jueves, 10 de noviembre de 2011

Mirar a Miraflores II - 2.1


II. Sanguchito para continuar

2.1

Sanguche. Voz popular peruana utilizada para nombrar lo que me meto en la boca en estos momentos. Pan francés que parece un culito (redondo y con una hendidura que atraviesa su circunferencia) y varias ruedas de un asado de res en su salsa. El sanguche en sí son solo dos cosas: el pan fresquecito y el asado tierno, cálido, que me hace sospechar de la casa arruinada del quesero y así saber que hay sanguches que van por esta vida sin queso, que en el Perú abundan y llegan a ser increíblemente deliciosos.

Todo esto lo pienso mientras hablo con mi amigo Rabel sobre los ritos religiosos de comunidades no cristianas. Un tema de conversación más que aptísimo para poder devorarme mi sanguche, como si hablar de las extirpaciones de órganos sin bisturí, las operaciones a largas distancias y el sacrificio de animales me abriera más el apetito. Documentado estaban todas estas hazañas, han ocurrido, como los monjes que hacen fuego solo con sus manos. El Perú está lleno de sucesos parecidos, no lo dudes, decía Rabel mientras veía con parsimonia el fin de mi sanguche. Momentos antes lo había visto terminarse una dieta de pollo, Luis, ando mal del estómago como bien sabes, ni cagando me podría meter uno de asado. Lo veía tomar su sopa mientras el hambre intentaba desgarrar las paredes de mi estómago. Órgano vital. Hace una semana que yo estaba en la misma situación. Una enfermedad estomacal que más bien era un eufemismo para describir el flujo imparable de mierda a través de la apertura irritada de mi ano. Hace una semana no hubiese podido, por ejemplo, comerme el sanguche de asado, ni la salsa cremosa de rocoto que le unté a los últimos bocados de mi cena.

Más temprano habíamos salido del Haití. Nunca pude escuchar de qué hablaba el gordo y su acompañante ni en qué podía estar pensando el flaco de mirada ingenua, de gestos nerviosos que a cualquier bocinazo de la calle se colmaba de miedo (era su cara y yo quizás pondría la misma si mi vida dependiera de esa persona que está a punto de entrar a mi vida por la puerta del Haití). Salimos con la idea de recorrer las librerías miraflorinas. Un mejor plan hubiese sido recorrer las librerías de segunda mano del centro de Lima, por el Jirón Amazonas o Quilca, pero ese viaje será para otro día, me lo prometió Rabel, es que hay que ir con más tiempo, haciendo referencia a la maldita leyenda urbana del Centro que, durante la noche, se convierte en un campo minado de ladrones y de putas que aún saben hacer el amor con dulzura.

La tribu errante