétnico estadounidense. 

 

La segunda falacia que el Comisionado se dio el lujo de reutilizar fue la cita de don Luis A. Ferré:  “Estados Unidos es una nación de naciones.”  Para refutar esa falsa creencia, quiero primero aclarar brevemente lo que es un estado y una nación.


La confusión entre los entes político-sociales de estado y nación es común, pero conlleva grandes implicaciones, sobre todo cuando se trata de un caso como el nuestro de nación irredenta.  El estado es el aparato político que conforma el gobierno y ostenta la soberanía en un territorio limitado y que posee el monopolio del uso de la fuerza (mantiene un ejército o una milicia para defender el gobierno y las fronteras del territorio gobernado).  Este estado moderno nació luego de la paz de Westphalia de 1648 y es la definición que predomina en el estudio de las relaciones internacionales.  El ente nación, si se estudia desde el punto de vista eurocentrista, surgió del estado moderno cuando éste, siempre preocupado por su supervivencia, incorporó las costumbres y cultura de un grupo particular de habitantes del territorio que administraba (usualmente el grupo más poderoso), para de este modo fortalecerlo y expandirlo a través de la conquista de otros estados y territorios.  Así fue como surgieron las grandes potencias europeas como Francia y más tarde Alemania.  Los grupos predominantes en estos dos estados, los francos y prusianos, crearon las “naciones” para sus respectivos estados políticos.  La realidad histórica, por supuesto, es otra.  La nación muchas veces no concuerda con el estado moderno, de hecho, lo precede.  Ejemplos de ello son la nación griega, la estadounidense, la vasca y la puertorriqueña.  En el caso de las primeras dos, ambas obtuvieron su independencia política y se convirtieron en naciones-estados.  El País Vasco y Puerto Rico, por el contrario, son naciones irredentas, naciones sin estados propios.  Por consiguiente, la “manía” anexionista de decir que “la nación a la cual Puerto Rico pertenece es Estados Unidos”, iniciada por el ex-gobernador Pedro Rosselló, es un disparate que maliciosamente busca confundir al pueblo.  Lo que sí pueden decir los líderes anexionistas sin faltarle a la verdad es que al estado que Puerto Rico pertenece es a los Estados Unidos de Norteamérica y como resultado de una conquista imperial. 

 

Una vez establecido lo que es estado y nación, examinemos el caso de los Estados Unidos como “nación de naciones”.  Esta nación americana es por cierto una gran nación, multiétnica y multicultural, sin embargo no es una entidad política multinacional.  Las únicas naciones dentro del sistema federal, reconocidas por la Constitución estadounidense, son las naciones amerindias que en la actualidad viven aisladas en reservaciones.  Al menos que se enmiende la constitución, el sistema federal no da cabida a ningún otro tipo de entidad nacional dentro de los Estados Unidos.  Y no hay razón alguna para pensar que eso ocurrirá.  El repertorio de problemas con los que estados multinacionales, pasado y presente, han tenido que lidiar, no le interesa a Washington en lo más mínimo.  Basta con mencionar la eterna llaga de la provincia francófona de Québec en Canadá, o la experiencia de la ex-República Yugoeslava, que terminó quebrándose en pedazos luego de sangrientas luchas.  Pero hay más.  Los más recientes episodios protagonizados por legisladores estadounidenses y la población hispana frente al “issue” de las banderas y de porciones del himno estadounidense traducidos al español ponen de manifiesto que Fortuño está desconectado de la realidad de su nación.  Su correligionario republicano, el senador Lamar Alexander de Tennessee, comentando sobre el himno en español, dijo que “contribuye a la celebración del multiculturalismo en nuestra sociedad, lo cual ha erosionado la comprensión de nuestra cultura común estadounidense”.


¿Cuál es, entonces, este afán de arrimar a un lado nuestra identidad y dignidad, de mantenerla guardada en un “locker” y renunciar a lo que por derecho propio nos pertenece?  ¿Qué gran ventaja nos espera al anexionarnos a la nación más poderosa del mundo si de puertorriqueños mayoritarios en nuestra nación pasaremos a ser “Hispanic-Americans”, una minoría dentro de nuestro propio estado?  Ante el resurgimiento del nacionalismo estadounidense y la realidad del tremendísimo déficit económico a causa de la guerra en Irak, los espejismos tradicionales del sector estadoísta, la “Estadidad Jíbara” de Ferré  y la “Estadidad es para los pobres” de Romero Barceló, se han desvanecido.  Es por esto que el Comisionado Fortuño recurre al servilismo y al hacerlo entrega su dignidad.  Quizás haya que recordarle las palabras que una vez dijera César Chávez, el legendario líder de la United Farm Workers que campeó por los derechos de los trabajadores chicanos e inmigrantes mexicanos de California:  “Lo que está en juego es la dignidad humana.  Si a un hombre no se le brinda respeto él no se puede respetar a sí mismo y si él no se respeta a sí mismo, no puede exigirlo.”

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La tribu errante